Una pregunta pertinente
Nicolás Etcheverry Estrázulas | Montevideo
@|En su reciente libro "El asedio a la democracia", Tomás Linn hace una consulta que me ha parecido de relevante interés: "¿Por qué la sociedad contemporánea muestra tanto desasosiego pese a los incuestionables avances en el bienestar?"
Nicolás Etcheverry Estrázulas | Montevideo
@|En su reciente libro "El asedio a la democracia", Tomás Linn hace una consulta que me ha parecido de relevante interés: "¿Por qué la sociedad contemporánea muestra tanto desasosiego pese a los incuestionables avances en el bienestar?".
Surgen ahí respuestas diversas, como ser el pasaje de la sociedad industrial a la digital, las nuevas incertidumbres laborales, la pérdida de la privacidad en las redes sociales, el aumento de exigencias de rendimientos y eficacia en todos los terrenos de la vida, el avance de la drogadicción, la delincuencia y la violencia o el desenfrenado consumismo. Sin embargo, a mi entender esas respuestas no son suficientes para responder la interrogante planteada por Linn, pues vuelven a dar vueltas en aspectos que son también síntomas, efectos, y no verdaderas causas u orígenes del desasosiego. Me parece que debemos ir un poco más lejos y hondo para intentar encontrar otras respuestas a esa muy interesante y pertinente pregunta.
Se me ocurren las siguientes:
a) No es lo mismo hablar de bienestar que de felicidad. Lo primero supone elementos materiales y tangibles, mientras que lo segundo implica aspectos inmateriales, que se hunden en lo espiritual y lo intangible, en algo que no puede medirse ni expresarse con cifras y estadísticas. Basta con ver la cantidad de casos en los que personas con alto grado de bienestar y seguridades materiales, no solamente no son felices, sino que se deprimen y pierden el rumbo de sus vidas hasta el punto de autoeliminarse. ¿Por qué será que Uruguay tiene una de las tasas de suicidios más alta del mundo en comparación a su densidad demográfica? ¿Por qué hay países y regiones con mucho mayores índices de pobreza material que no registran esas altas tasas de suicidio?
b) La inseguridad social que vive nuestro país sin dudas tiene en el aumento de delitos y delincuentes una respuesta. Pero existe otra inseguridad más oculta, profunda y desapercibida que es la inseguridad psicológica, individual de cada uno que nos hace buscar seguridades y entretenimiento (por ejemplo, consumiendo artículos o series) que nunca pueden satisfacer plenamente al inseguro y ansioso consumidor. La agresividad verbal, el insulto y la violencia a la hora de discutir o de manifestar diferencias, son otras manifestaciones de inseguridades que son profundamente patológicas y síntomas de un agravado deterioro cultural. El respeto ha dejado de emplearse incluso en los aspectos más cotidianos de nuestra vida, como si fuera algo pasado de moda.
c) Hay desasosiego, no solamente por cuestiones materiales (que pueden darse sin dudas) sino por una pérdida del sentido de nuestras vidas. Hay un olvido del por qué y para qué nacimos, existimos y vamos a morir. Hay un rechazo absoluto al sentido del dolor y del sufrimiento. Hay intranquilidad e inseguridades permanentes por usar la palabra amor en una forma tan trivial, liviana y frívola que ya nos hemos olvidado de lo que significa el verdadero amor. Y hemos divinizado e idolatrado cosas y personas que más temprano que tarde nos dejaron un retrogusto y una decepción que procuramos rápidamente sustituir por otras, como tapando agujeros y goteras que vuelven a aparecer. Entonces nos refugiamos en el entretenimiento, que es el diálogo con uno mismo, no con el otro. Y sonreímos y nos adormecemos, hasta que un nuevo sacudón nos vuelve a sobresaltar. Por poco tiempo. La pobreza espiritual es mucho más dañina que la material. Nos conformamos hablando sólo de esta última para combatirla. Y está bien, es nuestro deber. Pero de aquella nos olvidamos.
Entonces la pobreza espiritual, peligrosa y persistentemente nos carcome y nos puede liquidar.