Bandera blanca
Había gran expectativa por la convención blanca. Se hablaba de un clima de guerra civil, pero al final fue todo civilizado. ¿Demasiado?
Pocas veces una convención del Partido Nacional había generado tanta expectativa. Había mucha tensión en el aire, rumores, temores. Cómo será la cosa que el reconocido politólogo Adolfo Garcé llegó a decir en el programa Desayunos Informales, que "no creo que el Partido Nacional salga sano de esta convención".
El condimento lo ponía una competencia bastante avinagrada, sobre todo entre dos figuras: el senador y líder de la lista 40, Javier García, y el excandidato Álvaro Delgado. Delgado había arrasado en la última elección interna, después de haber sido el hombre que manejó los hilos políticos durante el gobierno de Lacalle Pou. Y la 40 fue la lista más votada en las nacionales, logrando el pocas veces visto hito de derrotar a la lista del candidato presidencial. Pero había algo más.
El trasfondo era una irritación palpable en buena parte del Partido Nacional con la derrota electoral del noviembre, que cuanto más se ve del gobierno de Orsi, más cuesta aceptar para los blancos. Una derrota de la que muchos culpan directamente a Delgado, ya sea por su tono poco confrontativo en la campaña, por su forma de elegir a su vicepresidenta, por haberse encerrado en un círculo demasiado pequeño en la recta final electoral, ignorando a muchos que le decían que la cosa no iba bien.
En las últimas semanas, esos comentarios se habían potenciado a raíz de un informe que daba cierto tamiz científico a buena parte de las críticas. Hubo incluso en las horas previas rumores de gente que no asistiría, y hasta de que Lacalle Pou habría pedido a Delgado que bajara su candidatura, ante la posibilidad de una derrota algo bochornosa, o incluso de un recibimiento hostil de la Convención.
Cerrada la misma, la mayor parte de eso quedó en la nada. Delgado ganó, por escaso margen, pero ganó. Hubo abucheos aislados, pero nada que arruinara la "fiesta". Y si bien lo de la salud de un partido político siempre es discutible, sobre todo tras una derrota como la de noviembre, no hubo cosas que pudieran justificar la alarma de Garcé. Pero sí hubo un par de cuestiones que la convención dejó en claro.
Primero, el único líder hoy del Partido Nacional es Lacalle Pou. No solo quedó en claro con el fervor que generó su presencia, y cuando tomó la palabra. Sino por el contenido mismo del discurso, que mostró que el expresidente juega en otra liga dentro de su partido. Y que, pese a que cada tanto alguno se cuestiona sobre su intención de volver en la próxima campaña, su intervención no dejó para nada la sensación de alguien que esté pensando en otra cosa a futuro que en la política.
Lo segundo, es que si bien Delgado ganó, los dirigentes blancos ya no lo ven como el representante de Lacalle Pou en la interna. Si no, no hubiera habido tanto ruido en la previa, ni hubiera sido tan reñido el final. Este final parece marcar que si bien el excandidato será el presidente del Directorio, su autoridad tendrá muchos contrapesos, y requerirá mucha negociación, para imponer su punto de vista. De hecho, el propio Delgado lo dijo en su discurso final, y a lo largo de su carrera política, esa muñeca negociadora, ha sido su principal talento.
Pero en tercer lugar hay otro punto que parece obvio. Que la dirigencia blanca, más allá de apoyos o simpatías puntuales, quiere una oposición en la cuchilla. Hay un sentimiento de bronca acumulado, tanto por la derrota, como por ver que el nuevo gobierno está lejos de ser un dechado que talentos, que justifique su victoria. Y Delgado, o quien sea que marque la estrategia de estos años, tendrá que interpretar ese sentimiento. La voz de muchos blancos en la previa era que el nuevo presidente del Directorio debía cumplir un rol análogo al de Fernando Pereira en el FA mientras fue oposición. ¿Podrá Delgado satisfacer ese reclamo?
Por último, hay un tema más delicado, del cual la Convención blanca no ha dejado demasiada información. Y es si por algún lado empieza a aparecer un liderazgo o un grupo, que en el largo plazo pueda ir generando un polo que rivalice o complemente, lo que hoy representa Lacalle Pou para ese partido político.
Históricamente, no ha habido en el Partido Nacional, liderazgos absolutos como el que hoy parece tener el último presidente blanco. Que logra acumular por el lado de un apellido que identifica a posturas más renovadoras respecto al rol del Estado, liberales en lo económico, algo más conservadoras en lo social. Pero que su gestión acerca mucho más al centro, y al paladar del uruguayo medio. Un mix arrasador a la hora de salir a buscar el voto afuera, pero que despierta alguna tibia resistencia interna, y que pone el destino de un partido, en un solo par de hombros.
Resuelto este escalón, ahora queda a los blancos enfrentarse a 5 años en el llano. Un desafío para el que tienen demasiada experiencia, pero que nunca resulta simple. Ni pacífico.