Jonathan Tetelman: Entre la emoción y el canto glorioso
Hay noches en que la música se convierte en símbolo
Hay noches en que la música se convierte en símbolo. El debut de Jonathan Tetelman en el Teatro Municipal de Santiago fue una de ellas: un tenor nacido en Castro, Chiloé, que regresa a su país para cantar por primera vez en su escenario más prestigioso. Un retorno que fue, al mismo tiempo, triunfo artístico, reencuentro íntimo y celebración colectiva.
Desde que entonó "Quando le sere al placido" de "Luisa Miller" (Verdi), quedó claro que no estábamos ante un tenor cualquiera. La voz de Tetelman pertenece a la hoy rara estirpe de los lirico-spinto , esa cuerda intermedia entre el lirismo y la potencia dramática. Su instrumento se distingue por un centro algo velado que confiere personalidad al timbre, y por unos agudos brillantes que emergen con naturalidad. Lo más asombroso es el volumen: un caudal vocal que atraviesa la masa orquestal sin esfuerzo, con un squillo que ilumina la sala y se proyecta hasta el último rincón.
Tetelman canta con un legato flexible y elegante, capaz de sostener frases largas sin sacrificar intensidad dramática. En "Donna non vidi mai" de "Manon Lescaut" (Puccini), la voz fluyó como un río continuo, desplegando ternura y luminosidad. Y en "E lucevan le stelle" ("Tosca", Puccini), probablemente el momento más esperado de la noche, unió la amplitud del fraseo con una garra notable. Para "Mamma, quel vino è generoso" de "Cavalleria rusticana" (Mascagni), la voz se tiñó de desgarro y desesperación, siempre dentro de un marco musical sólido. Fue uno de los momentos de mayor impacto de la velada.
El tenor desplegó también su faceta más íntima en las canciones napolitanas y piezas de concierto. "Core 'ngrato" (Cardillo) y "Non ti scordar di me" (De Curtis) se beneficiaron del esmalte cálido de su zona media, con un fraseo que parecía abrazar al público.
La emoción se transformó en complicidad y camaradería en "El día que me quieras" (Gardel), junto al barítono Alfredo Daza. Y cuando interpretó "No puede ser" (Sorozábal), lo hizo con fuerza arrebatadora: canto heroico, resonante, que arrancó quizás el mayor aplauso.
El tono festivo se coronó con "O sole mio" (Di Capua), donde dejó que su voz expansiva se desplegara con plenitud, en alternancia con el tenor Nicolás Noguchi, y con una jubilosa versión del brindis de "La traviata" (Verdi), en la que se unieron Noguchi, Daza y la soprano Alexandra Razskazoff, generando una atmósfera de fiesta lírica como no se veía desde hace mucho tiempo en el Municipal.
La Orquesta Filarmónica de Santiago, dirigida con sensibilidad y brío por Constantine Orbelian, aportó un marco sonoro impecable. Sus intervenciones -la obertura de "Luisa Miller", los intermezzi de "Manon Lescaut" y "Cavalleria rusticana", la obertura de "El barbero de Sevilla" (Rossini), un fragmento de la obertura de "Carmen" (Bizet) y el intermedio de "La boda de Luis Alonso" (Gerónimo Giménez)- completaron un programa variado y luminoso.
El instante más conmovedor, sin embargo, fue cuando Tetelman, con una pequeña bandera chilena en su manos, se arrodilló y besó el escenario, y el teatro entero estalló en una ovación. La noche quedará en la memoria no solo por la calidad del canto, sino también por la intensidad emocional que lo impregnó todo. Jonathan Tetelman no vino solo a mostrar un instrumento excepcional, sino también a darlo todo, con generosidad, con pasión y con un poder vocal que lo sitúa en la primera línea de los tenores de nuestro tiempo. Fue, en definitiva, un regreso que hizo historia.