Jueves, 18 de Septiembre de 2025

Kill Kirk

UruguayEl País, Uruguay 17 de septiembre de 2025

El cruce entre cultura pop, woke y política extrema expone una tendencia inquietante: la violencia como respuesta aceptada a la discrepancia.

Uno de los casquetes de las balas disparadas contra Charlie Kirk decía "Hey fascist", insulto que se pronuncia con extraordinaria frecuencia, cada vez que se quiere desacreditar una opinión discrepante con la corrección política. El otro casquete tenía escrito algo más perturbador: "Bella Ciao". Refiere a una vieja canción de los partisanos italianos desempolvada por una serie televisiva de fama mundial, La casa de papel. Era el canto de guerra de la pandilla de asaltantes que atracaban el Banco de España, héroes de un policial que empezó con tono humorístico y fue mutando con el tiempo hacia una seudo denuncia del capitalismo: un personaje compungido opinaba que los muchachos tenían derecho a imprimir billetes en su provecho, porque, al fin y al cabo, los bancos centrales nos vienen afanando a todos desde siempre.

Es interesante constatar cómo la industria del entretenimiento de nuestras sociedades occidentales promueve alegremente la idea de dinamitar el sistema.

En una época, Hollywood puso de moda un cine catástrofe donde grandes íconos arquitectónicos eran demolidos por desastres naturales o bombardeos: la Casa Blanca, la Torre Eiffel, etc. Sagas cinematográficas como Friday the 13th y Final destination curraron muchos años con la exhibición procaz de crímenes atroces y sanguinarios. Si uno mira la cartelera de cines de hoy mismo en Montevideo, comprueba que los trasnoches de fin de semana son ocupados en un alto porcentaje por ese género tan sádico como pueril.

Y sí: una de las taras más comunes de nuestra sociedad abierta y tolerante radica en la permanente glamurización de la violencia. Tarantino, que es un gran cineasta, recurre a ello en forma constante, y tal vez Kill Bill sea el mejor catálogo de vacuidad conceptual unida a un alto estándar estético, para provocar repugnancia y morbo.

En ese contexto cultural, no paradójicamente emergió en los últimos 15 años la cultura woke y su discriminación petulante entre buenos y malos, que últimamente ha incorporado además licencia para matar.

"Se lo buscó", dicen unos cuantos, porque Kirk osaba emitir opiniones polémicas. El pequeño detalle es que lo hacía a cara descubierta, no como las hordas de anónimos cobardes que infectan las redes sociales, y plantaba debate allí donde los wokistas eran locatarios: universidades saturadas de retórica progre.

La izquierda cultural llega a tal punto de soberbia moralizadora que no solo se solaza en citar sus frases más cuestionables -que las hubo- sino que las inventa. Siempre hay un gran ingenio en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Si un tipo se opone con cierta vehemencia al aborto o al cambio de sexo, emite un "discurso de odio" que justifica la reacción violenta del otro lado. Pero si de ese otro lado lo tratan de fascista está todo bien, porque se supone que quienes se victimizan tienen derecho a salirse de mambo, en cambio, los que dicen lo que piensan, jamás.

Ahora se viene una distopía típicamente hollywoodense: la derecha tiene su mártir y no lo dejará pasar. Los ingenuos que todavía nos identificamos con el centro del espectro político miraremos la polarización con la pasividad del espectador de un partido de tenis. La mesa está servida para más violencia y menos debate.

El presidente Pedro Sánchez ha declarado algo absolutamente sorprendente: "España, como saben, no tiene bombas nucleares. Tampoco tiene portaaviones ni grandes reservas de petróleo. Nosotros solos no podemos detener la ofensiva israelí. Pero eso no significa que no vayamos a dejar de intentarlo".

No me queda claro si quiso expresar que, de tener bombas nucleares, las arrojaría sobre Israel, o fue solo un lapsus. ¿Esto no es discurso de odio? Omite el 7 de octubre y habría que recordarle además que desde 711 hasta 1492, su país fue gobernado por el Islam, y que el fundamentalismo musulmán sigue reivindicando la reconquista: "¡Querida al Ándalus! Pensabas que nos habíamos olvidado de ti. Juro por Alá que nunca te olvidamos. Hay muchos musulmanes creyentes y sinceros que juran que volverán a al Ándalus", proclamaba en 2016 un guerrillero del Estado Islámico.

Sánchez tiene derecho a cuestionar la muerte de civiles palestinos, pero debería ser más empático con el objetivo de liquidar a Hamás, por su propio interés nacional.

Las redes excitan la polarización, con sus cámaras de eco que encadenan las conciencias a falsas certezas, según quien publique más mentiras y tergiversaciones.

Si aparece un Charlie Kirk algo pasadito de rosca, intentando problematizar el discurso intelectual dominante, lo más fácil es meterle una bala cargada de emocionalismo partisano.

Si un estado democrático encara una guerra muy cruenta contra una organización terrorista que amenaza su existencia misma, lo más simple es vociferar consignas a favor de las víctimas, aunque algún día puedan llegar a convertirse, como en el pasado, en nuestros propios victimarios.

Y mientras tanto, la violencia seguirá siendo taquillera en el trasnoche de nuestras conciencias atontadas.
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