Otra tarea pendiente
El año pasado
el intercambio entre la región y
la economía china ascendió a más de 518
El año pasado
el intercambio entre la región y
la economía china ascendió a más de 518.000 millones de dólares, 43 veces más
que al comenzar el presente siglo. Para Chile,
Brasil o Perú, la nación comunista ocupa el puesto número uno.
ricardo ávila pinto - especial para el tiempo @RAVILAPINTO
Analista sénior
Era de esperarse que en una cumbre sobre el cambio climático la gran mayoría de los vehículos asignados a las delegaciones presentes fueran amigables con el medio ambiente y estuvieran movidos por electricidad. Aun así, pocos pensaban que las marcas que se vieron transitando la semana pasada por la ciudad brasileña de Belém, sede de la reunión de la COP30 de Naciones Unidas, no fueran estadounidenses, europeas o japonesas, sino sobre todo chinas. Y así fue. Por ejemplo, el anfitrión Lula da Silva se movió en una de las 30 camionetas Sung Pro aportadas por la multinacional BYD -oriunda de Shenzhen- que fueron manufacturadas en la fábrica que esta posee en el estado de Bahía. Varios de sus homólogos usaron parte del centenar de vehículos donados por el conglomerado GWM -con sede principal en una ciudad satélite de Pekín- cuya planta en el país suramericano se encuentra en el estado de São Paulo. El detalle puede parecer de orden menor, pero la composición de la flota de transporte hace notar más la ausencia de una delegación de alto nivel de Estados Unidos, por decisión expresa de la Casa Blanca. Además, envía el mensaje de que al Tío Sam le tocó compartir el que, durante tanto tiempo, consideró su patio trasero. Aunque la foto claramente tiene muchos matices, resulta indiscutible que China sigue ganando importancia al sur del Río Grande. Pero a diferencia de lo que ocurrió en décadas pasadas cuando el intercambio comercial fue la nota dominante, los pilares de esa relación ahora van más allá del plano económico y tocan otros que llegan hasta la cooperación militar. Tales acercamientos han creado incomodidad en Washington desde hace rato, dando lugar a presiones más o menos sutiles. También en otras épocas inspiraron promesas de un trato preferencial hacia los latinoamericanos, en materia de acceso a mercado o inversiones, para que no se salieran las ovejas del redil. Pero a partir de enero pasado, cuando Donald Trump asumió el poder por segunda vez, las tensiones aumentaron tras aplicarse los principios del America First, que solo considera lo que le conviene al mandatario. Con su particular estilo, este ha blandido mucho más el garrote que ofrecido alguna zanahoria, como le sucedió a Panamá. Quizás con excepción de Argentina -la cual recibió un apoyo clave que le permitió sortear una coyuntura cambiaria muy difícil- o de El Salvador -que abrió sus cárceles para recibir a cientos de deportados- en las demás capitales las quejas relativas a los maltratos del Coloso del Norte abundan. El caso de Colombia, cuyo Presidente fue despojado de visa e incluido en la lista Clinton, tras provocar en repetidas ocasiones a Trump, confirma que otros vientos corren por el hemisferio. No solo se trata de hablar más duro o de imponer sanciones. La creciente presencia de tropas, buques y aviones estadounidenses en el Caribe abre un nuevo capítulo lleno de incertidumbres. Aparte del hundimiento de embarcaciones para detener el tráfico ilegal de drogas está la amenaza armada que se cierne sobre el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Ello ha aumentado los resquemores, al igual que el ánimo de tender puentes en otras latitudes, con el ánimo de aminorar los riesgos. A sabiendas de que salirse del todo de la órbita estadounidense resulta casi imposible para la mayoría, por razones que parten de la ubicación geográfica y van hasta vínculos construidos a lo largo de décadas, fortalecer alianzas distintas surge como una opción atractiva. Ante esa voluntad, la pregunta es qué se puede esperar de Pekín en estos tiempos. Los expertos advierten que no se trata de cambiar una potencia cercana por una más distante, sino de saber jugar las cartas que tiene la región en su mano y entender lo que pasa al otro lado del océano Pacífico. Dicha admonición es particularmente válida para la diplomacia colombiana y para los candidatos que aspiran a remplazar a Gustavo Petro el próximo 7 de agosto. Cambio de tercio "China ha entrado en una nueva fase en su compromiso con América Latina", escribió en Americas Quarterly hace un mes Margaret Myers, profesora universitaria y asesora del Diálogo Interamericano, un tanque de pensamiento en Washington. Fuera de la búsqueda de recursos naturales y de mercados para sus exportaciones, el gigante asiático "evoluciona hacia un enfoque más específico y estratégico". Lo anterior no quiere decir que el comercio haya quedado en un segundo plano. El año pasado el intercambio entre la región y la economía china ascendió a más de 518.000 millones de dólares, 43 veces más que al comenzar el presente siglo. Para Chile, Brasil o Perú, la nación comunista ocupa el puesto número uno, tanto en lo que atañe a ventas externas como a importaciones. Dicha circunstancia tiene que ver con que esta parte del mundo es excedentaria en bienes primarios, ya sea minerales o alimentos, que son clave para un país que no es autosuficiente en esas categorías. Al mismo tiempo somos grandes compradores de bienes de capital y de consumo, desde maquinaria hasta televisores y teléfonos celulares, producidos a precios muy competitivos por un aparato industrial de gran envergadura. Por otra parte, las prioridades de Pekín han evolucionado. Myers explica que si a principios de la década pasada hubo un énfasis en el desarrollo de la infraestructura de transporte como herramienta de política exterior -que se expresó en proyectos como el metro de Bogotá o el puerto de Chancay en Perú-, ahora el énfasis es la tecnología avanzada, como es el caso de las telecomunicaciones o la generación de energía a partir de paneles solares. Atrás quedaron también las épocas en los que se concedían préstamos a manos llenas. La experiencia con Venezuela -que recibió miles de millones de dólares en créditos- no ha sido la mejor y si bien todavía la puerta sigue abierta, el criterio para aprobar nuevas operaciones es financiero y no político. A su vez, en lo que corresponde a inversiones, los dineros se concentran en áreas prioritarias como la explotación del litio o las fábricas de autos eléctricos en Brasil. Este último país, por cierto, ha hecho buen uso de esa relación. Cuando hace unos meses la Casa Blanca elevó al 50 por ciento los aranceles de los productos brasileños que entran a Estados Unidos como retaliación por el trato que la justicia le estaba dando al expresidente Jair Bolsonaro (quien sería posteriormente condenado), Brasilia pudo colocar en China la mayoría de su gran cosecha de cereales y mantener a flote la economía. A cambio, los sacrificados fueron los cultivadores norteamericanos que se pusieron furiosos con Trump. Las presiones internas de los agricultores permiten entender la tregua firmada entre el presidente estadounidense y Xi Jinping a finales de octubre, que comprende una reapertura de los despachos de granos. Incluso los más cercanos a Washington se cuidan de no antagonizar a Pekín. Argentina, que también vende mucha soya, no solo flexibilizó las visas para los ciudadanos chinos, sino que autorizó una ruta de avión que conectaría a Buenos Aires con Shanghái -tras una escala en Oceanía- en el que sería el vuelo comercial más largo del planeta. Gestos de ese estilo no desconocen que hay puntos de fricción. Para citar un caso, hay un exceso de capacidad instalada en lo que corresponde a la producción de acero en el mundo y China es, de lejos, el mayor fabricante. Si a eso se le agregan las restricciones impuestas por Estados Unidos y por la Unión Europea, el resultado es la llegada a América Latina de más despachos del derivado del hierro que amenazan a las fábricas locales. En respuesta, varias naciones de la región han adoptado medidas compensatorias, a pesar de las protestas del otro lado del Pacífico. Sin embargo, el haber donado millones de dosis de vacunas durante la pandemia, todavía es recordado como un gesto de buena voluntad. A pesar de barreras como distancia, lengua y cultura, el sentimiento hacia China es más positivo que negativo, según Latinobarómetro. Otro ritmo Es en medio de tales circunstancias que Colombia intenta tocar una partitura diferente. Tras cuatro décadas y media de relaciones bilaterales formales los vínculos se han fortalecido, pero en una proporción distinta a la que se ve en el vecindario. Sin duda, la gran asignatura pendiente es la del comercio exterior. En contraste con lo que ocurre en latitudes cercanas, nuestras ventas son relativamente modestas y se encuentran concentradas en pocos renglones. Según el Dane, al cierre de septiembre las exportaciones a China sumaron 1.179 millones de dólares, lo que representa una caída del 38 por ciento frente a los primeros nueve meses de 2024. Dicho desplome es atribuible al capítulo de combustibles, pero el problema va más allá y tiene que ver con una oferta limitada. Las comparaciones son odiosas, pero mientras más de la tercera parte de las ventas de Chile se dirigen a ese destino, en nuestro caso el peso apenas si supera el 3 por ciento. Para colmo de males, las importaciones son cuantiosas con lo cual el desequilibrio es muy elevado. Hasta agosto, el saldo en rojo en la balanza comercial ascendió a 10.506 millones de dólares, cifra que apunta a convertirse en un nuevo récord al final del año y plantea múltiples desafíos. Semejante disparidad seguramente influyó para que fuéramos invitados de honor a la que es descrita como la feria de importaciones más grande del mundo, la cual abrió sus puertas la semana pasada en Shanghái. Tal vez eso sirva para que se le conceda la admisibilidad sanitaria a la carne de pollo y cerdo proveniente de granjas colombianas, que buscan abrirse paso en el mercado chino, aunque no hay garantía de que así será. Mientras tanto, no queda de otra que otorgarle una mayor prioridad al tema en la política pública. El problema es que aquella que debería ser una estrategia estatal de largo plazo quedó atrapada en la maraña de la coyuntura, por cuenta de la brecha que se abrió entre Bogotá y Washington. Durante una visita de Gustavo Petro a Pekín en mayo, Colombia se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta que impulsa proyectos de infraestructura global para mejorar la conectividad con China, algo que no pasó desapercibido en la capital estadounidense. Incorporarse a ese club que incluye a decenas de países no tiene nada de malo, así el dinero que se le asigna a Latinoamérica sea muy poco. Lo que resulta negativo es convertir el acercamiento en una bandera del Pacto Histórico. Como señaló en una columna en El Espectador el abogado Guillemo Puyana, quien preside la Asociación de la Amistad colombo-china, "se está desvirtuando la prolongada tradición de pragmatismo y consenso político alrededor de China, con unos efectos perniciosos a largo plazo". Añadió que aparte de llegar a acuerdos entre los diversos partidos, se requiere "sacar la relación de la contienda electoral nacional, para que con un cambio de gobierno (…) no terminemos dando una reversa dolorosa y diplomáticamente costosa con la premisa errada de que la sincronización de nuestros intereses nacionales con Estados Unidos solo puede darse en contra de nuestros intereses nacionales con China". Retomar el camino correcto implica diseñar una hoja de ruta. Para la profesora Diana Gómez, directora del Doctorado en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, "se requiere crear una política de acercamiento desde Colombia hacia China, porque las oportunidades económicas y comerciales están a la vista". Agrega que "hay que estructurar y dar pasos sistemáticos en el tiempo, pues la coyuntura internacional es propicia para diversificar las opciones que tenemos y ampliar el horizonte de acción en política exterior". Aprender de las experiencias exitosas de otros podría servir, al igual que establecer metas verificables. El desequilibrio comercial actual puede dar pie a proyectos productivos de capital binacional que tiendan a igualar la cancha. Pero, sobre todo, vale la pena moverse. "Un viaje de mil millas comienza con un solo paso", dice un viejo proverbio chino.