Así es la vida en la base científica chilena que está en lo más profundo de la Antártica
Hay internet, pero es difícil conseguir agua líquida para las necesidades más básicas. Un periodista de esta sección vive la misma experiencia que los investigadores. Voló en aviones con skies, anduvo en moto de nieve, subió un cerro con capas de ropa y pesados zapatos y vio cómo uniformados y científicos trabajan mancomunadamente.
Quedan 45 minutos para llegar a nuestro destino en un viaje que dura unas 4 horas. El capitán dice que nos preparemos para el aterrizaje pero en vez de volver el asiento a su posición original, los pasajeros nos ponemos de pie, abrimos los compartimentos y sacamos enormes parkas, gorros, guantes y unas botas que parecen de astronautas.
El capitán baja la temperatura de la cabina y las azafatas se ponen chaleco de lana. Venimos a bordo de un avión de la aerolínea IcelandAir que es contratada por Antartic Logistic & Expeditions (ALE) para traer pasajeros y carga a la base Glaciar Unión.
Se eligió a esta aerolínea por la pericia de sus pilotos en condiciones de nieve y hielo, habilidad que es esencial para aterrizar en una pista de hielo azul donde los frenos no sirven para nada.
Entre turistas que usan la base turística de ALE como punto de partida para subir el monte Vinson (el más grande del continente) o se irán en sus skies al Polo Sur, hay un grupo de científicos chilenos y extranjeros que van a explorar los hielos antárticos. Es la delegación del Instituto Antártico Chileno (Inach) que da vida a la campaña 2025 de la Base Polar Científica Conjunta Glaciar Unión, ubicada a solo 1.180 km del Polo Sur.
Este es un esfuerzo conjunto entre el Inach y las tres ramas de las Fuerzas Armadas. Es todo un desafío logístico habilitar este campamento en un punto donde la temperatura media anual es de -20°C. Acá no hay animales, ni insectos, ni plantas. De hecho, cuenta el glaciólogo Ricardo Jaña, investigador del Inach y coordinador científico de la misión, bajo nuestros pies hay 900 metros de hielo y nieve antes de llegar a la roca.
En este extremo lugar viviré 10 días. En total, somos 49 personas, de ellas 14 son científicos.
Apenas aterrizamos, un vehículo con ruedas enormes nos lleva al campamento a unos 8 km de la pista. Previamente, un contingente de las Fuerzas Armadas habilitó el lugar en un trabajo que tomó siete días. El Teniente Coronel Francisco López Cornejo, jefe de la estación, cuenta que hay que desenterrar equipos y maquinarias que se dejan enterradas una vez finalizado el campamento anterior.
El domo -que se habilita como comedor y cocina- alguna vez estuvo en la superficie, pero con el tiempo la puerta ahora se encuentra a cinco metros bajo la nieve. "Estuvimos tres días paleando nieve para llegar a ella", explica.
Ese domo comedor es el centro social de la base Glaciar Unión y donde se reúnen científicos y uniformados a la hora de comer. Pero cocinar no es fácil. A pesar de estar rodeado de agua sólida, es difícil conseguir agua líquida.
"Tienen que ir con tambores a buscar nieve a un lugar distante y donde sabemos que es nieve pura, pero se demora en derretirse. Cocinar para tantas personas no es difícil; yo he cocinado hasta para 800 personas, lo difícil son las condiciones extremas", cuenta Cristian Salinas, el cocinero.
El agua se usa principalmente para cocinar. Los platos y los cubiertos son desechables y tras usarlos cada uno debe clasificar la basura y llevarla a su contenedor para ser transportada a Punta Arenas. Lo difícil para el equipo de cocina (a cargo de la Armada) es lavar los fondos y utensilios porque deben usar poca agua y esa agua se debe reunir en un bidón para llevarla también de vuelta al continente.
Hay unas autodenominadas duchas, pero son más bien un decir. El procedimiento de aseo consiste en sacar agua caliente de una máquina que derrite nieve, ponerla en un balde con agua, mojarse, enjabonarse y enjuagarse con un poco más de agua con un jarrito. El agua usada cae en otro recipiente que hay que vaciar en un bidón para que vuelva a Punta Arenas.
Otro tema son las necesidades biológicas. Para la orina hay urinarios conectados a bidones que, al llenarse, se dejan a la intemperie para llevarlos congelados. Para las heces hay unos asientos con una bolsa. Al terminar se hace un nudo y se mete en un bidón en la intemperie. Siempre hay que dejar una bolsita puesta para el que sigue. En el caso de las mujeres, ellas siempre usan la bolsita. Como siempre, todo eso se lleva a Punta Arenas.
Por su cercanía al polo acá siempre es de día. El sol solo se mueve alrededor de nuestras cabezas, pero no se oculta. Así, no es raro ver a científicos arreglando una estación meteorológica a las once y media de la noche. O que alguien te salude con un "Buenas noches" con el sol arriba de tu cabeza.
Duermo en una carpa sobre el glaciar. Y al contrario de lo que se pudiera pensar, en las noches, si se les puede llamar así, he pasado más calor que frío. Los sacos soportan -40 °C, van sobre un catre de campaña y dentro de la carpa hay un calefactor.
"Bipolares"
Las comunicaciones, me dicen los que han venido más de una vez, ahora son una maravilla. Antes era por radiofrecuencia o telefonía satelital, las comunicaciones con las familias eran cada ciertos días. Hoy, en cambio, hay varias antenas de Starlink que sirven para distribuir wifi a todo el campamento. He podido despachar fotografías y textos, hacer hasta transmisiones en vivo en Instagram, me conecté a una reunión de pauta y hasta vi la Teletón y las noticias.
Desde mi llegada he tenido la suerte de tener un clima bastante benevolente con temperaturas promediando los diez grados bajo cero (pero unos -17 °C como sensación térmica), según el meteorólogo Carlos Caviedes, quien forma parte de la misión. A él se le consulta cómo van a estar las condiciones meteorológicas para ir a una expedición lejana o salir a volar en los Twin Otter que están al servicio de los científicos.
Aquí muchos de los científicos internacionales son "bipolares", estudian y hacen mediciones tanto en el Polo Norte como en el Polo Sur. En estos momentos los hay de Japón (viviendo en Alaska), de Canadá o de Países Bajos
Con ellos me ha tocado ir a expediciones donde miden distintos parámetros de la nieve y el hielo, instalan balizas, sensores o hacen pozos de prospección. Por primera vez me transporté en un avión que en vez de ruedas tiene skies, aprendí a andar en moto de nieve, ya sé en qué orden y cuántas capas de ropa usar para salir a terreno, he visto maravillosos lagos de hielo azul y, al límite de mis escasas condiciones físicas, subí un cerro con botas gigantes, crampones y piolet.
Quedé tirado en la mitad del camino, pero Monarca, el nombre con que llaman al enfermero del ejército, me conminó a seguir subiendo, paso a paso. Al llegar a la meta, totalmente exhausto, me senté en una roca y sin querer y con el disimulo que dan las antiparras se me cayeron unas lágrimas. Así, pude entender, un poco, que acá hay esfuerzo físico, económico e intelectual en pos de realizar una mejor ciencia antártica.
Cooperación internacionalTodo este esfuerzo, dice Ricardo Jaña, del Inach, tiene como finalidad realizar ciencia antártica, sobre todo glaciología y climatología, haciendo mediciones de glaciares y la nieve acumulada, estudiado el permafrost, el derretimiento de glaciares y su desplazamiento, e instalado sensores y estaciones meteorológicas que aportan importantes datos para la ciencia mundial.
La expertise de los uniformados está en función de apoyar las necesidades de los científicos. Desde que todo funcione en el campamento, transportarlos en motos de nieve hasta subir la montaña más alta de la Antártida, el monte Vinson, para instalar ahí sensores y una estación metereológica permanente. Si lo consiguen, en unos días más, sería un hito mundial.
Además, añade Jaña, hay un importante esfuerzo de cooperación internacional. Aquí está, por ejemplo, el glaciólogo Thorsteinn Thorsteinsson, que viajó durante 44 horas desde Islandia para llegar a Punta Arenas en un viaje de extremo a extremo del planeta. "No se aprende tanto leyendo solo artículos científicos. Tienes que ir al lugar por ti mismo. No he investigado personalmente en esta región y me entusiasma mucho aprender de lo que ya se ha hecho", dice este investigador de la Oficina Meteorológica de Islandia.