Martes, 02 de Diciembre de 2025

Sin ciencia no hay futuro

PerúEl Comercio, Perú 2 de diciembre de 2025

Fabiola León-Velarde

la COP30, realizada en Belém, Pará (Brasil), del 10 al 21 de noviembre, dejó un mensaje inequívoco: el cambio climático se está acelerando más de lo previsto. Los científicos confirmaron que la temperatura global está aumentando a 0,27 °C por década, una tasa notablemente más acelerada que la del promedio global del siglo XX, que se situaba cerca de 0,20 °C por década. El nivel del mar está creciendo a 4,5 mm por año, más del doble que el promedio del siglo XX. Todo indica que el límite de aumento de 1,5 °C, establecido por el Acuerdo de París en el 2015 como umbral crítico para evitar los impactos más severos del cambio climático, podría superarse antes del 2030 si no se toman acciones más ambiciosas.





Estos no son fenómenos ajenos para el Perú ?un país con inmensas regiones amazónicas, andinas y costeras? que en las próximas décadas experimentará más huaicos e inundaciones, retrocesos de sus glaciares, escasez hídrica estacional, reducción de las especies marinas y afectación de la pesca, incendios forestales y, en general, crecientes presiones sobre la salud pública.





El llamado global a triplicar los fondos de adaptación antes del 2035, incluido en el Acuerdo Mutirão de la COP30, es especialmente relevante para nuestro país, cuya vulnerabilidad ambiental exige un esfuerzo financiero mayúsculo para la ciencia y la tecnología climática.





Afortunadamente, no partimos de cero, pues gracias al concurso de instituciones públicas, privadas y universitarias, contamos con sistemas de alerta para lluvias extremas, heladas y sequías que ya incorporan modelos predictivos basados en inteligencia artificial.





Se monitorean glaciares y lagunas altoandinas para anticipar aluviones, y se utilizan sensores remotos para identificar laderas inestables y procesos que pueden amplificar desastres. También se investiga la dinámica oceánica para anticipar El Niño y se desarrolla investigación aplicada en biodiversidad marina y amazónica, así como en salud ambiental.





En las cuencas altoandinas, además, se están recuperando y actualizando tecnologías ancestrales de manejo del agua que recargan acuíferos y logran mantener caudales en épocas secas. No faltan capacidades, pero se encuentran dispersas y carecen de un programa integral que articule los esfuerzos científicos y de innovación para la adaptación climática. Lo que falta es escala, interoperabilidad y financiamiento sostenido.





La Amazonía es nuestro gran regulador de lluvias, clima y biodiversidad. Uno de los grandes retos y obligación ambiental y estratégica es protegerla, especialmente frente a la minería ilegal que constituye una amenaza crítica. La destrucción de bosques, la contaminación de los ríos con mercurio y la pérdida masiva de carbono almacenado en suelos y vegetación debilitan los esfuerzos de mitigación y adaptación al cambio climático. Frente a esta realidad y a la luz de las advertencias científicas discutidas en Belém, el Perú debe asumir tareas ineludibles.





Un programa nacional de ciencia climática articularía mejor a las instituciones responsables con metas verificables y financiamiento multianual. Este programa no reemplazaría los planes ya existentes, sino que debería articularlos y darles un mayor sustento científico.





Además, es imperativo atraer y retener a hidrólogos e hidrogeólogos, oceanógrafos y especialistas en dinámica costera y ordenamiento territorial, ecólogos restauradores, epidemiólogos ambientales y expertos en inteligencia artificial aplicada a estas especialidades, entre otros. Solo con capacidades científicas robustas podremos anticipar riesgos y proteger nuestros ecosistemas críticos.





Los resultados de la COP30 nos recuerdan que la ventana de acción se estrecha. El Perú siente ya los efectos: bosques que retroceden, glaciares que desaparecen, ciudades amenazadas.





Necesitamos acción decidida, comprometida y sostenida en el tiempo para mitigar los impactos del cambio climático y, especialmente, frenar los daños irreparables de la tala y la minería ilegal, del narcotráfico, la deforestación, la pesca ilegal y la contaminación en todos nuestros ecosistemas amenazados. Detener estos procesos de destrucción es urgente y necesario, pues se suman a los impactos del cambio climático, los aceleran y reducen drásticamente la resiliencia de nuestros ecosistemas vulnerables.





El Comercio no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

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