Llegó hace 18 años caminando por la playa e hizo de las calles de este pueblo su hogar. Falleció en mayo de este año pero los vecinos, enamorados de su personalidad, quisieron homenajearlo en vida. Aquí, los detalles.
No era el clásico perro faldero ni de esos que mueven la cola desesperados al verte o te hacen fiesta sin parar. Comadreja elegía cuándo dejarse mimar, acompañaba a los turistas hasta donde él quería, y era afectuoso sin caer en lo meloso. Vivió en la calle desde que llegó caminando por la playa hasta el faro de José Ignacio, 18 años atrás, junto a su hermano uno amarillito que poco después desapareció, y así fue hasta su último día. Eligió este pueblito de pescadores, devenido en el balneario más top de Uruguay, e hizo de sus calles su hogar.
Su punto neurálgico era la plaza, pero recorría José Ignacio de punta a punta. Cuando tenía frío o quería un plato de comida, sabía a qué puerta golpear. Nadie en el pueblo le dio nunca la espalda porque, con esa personalidad distante y arrabalera, se ganó el corazón de todos. Llegó incluso a pasar la noche en sillones inmaculados de las casas más lujosas de la zona.
Entre sus señas típicas estaba la de responder a varios nombres: Manteca, Capuchino, Polvorita, Manchita. Muchos quisieron adoptarlo y hasta plantearon llevárselo a Buenos Aires, pero nunca se dejó. Prefería manejarse solo. Incluso Cande Tinelli se lo cruzó una noche del verano de 2025 en el restaurante Popei y contó en sus redes que estuvo a punto de rescatarlo porque los siguió, y ella pensó que era callejero, hasta que alguien le explicó que era famoso en el pueblo y que incluso tenía Instagram @comadreja.joseignacio.
Jamás se aquerenció. Nunca se dejó llevar a la veterinaria, hasta que en el tramo final se entregó. "Tuvo mil achaques porque siempre que había una perra en celo él estaba en la disputa; por eso le faltaba un pedazo de oreja. De viejo tenía artrosis", cuenta a El País Miguel Zerebny, vecino del pueblo, administrador de la cuenta de Instagram e impulsor del monumento que hoy tiene Comadreja en la entrada a José Ignacio.
"Lo alimentábamos y cuidábamos entre todos. En la última etapa, cuando se complicó y precisaba cuidados especiales, hicimos grupos de WhatsApp y nos organizamos para que estuviera atendido y darle la medicación", añade.
El verano de 2026 será el primero sin Comadreja acompañando a los turistas a recorrer los sitios emblemáticos, bajando a la playa o relojeando en el supermercado para ver si recibía algún premio. El pueblo entero lo extraña, pero antes de perderlo físicamente, el 2 de mayo de 2025, tres vecinos Helga de Valenza, Sasha Preve y Zerebny entendieron que era buen momento para hacerle un homenaje en vida: nada menos que un monumento ubicado en la esquina de Los Cisnes y Sainz Martínez.
Zerebny convocó a Los Bayardi Arte, les pasaron un presupuesto que resultó razonable, armaron una colecta y entre todos los vecinos reunieron el dinero suficiente para hacerle una estatua a quien fue un símbolo del pueblo. Así, quienes visiten José Ignacio este verano no podrán interactuar con el famoso perro, pero sí sacarse una foto o dejarle flores.
De perro callejero a símbolo del pueblo
La estatua no fue el primer tributo que recibió Comadreja. Antes, en 2022, a Zerebny se le ocurrió crear un perfil de Instagram y fue clave para que ganara popularidad. "Ponía mi voz y lo transformé en un personaje arrabalero, opuesto al glamour del pueblo, y eso enganchó a la gente. Se hizo popular y muchos venían a buscarlo para sacarse fotos", comenta sobre una cuenta que hoy supera los 3.800 seguidores.
El plan inicial era ubicar el monumento en la plaza, el lugar predilecto del homenajeado, pero la Intendencia de Maldonado no lo autorizó. Ante la negativa, un vecino ofreció colocarlo en un terreno particular que tenía libre, y resultó el sitio perfecto: la esquina de Los Cisnes y Sainz Martínez es la entrada al pueblo y lo primero que se ve.
La inauguración fue el 2 de marzo a las 17:30 y la convocatoria resultó un éxito. Asistió incluso Pirata, un perrito con una historia similar a la de Comadreja, que vivía en La Barra y al que sus vecinos no llegaron a hacerle una estatua porque murió antes.
Todos esperaban que Comadreja estuviera esa tarde, pero llegó hasta una cuadra antes y, al ver tanta gente, pegó la vuelta y se fue. Nadie lo obligó a quedarse: no se dejaba. Pero, ademas, el gesto terminó de cerrar un relato acorde a su personalidad distante, rebelde y única.
"El resumen de estos 18 años de Comadreja es amor. El perro logró unir al pueblo con ese juego de personalidad y una actitud amorosa. Estábamos todos pendientes de su enfermedad y un montón de frivolidades quedaron de lado por el amor a un perro. Fue una lección maravillosa", sintetiza Zerebny, con la voz entrecortada, convencido de que no habrá otro igual.