Sábado, 14 de Junio de 2025

¿Sexo débil? La historia de cuatro mujeres homicidas

ChileEl Mercurio, Chile 10 de marzo de 2019

A través de los casos de Corina Rojas, Rosa Faúndez, María Carolina Geel y María Teresa Alfaro, en "Las homicidas" (Lumen) la escritora chilena construye cuatro crónicas y ensayos que muestran la reacción de la sociedad frente a un tipo de crimen que no calza, incluso hoy, con la "esencia" doméstica y pasiva que se le asigna a la mujer.

Estrangular hasta la muerte a un hombre fornido, mover su cuerpo, descuartizarlo y repartir los pedazos en distintos lugares de Santiago tenía que ser la obra de otro hombre, y en realidad de más de uno. Pero había sido una mujer, o así lo confesó Rosa Faúndez, la esposa de Efraín Santander, el suplementero cuyos restos comenzaron a aparecer en el invierno de 1923 en distintos lugares de la capital. La justicia no le creía: una mujer -el sexo débil, dócil, doméstico- no podía ser la autora. Por eso Faúndez tuvo que probar en el mismo tribunal que sí era posible: se acercó a un policía, el más robusto, lo rodeó con sus brazos, lo arrastró hasta un baúl y dejó al funcionario dentro de él. "¿Una mujer pudo haber hecho por sí sola el descuartizamiento del cadáver?", se preguntaba "El Mercurio".
Ese es uno de los casos incluidos en "Las homicidas" (Lumen), libro de la escritora Alia Trabucco Zerán (Santiago, 1983). Autora de la novela "La resta" (2015), en este nuevo volumen Trabucco elige el ensayo y la crónica para relatar el caso de cuatro mujeres asesinas: además de Faúndez, Corina Rojas, quien en 1916 complotó con su amante para matar a su esposo, en un caso conocido como "el crimen de la calle Lord Cochrane"; María Carolina Geel, la escritora que asesinó a su pareja de un balazo, en 1955, en el hotel Crillon; y María Teresa Alfaro, la trabajadora doméstica que entre 1960 y 1963 envenenó a los tres hijos de sus empleadores y a la abuela de los niños, y que fuera bautizada por la prensa como "la asesina de las mamaderas".
Inexplicables
La novela "La resta" se sitúa en el Chile posdictatorial, partiendo desde fines de los años ochenta. Como en "Las homicidas", hay en ella muerte y cadáveres; y como escribió el crítico Rodrigo Pinto, un desacomodo de las versiones oficiales. Ese ojo crítico, revisionista, también se posa sobre los casos del nuevo libro de Trabucco, sobre las historias que la sociedad, los medios, la justicia, construyeron acerca de esas asesinas: ante lo inimaginable que es una mujer criminal, se apeló al amor, a los celos o la histeria para volver a normalizarlas; se ocultaron los homicidios, escribe la autora, tras la "cortina" de la pasión
-¿La violencia y el crimen emparientan "Las homicidas" y "La resta"?
"Sí, la violencia es un elemento en común, aunque son violencias muy distintas. La violencia política es central en 'La resta', mientras que en 'Las homicidas' uno de mis criterios fue que no se tratara de casos de violencia política. Descarté a las guerrilleras, y también la legítima defensa, porque me interesaba esa zona inexplorada, donde la sociedad comienza a hablar de 'maldad'. Eso sí tiene que ver con el desacomodo. Mientras escribía 'La resta' me sentí incómoda muchas veces, tal vez porque sabía que no quería escribir una novela complaciente o porque mis preguntas no tenían respuestas unívocas. En 'Las homicidas' sentí algo similar. Quería indagar en este tema tabú, presente en la literatura en figuras como Medea, pero tremendamente problemático en la realidad, y sumergirme en las contradicciones, en la ambigüedad. Entonces comenzaron a surgir las preguntas: ¿qué pasa cuando una mujer mata? ¿Por qué se utilizó la histeria para explicar estos casos? ¿Qué es un crimen pasional? ¿Por qué a Corina Rojas, en 1916, se le llamó Quintrala y por qué ese nombre se repitió un siglo después en el caso de María del Pilar Pérez? Esas mujeres 'inexplicables', que rompen violentamente con los mandatos del género, me capturaron y me impulsaron, a punta de preguntas difíciles, a escribir 'Las homicidas'".
-Usted explica que no pretende entregar "una tramposa equivalencia entre la violencia sistemática que sufren las mujeres y otra que es, en los hechos, excepcional". Dice, sí, que "recordar a las mujeres malas es también una tarea del feminismo". ¿Por qué lo es?
"Me parecía importante empezar el libro con esa aclaración porque no faltarán los que digan '¿vieron que las mujeres también matan?'. No, no, no. Los hombres matan sistemáticamente a las mujeres y no a la inversa. Apenas el 5% del total de los asesinatos son de autoría femenina. Quise complejizar estos homicidios excepcionales porque en ellos hay una subversión que sobrepasa lo criminal: ellas transgreden, además, las leyes que regulan la feminidad. Esas que dicen que las mujeres debemos ser dóciles, complacientes, pasivas. Esa transgresión es interesante para el feminismo, entre muchas razones, por el tipo de emociones que aparecen. La rabia, por ejemplo. Cada vez que una asesina dijo la palabra 'rabia', los jueces la borraron y pusieron en su lugar 'celos'. Porque la rabia es peligrosa. Es 'poco femenina'. Tal vez esto lo vieron las feministas de principios del siglo veinte. Mientras investigaba, uno de los momentos más increíbles fue cuando encontré unas cartas donde organizaciones obreras de mujeres, y estoy hablando de 1918, quisieron intervenir a favor de Corina Rojas, para que no la fusilaran. ¿Por qué quisieron alinearse con una asesina confesa? Y, por otro lado, ¿por qué estos casos coincidieron con momentos de gran ebullición feminista? ¿A quién se castiga realmente cuando se castiga a una asesina? Estas son algunas de las preguntas que quise explorar".
Prueba ficticia
La vida sexual de Corina Rojas fue examinada con atención durante la investigación y el juicio, hasta transformarse en un punto decisivo del caso. "Nadie sospechó de Corina Rojas hasta que se descubrió su infidelidad -explica Trabucco-. Y eso fue clave para sentenciarla. Su transgresión sexual, es decir, que tuviera un amante en el año 1916, la condenó mucho antes de que se iniciara el juicio. Y ese enjuiciamiento moral y sexual sigue vigente. De hecho, fue el razonamiento que durante décadas exculpó a los hombres que asesinaban a sus esposas si podían probar infidelidad y es también el que les disminuyó las condenas por violación cuando probaban 'provocación'. La mujer aparece entonces como culpable de una transgresión anterior. Culpables de un 'pecado original' que las condena de antemano".
-A Rosa Faúndez no le creyeron que era la asesina. ¿Por qué es tan inimaginable una mujer homicida?
"Es un caso fascinante el de Faúndez. Ella confesó casi de inmediato. Pero había sido tan violento su crimen, tan aterrador para la sociedad chilena -recordemos que cortó el cuerpo en pedazos-, que nadie le creyó. Las mujeres debían ser buenas madres, buenas esposas, frágiles, delicadas. Y Rosa, en 1923, trabajaba como suplementera, no tenía hijos y confesó el asesinato. Ante esta serie de transgresiones -laborales, sexuales y criminales-, la sociedad la catalogó como 'masculina'. Es decir, a coro, dijeron que Rosa Faúndez no podía ser una mujer 'normal'".
-De María Carolina Geel usted destaca que ella nunca dice por qué mató y que se recurriera a su novela 'Cárcel de mujeres' para condenarla.
"El caso de Geel es el más conocido y ha sido recordado de modo casi unánime como un 'crimen pasional'. Mi pregunta inmediata fue: ¿se trató de un crimen pasional? ¿O fue esta una estrategia para normalizar a una mujer que se negó a confesar? El hallazgo de la sentencia fue clave para contestar esta pregunta. Y fue ese hallazgo lo que me permitió constatar que ese libro único, inclasificable ('Cárcel de mujeres'), había ingresado al juicio como evidencia. Es algo muy peculiar. Pero sí hay un precedente, en Francia: el caso de Pierre Rivière, un muchacho que asesinó a sus padres en el siglo XIX y que escribió sus memorias estando preso. Michel Foucault las recuperó y escribió un libro estupendo. Pero, y este es el punto, el relato de Rivière no fue usado en el juicio para esclarecer sus móviles. Y creo que la razón es esta: la violencia está inscrita en la masculinidad como algo posible, incluso plausible, así que la causa del crimen se vuelve menos necesaria. Esa diferencia entre el crimen femenino y masculino es abismal".
-El texto sobre María Teresa Alfaro es el único en el que introduce ficción, en particular recreando o adoptando la voz de ella. ¿Por qué lo hizo?
"La serie de crímenes cometida por Alfaro es única. Se trata de un caso que quedó grabado en la retina de una generación, pero que a diferencia de Geel o Faúndez, fue olvidado. ¿Por qué? ¿Por qué ningún artista retomó este caso (como sí ocurrió en los otros)? ¿Qué había en Alfaro que la volvió irrepresentable? ¿Que sus víctimas fueran niños? ¿Que fuera empleada doméstica? Su caso es el más singular y por eso me resultó francamente insólito que nadie hubiera escrito una ficción, una obra de teatro, en fin, alguna representación sobre ella. Y por eso quise experimentar. Escribir un cuento y registrar mis dificultades. Supongo que quería tensionar esa relación entre literatura y normatividad. ¿Era posible representar a una mujer asesina sin caer en las trampas de la representación? Todavía no estoy segura".
-En el libro hay un contrapunto entre el derecho y la literatura (partiendo porque usted estudió lo primero pero se dedica a lo segundo). Tras este trabajo, ¿con qué ojos ve el derecho o la ley?
"Recuerdo mi primer día como estudiante, cuando mi profesor de Introducción al Derecho dijo: 'El derecho es un arma contra la crueldad'. Hasta el día de hoy me pregunto si acaso habrá querido decir que el derecho debería ser un arma contra la crueldad y que nosotros, los mechones, debíamos transformarlo. Porque, obviamente, el derecho está a años luz de ser un arma contra la crueldad. Hoy en día criminaliza a los pobres, los encarcela, criminaliza a los inmigrantes, los expulsa, y ha fallado estrepitosamente a la hora de proteger a las mujeres. El derecho siempre llega tarde. Pero sí hay algo que pude comprobar una y otra vez en la escritura de este libro: y es que el derecho, al igual que la literatura, construye relatos. Y en el caso de las homicidas el relato jurídico fue implacable: celos, pasión, locura. Y no solo eso emparienta al derecho y a las letras. Este libro me permitió entender que la literatura, a su vez, está lejos de ser inofensiva. Como el derecho, también puede ser normativa: puede, a su modo, castigar y perdonar".
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