El cuento de Juan José Campanella
De perder a su productor después de dos películas sin éxito a ganar el Oscar. De volver a Argentina a estar con sus padres enfermos a crear un personaje con alzheimer con las frases de su madre. Del miedo al olvido y de todavía sentir temor antes de un estreno, a pesar de que la próxima semana estrena en Chile su película "El cuento de las comadrejas", habla uno de los directores más importantes de Latinoamérica. Y cuenta cómo logró resistir al fracaso, cuando todos le decían que dejara su carrera: "Hubo mucha gente que me firmó el certificado de defunción".
JUAN JOSÉ CAMPANELLA TIENE 59 AÑOS, un Oscar como Mejor película de habla no inglesa por "El secreto de sus ojos", dos premios Goya, ha dirigido capítulos de 16 series -entre ellas "La ley y el orden", "Dr. House" y "30 Rock"-, un videoclip de la banda Calle 13 y dos obras teatrales. Y el 23 de mayo estrenará en Chile su nueva película, "El cuento de las comadrejas". Pero, desde Buenos Aires, dice que está muy nervioso con el estreno.
-Cada vez es peor. Yo noto que lo que antes me parecía un excitante juego de casino, ahora me parece que es un riesgo mucho más grande que la recompensa. Y a medida que las películas van llamando más la atención, especialmente en Argentina, me ponen el reflector en la cara y me dicen: "A ver, divertime", "A ver si es mejor que 'El secreto de sus ojos'". Y la verdad es que me pone cada vez más nervioso. Cada vez más ansioso. De la misma manera en que me cuesta cada vez más hablar en público o recibir un premio.
Su nuevo trabajo, un remake de "Los muchachos de antes no usaban arsénico", de 1976, es la historia de una estrella de cine de la década de los 60 en su ocaso, interpretada magistralmente por Graciela Borges. Ella vive en una mansión con un pedestal en el que exhibe el Oscar que alguna vez ganó, junto a su marido (Luis Brandoni), también actor, y el director y guionista de las películas que protagonizó décadas atrás. El quiebre lo logra una joven pareja que llega para convencerla de que venda la casa y vuelva a la gloria que alguna vez tuvo. Luego, entre el humor negro y la ironía, la película se transforma en un reflejo de las glorias de la nostalgia y un homenaje al cine de antaño, donde todos parecen tener el mismo sino: estar destinados al olvido.
-Esta es una película que amo y hace 22 años escribí el primer guión. Son tantos años en la preparación y a lo largo del tiempo fuimos desgrasando la película, sacando cosas no necesarias. Todos los diálogos son muy ricos, muy del viejo estilo, para pensarlos, para reírse -dice Campanella-. Tengo tantas expectativas en la película y es en algún sentido tan distinta de las anteriores que, bueno, llega la ansiedad. Lo que sí me está calmando un poco es que noto que la reacción del público y de los comentaristas es buena.
-¿Estás atento a las críticas?
-Siempre. Yo no hago películas para mí. Lo son en el sentido de que cuando las estoy filmando el único parámetro que tengo es mi gusto. Excepto en el caso de "Metegol", que era para niños, nunca trato de ponerme en la cabeza de un espectador imaginario. Lo que sí, siempre queda la duda de si lo que me gusta a mí, le gustará a mucha gente.
-Pero tu criterio ha tenido buenos resultados.
-A veces, sí, pero en otras, no. Lo bueno del éxito es que cuando te toca, permanece. Y lo bueno del fracaso es que se olvida. He tenido tantos errores como éxitos, no te vayas a creer. Empecé teniendo fracasos, cosas que me han dejado heridas de guerra importantes y que todavía no cicatrizan.
Esas heridas vienen del comienzo de su carrera como director, cuando filmó en Estados Unidos las películas "The boy who cried bitch", en 1991, y "Ni el tiro del final", ocho años después. Las críticas lo destruyeron, y Campanella dice que logró vivir del cine a los 42 años, cuando estrenó "El hijo de la novia", su cuarta película.
-¿Qué te hizo seguir después de los fracasos?
-Saber que hay que tener piel de rinoceronte. Es fundamental, porque todo el mundo te va a tirar a matar. He tenido críticas lapidarias, críticas que no se las deseo ni a mi peor enemigo, y sin embargo había algo que me hacía seguir creyendo en mí. Pero es una línea fina, porque tampoco te puedes convertir en un obcecado, sin escuchar la crítica. Uno siempre tiene que tener fe en su potencial, pero hay veces en que lo único que tienes ganas de hacer es tirarte en la cama y comer Oreo con leche, mientras dices que todos son unos hijos de puta.
- ¿Hubo algún momento en el que sentiste realmente que no podías seguir con tu carrera?
-Tuve gente que me alentó mucho al comienzo de mi carrera y uno de ellos fue José Martínez Suárez, el director de "Los muchachos de antes no usaban arsénico", la original de "El cuento de las comadrejas". Fue en el momento de mi gran crisis con mi carrera, después del fracaso enorme de mi segunda película, en 1998. Ahí hubo mucha gente que me firmó el certificado de defunción. Mi representante en Estados Unidos un día me llamó y me dijo, "Juan, ya no puedo hacer nada más por vos". Hasta gente en lo personal me dijo que mejor pensara en dedicarme a otra cosa.
Campanella vivió por 20 años en Estados Unidos, después de estudiar un Master en Bellas Artes en la Universidad de Nueva York y sobrellevar la depresión por la soledad que sintió. Allí hizo tres películas, dirigió capítulos de series norteamericanas y quiso volver a Buenos Aires, a ver a sus padres.
-Mi mamá ya estaba medio enferma. Pero ella era emoción pura, era demasiado, así que nos costó darnos cuenta de que se estaba enfermando, porque tenía arranques muy emocionales y durante mucho tiempo nos costó distinguir lo normal de la enfermedad. Pero la primera etapa del alzhéimer es violenta y ahí nos dimos cuenta de que no era ella.
Ese tiempo, el director decidió dejar Nueva York y volver a Buenos Aires, a intentar empezar de nuevo. Cuando llegó, se juntó en un bar con Eduardo Blanco, el actor que terminaría actuando en sus películas "El hijo de la novia", "El mismo amor" y "Luna de Avellaneda", y Fernando Castets, quien sería el coautor de esas tres películas. Empezaron a imaginar cómo sería hacer una película juntos, y esa idea se transformó en "El mismo amor, la misma lluvia", de 1991. En ese rodaje, conoció a Cecilia Monti, encargada del vestuario, y quien se convirtió en su esposa y la montajista de todas las películas que vinieron.
-Esa película, si bien no anduvo bien, fue positivamente considerada por el público. Eso me devolvió la fuerza, la fe.
Luego estrenó "El hijo de la novia", de 2001, con Ricardo Darín, y ahí, la vida de Campanella cambió. En esa película, la actriz Norma Aleandro interpreta a Norma Belvedere, la madre de Darín que padece de alzhéimer.
-Todas las frases que dice ese personaje son frases de mi mamá. Todas. Hasta las graciosas. Ella no alcanzó a ver "El hijo de la novia", porque desde la época de "El mismo amor, la misma lluvia" ya no me reconocía.
Fueron 12 años desde que diagnosticaron la enfermedad a Luisa Quintana, su madre, hasta que a los 88 años falleció.
-Y me di cuenta de que esa enfermedad te va sacando las capas de tu personalidad como una cebolla, y lo último que te saca es el sentido del humor. Mi mamá no nos reconocía a nosotros, pero seguía entendiendo un chiste, dice Campanella-. Mi papá falleció en marzo de 2006, y mi mujer quedó embarazada en agosto de 2006, algo que estábamos buscando hace tres años. Pasé de ser hijo, a huérfano y después a padre. Y para agregarle más misterio a la cosa, si ves una foto de mi papá, es la cara de mi hijo. No se puede creer.
-En tus películas siempre muestras a personas de la tercera edad, ¿por qué?
-Desde siempre, toda la vida, me gustaron los viejos. Escucharlos, que me contaran lo que tenían para decir. Me gustan mucho los viejos activos, los que no se entregan y esperan la muerte. Los que le hacen frente a la cosa. Hay una vejez que es la del envase, inexorable y por eso me cuido como loco, voy al gimnasio, al médico, y bajar un kilo cada vez me cuesta más. No tengo ningún apuro en dejar estas tierras, pero es inexorable.
Hay un diálogo en "El cuento de las comadrejas" que el director dice que le gusta mucho. Advierte que es una conversación muy sencilla, que casi no es una línea memorable, pero que no deja de pensar en ella.
-Graciela Borges dice: "Tengo ganas de tener otra oportunidad", y su marido le pregunta de qué. Ella no sabe qué contestar y le dice "de todo". Y la verdad es que esa es una frase que me llega mucho, porque hay veces en que me gustaría volver a ser joven, pero no sé para qué. Volver a vivir.
-¿Te da miedo que te olviden?
-Soy consciente de que el director no es un nombre hogareño, no son nombres que la gente recuerde. Pero sí me gustaría que se recuerden las películas, aunque no recuerden quién las dirigió.
"Uno siempre tiene que tener fe en su potencial, pero hay veces en que lo único que tienes ganas de hacer es tirarte en la cama y comer Oreo con leche, mientras dices que todos son unos hijos de puta".