El amanecer de 101 años
En el mundo, el diarismo soporta embates, crisis y caídas
En el mundo, el diarismo soporta embates, crisis y caídas. ¿Cómo entonces no celebrar que en el Uruguay sigamos teniendo cada mañana un manojo de páginas que predican en editoriales severos, y sin cerrarse a nada, recogen rigurosamente todas las opiniones y controversias y pulsan todos los gustos, ansias y esperanzas de la República?> > Hace un siglo, las primicias se sellaban con la marca indeleble del diario que las lanzaba. Hoy, en pocas horas se decoloran en las redes y se disuelven en una fosa común. > > Cuando esta casa nació, el diarismo se hacía con parsimonia en la Redacción y con pesadez de plomo en el taller. Ahora en la era digital, la hora de cierre es cualquier minuto y el diario da la vuelta al mundo a la velocidad de la luz. ¿Cómo no estremecerse entonces al celebrar que, por encima de éxitos y zozobras, El País traspasó el siglo? ¡Triunfo empresarial!> > Pero un diario, aun exitoso y dominante, es mucho más que una empresa. Un diario es un esfuerzo privado, derramado hacia el interés público. Es una dación. Es una inspiración, un alma. > > En nuestra comarca, de esa costilla nacieron todos los diarios. El Bien Público, creado por Juan Zorrilla de San Martín en 1878 para defender al catolicismo frente al espiritualismo liberal y al positivismo. El Día, fundado en 1886 por José Batlle y Ordóñez para sustentar ideales republicanos sin guerra de clases. La Mañana, lanzado en 1917 por Pedro Manini Ríos para combatir al Batllismo. Y El País, que fundaron en 1918 Leonel Aguirre, Eduardo Rodríguez Larreta y Washington Beltrán Barbat, para encarar, desde la independencia de una trinchera blanca, las esperanzas que iba a abrir la nueva Constitución.> > Conocí la Redacción de esta casa -Plaza Cagancha, local compartido con El Plata- cuando publicaba "artículos" en la Tribuna Libre de la Juventud. Siendo yo batllista, lo natural era que me afincara en El Día. Ahí aprendí a dialogar con gente de La Tribuna, El Debate y El Sol. Reflejábamos amores y rechazos, pero es con ternura que uno recuerda los reproches y los puntazos estilísticos de los bellos tiempos en que las campañas se hacían con ideario propio y abierto -y no por ideas ajenas, compradas a billetera abierta.> > Pronto intuí que por encima de insignias y militancias, la libertad de prensa construye una malla muy diversa pero armónica y única -una auténtica unidad espiritual- que, con sus énfasis contrapuestos, enseña al ciudadano a sentir, pensar y distinguir públicamente los talentos y las virtudes. > > Un día de 1996 acepté el ofrecimiento insistente y generoso de los inolvidables Washington Beltrán Mullin y Daniel Scheck para que escribiese esta columna. No imaginé que la aventura iba a durar más de dos décadas. Tampoco imaginé que, tras haber vivido el Uruguay del vodevil, la comedia, el drama y la tragedia, tuviéramos que aplicarnos a luchar, en 2019, para reconstruir las bases de la convivencia republicana, derrotando la corrosión de la ignorancia y el fanatismo.> > No lo apunto con melancolía, porque el eterno retorno es la razón por la cual no muere la libertad crítica y creadora, alma de la palabra y materia prima de los diarios.