Miércoles, 01 de Mayo de 2024

Exégesis ontológica del paraguas

ColombiaEl Tiempo, Colombia 6 de septiembre de 2019


Carlos Gustavo Álvarez G


Carlos Gustavo Álvarez G.
De todas las cosas con que las personas salen de sus domicilios todos los días, en las ciudades que llueve o puede llover, hay una que tiene altísimas posibilidades de no retornar. Por esa razón, suele encabezar o estar en los primeros lugares de la lista de objetos perdidos. Supera muchas veces, y con creces, a llaves, gafas y bufandas o al tiquete del parqueadero. Y es que las mujeres suelen decir siempre alarmadas: "¿Qué hice el tiquete del parqueadero?". Para luego hallarlo en sus carteras --uno de los lugares más misteriosos del Universo, versión peculiar de "El Triángulo de las Bermudas". Todo se guarda, todo se pierde y todo aparece. Pura Magia. Se trata del paraguas. Y de su consorte, la sombrilla. ¿Quién lo inventó? ¿Lo pudo cranear alguien diferente de un chino? Solo que, en este caso, y según el "había una vez" de por allá, se trata de una china. Querida muchachita llamada Lu Mei, a quien no suelen hacerle ningún reconocimiento por su artificio de bambú, ni siquiera en una de esas reuniones igualitarias de género intervenidas por la miradísima Ivanka Trump. Y claro, como lo concibió Lu Mei, después salieron con el cuento chino que el paraguas ya existía por allá desde el siglo XI AC. Y le birlaron el crédito a la chinita. Con el paraguas suele suscitarse una relación de obligación, que no definitivamente de amor. Como en ciertas parejas. "Lleve el paraguas, mijo, que va a llover", le dice la mija. Y el señor se chanta el paraguas en el brazo, lo coge como un bastón karate o se lo cruza en la espalda, cual espada de Samurai. Lo que sea. El asunto es que cuando va en TransMilenio -medio de desplazamiento y espichamiento usado en Bogotá--, digamos que sentado, ya no sabe qué hacer con el paraguas. Y nada que llueve. Cuando se baja, digamos que logra bajarse, viene a su mente la idea que algo le falta: se le quedó el paraguas. ¿Devolverse a buscarlo? Ah... Se bajaron señor y paraguas. Sigue un largo día. Podrá llover si está oscuro. O si está claro, como en Bogotá, donde las aplicaciones climatológicas ya se cansaron de cambiar muñequitos y caracterizaron a la ciudad con un símbolo inamovible: gotas de lluvia que caen sobre un sol, solecito. Entonces el sentimiento cambia. "¿Para qué traje este maldito paraguas?". Y, sin embargo, no hay forma de desprenderse de él. Paraguas para aquí, paraguas para allá. Por si llueve. Si eso pasa, es el objeto más preciado del mundo. Hombre precavido… Y, sin embargo, nada salvará al artefacto de quedarse en el trabajo, corrientazo, viaje de regreso o por ahí. Y cuando el hombre llegue a casa sin bastón karate, espada Samurai ni paraguas, la mujer le preguntará socarrona: "¿Y el paraguas? No me diga que lo botó…". El paraguas, autónoma y jocosamente, ha producido un hecho sociológico. Mecanismo de distribución de la riqueza. Imposible en sistema económico alguno. Una persona que salió sin paraguas de su casa, regresará con uno. Y lo perderá. Y otro lo encontrará... Y se acabó la columna. Y no llovió…
Periodista. cgalvarezg@gmail.com
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