Viernes, 26 de Abril de 2024

Tensiones en el oficialismo

ChileEl Mercurio, Chile 21 de noviembre de 2019

La centroderecha debe saber equilibrar el pragmatismo con la formulación de respuestas coherentes con su identidad.

En las dos últimas elecciones, la centroderecha obtuvo resultados históricos. En ellos, el sector se fortaleció políticamente y -en particular, en los comicios de 2017- pareció sintonizar con parte importante de la nueva clase media que ha emergido. Ello, mientras la centroizquierda y la izquierda se alejaban de esos mismos sectores, que son en buena medida los que definen las elecciones. El gobierno del Presidente Piñera, sin embargo, pese a sus esfuerzos por mejorar la gestión pública, no logró en su primer año y medio plasmar la promesa que lo llevó al triunfo, cual era retomar el crecimiento económico, haciéndose a la vez cargo de los temores e inseguridades de los grupos medios. Más allá de que el crecimiento no tuvo el vigor esperado, su propia agenda no logró suficiente conexión con el sector ciudadano que lo llevó a la victoria. Pudo incidir la desgastante tramitación de las que eran sus reformas emblemáticas, que lo involucró en largas controversias de difícil comprensión ciudadana -reintegración tributaria, ente público de pensiones, etc.-, o simplemente impopulares -medidores inteligentes-; en cualquier caso, su nivel de respaldo experimentó un progresivo descenso, vertiginosamente agudizado ahora por la crisis social en desarrollo.
El manejo de esta crisis ha obligado al Gobierno a cambiar su agenda, renunciando a iniciativas que antes consideró claves y asumiendo otras -como la nueva Constitución- que distaban de sus prioridades. En ese contexto, se plantea a los sectores afines a la actual administración la pregunta de cómo proyectarse políticamente hacia el futuro.
Hasta comienzos de octubre, Chile Vamos se había mantenido bien evaluado en las encuestas, a pesar del deterioro en la aprobación del Gobierno, que había caído desde niveles en torno a 45 por ciento, hace un año, a alrededor de un 33 por ciento, hacia fines de septiembre. El bloque oficialista, al revés, luego de registrar cifras de aprobación del 36 por ciento hace un año, llegó a alcanzar un 40 por ciento en septiembre recién pasado. Pero en las últimas semanas, esta tasa ha caído de modo significativo, muy probablemente arrastrada por el brusco descenso del Gobierno, en un fenómeno que puede explicar, en parte, el distanciamiento y tensiones que hoy se observan entre La Moneda y sus partidos, preocupados estos de su propio futuro político.
Parte del fenómeno se vincula también con la dinámica de esta crisis, donde el Gobierno, luego de haberse allanado a la idea de una nueva Carta Fundamental, cedió a sus colectividades -acertadamente- el protagonismo en la negociación constitucional. Es probable que eso, a su vez, haya incrementado la voluntad de los partidos y congresistas por participar más directamente en la definición de los demás acuerdos, en particular aquel por la justicia social, llegando al punto de desafiar públicamente al Ejecutivo. Las características de nuestro sistema presidencialista tienden a incentivar este tipo de conductas cuando la popularidad gubernamental decrece, dando origen a tensiones como las que hoy se observan. De este modo, hacia adelante, La Moneda se encuentra compelida a considerar de modo mucho más fuerte a sus partidos. Pero estos, a su vez, tienen los incentivos para proyectarse políticamente y no solo ceder ante las presiones de una oposición con la que han demostrado tener capacidad de acordar transformaciones relevantes. Esto puede ser crucial para volver a conectar con una clase media que -más allá de haber mostrado su simpatía hacia las movilizaciones de este mes- es poco ideologizada y empieza a demandar la recuperación de un clima de mayor normalidad.
El logro de ese objetivo pasa, sin embargo, por saber equilibrar el pragmatismo que la situación actual impone con la necesidad de ofrecer respuestas coherentes con su propia identidad, en lugar de solo sumarse a las demandas y consignas de la calle, como parecen tender a hacerlo algunos congresistas. En tal escenario, el Presidente y el Gobierno deben desempeñar un papel importante en la orientación del debate, imponiendo altura de miras y denunciando los riesgos de populismo que pueden emerger en el contexto actual. En efecto, se ha ido instalando una visión de que el problema del país sería la existencia de una élite corrupta que tuerce la voluntad de un pueblo virtuoso. Se trata del caldo ideal para el populismo, con los riesgos que ello involucra para el futuro de nuestra democracia. Una centroderecha seria está llamada a cumplir un papel decisivo en conjurar esa amenaza.
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