Sábado, 21 de Junio de 2025

Un libro que recorre 250 años de divertimento capitalino

ChileEl Mercurio, Chile 11 de junio de 2020

Criss Salazar, impulsor de la plataforma sobre patrimonio Urbatorium, adelanta el lanzamiento digital de estas crónicas de divulgación.

Librada en las riberas del río Mapocho, como si se tratara de trincheras desprotegidas, o bajo los puentes en el Basural de Santo Domingo o en el Paseo de los Tajamares, era una auténtica lucha entre bandos enemigos, pero en su origen no era más que otra forma de diversión en los tiempos postreros de la Colonia.
"Eran batallas de niños, a piedrazos de un lado a otro: los santiaguinos, que estaban en el sur del río, y chimberos, al norte. Quienes habitaban en La Chimba no eran considerados de Santiago. Eran mirados en menos y ellos tenía un gran resentimiento", comenta Criss Salazar, investigador, cronista, archivero y grafomaníaco, una persona que deja todo por escrito.
Creador, además, de la plataforma web Urbatorium, desde hace 15 años viene recopilando información, documentos y crónicas sobre patrimonio y costumbrismo urbano. No solo cuenta con 2 mil entradas y unos 7 mil visitantes diarios: también es una editorial.
Ediciones Urbatorium lanza ahora "El Santiago que nunca aburría", donde el autor dedica un capítulo a las pedradas en el Mapocho, ocurridas con frecuencia entre 1800 y 1830.
Pero el libro profundiza mucho más en la idea de diversión como una práctica que ha llevado a definir idiosincrasias. Con enfoque divulgativo y con Pereira Salas como una fuente principal, busca los orígenes criollos de ese divertimento popular, desde 1590 hasta 1840: 250 años de diversión garantizada.
"Las primeras formas de diversión estaban asociadas -dice Salazar- a lo militar y a la caballería". El juego de la caña consistía en arrojarlas a la manera de lanzas medievales, y el "estafermo" medía fuerzas: se debía batallar con un muñeco móvil que estaba premunido de escudo y boleadoras.
En esos tiempos también brillaban precarios fuegos de artificio; las corridas de toros, que fueron prohibidas, y las peleas de gallos, que nunca se censuraron. También la captura al galope de un anillo colgante y "las parejas", jinetes en duplas de movimientos coordinados.
Parecido de algún modo a las canicas, era muy popular entonces un juego con bolos de distintas dimensiones, que imponía diversos desafíos de destreza y golpes, el "arrime", el "desembuche" o el "cupitel". Más adelante, los juegos de apuestas colonizan preferencias y arruinan fortunas: los naipes, los dados, las carreras.
"Siempre existió una disputa social sobre qué es y qué no es aceptable como diversión popular, además de una discusión constante sobre cuándo las prácticas pasan a ser excesos", dice Salazar, quien señala que mucho más que Portales, el gran aguafiestas del país fue el corregidor Zañartu. De ahí el castigo al exceso con la condena a trabajos forzados en el Puente Cal y Canto.
"La chingana es la matriz de la diversión popular en Chile. Allí había de todo: comida, bebida, baile, música, espectáculos e incluso sexo. Santiago estaba lleno de ellas y era un espacio súper pícaro y más bien caótico, que comenzó a palidecer con la Guerra del Pacífico, pero dejó una huella de divertimentos hasta nuestros días", cierra Salazar.
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