Camino a Marte
La pandemia interrumpió los vuelos intercontinentales y con ellos, los planes turísticos de millones de personas
La pandemia interrumpió los vuelos intercontinentales y con ellos, los planes turísticos de millones de personas. El destino más popular de estos días parece ser… el planeta rojo: la última semana se lanzaron tres, ¡sí, tres!, misiones a Marte.
Una es la de la sonda Al Amal (en español, Esperanza), la primera de los Emiratos Árabes Unidos, liderada por una mujer, Sarah Al Amiri, un orbitador construido con la colaboración de las universidades norteamericanas de Colorado en Boulder y de California en Berkeley.
Tres días más tarde se lanzó la Tianwen-1, de China. Transporta un rover que hará análisis químicos del suelo y buscará rastros de vida. Y ayer se lanzó desde Cabo Cañaveral, en Florida, Estados Unidos, la Perseverance (Perseverancia), de la NASA, que lleva un compañero muy especial: el helicóptero Ingenuity, un prodigio tecnológico que probará que es posible hacer volar una máquina en una atmósfera 100 veces más tenue que la de la Tierra. Perseverance también tratará de encontrar vida extraterrestre y, si halla indicios, recogerá muestras que volverán a la Tierra.
(Si no se hubiera interpuesto el nuevo coronavirus, por estos días también hubiera partido una cuarta misión: ExoMars, de la Agencia Espacial Europea y Roscosmos, su equivalente rusa, también en busca de huellas de vida.)
Uno tiene la sensación de que los vuelos a Marte ya son rutina. Y no es para menos. Desde los años 60, medio centenar de naves humanas se dirigieron al cuarto planeta y el segundo más pequeño de la familia solar, y hay una docena más con fecha de lanzamiento a confirmar desde aquí hasta 2030, cuando la NASA planea enviar una misión tripulada. No todas fueron exitosas. Las primeras nueve fracasaron: la Mars 1960A y B sufrieron una falla en el lanzamiento, el Sputnik 22 (de 1962) se destruyó después de partir, el Mars 1, del mismo año, perdió contacto al llegar. Hubo que esperar hasta las dos naves Mariner, de 1969, para cantar victoria. Pero incluso de allí en más se calcula que solo el 40% de los amartizajes fueron exitosos. Cuatro de entre ellos fueron realizados por robots cuyo sistema de guiado y control fue diseñado por el ingeniero argentino Miguel San Martín, que ostenta un 100% de éxito en los siete minutos de terror que exige el descenso en los polvorientos cráteres de nuestro vecino cósmico.
Pero nada de esto se compara con el desafío de un viaje tripulado.
Durante una visita al país, el ex administrador de la NASA, Charles Bolden, se refirió a las extraordinarias dificultades que habrá que superar. Por ejemplo, las que tienen que ver con las modificaciones que imprime en el organismo humano la ingravidez. Alteraciones en la visión, pérdida ósea y atrofia muscular, entre otras. También está el problema de llevar grandes cargas a varias decenas de millones de kilómetros de distancia. Los sistemas que proveerán oxígeno y agua tendrán que ser mucho más robustos que los de la Estación Espacial Internacional, porque si algo catastrófico sucede a 340 km de distancia, se puede recuperar la tripulación en horas o enviar un repuesto para que arreglen la falla. Pero Marte está a ocho meses de distancia, lo que implica que cada vez que se establezca una comunicación, habrá que esperar 14 minutos para recibir una respuesta. Los pioneros que se aventuren hasta allí, tendrán que permanecer por lo menos un año para que ambos planetas vuelvan a estar alineados (dado que tienen órbitas elípticas, solo están en su punto más cercano cada dos años). Además, se requerirán tecnologías disruptivas, algo diferente de la propulsión química que se usa en la actualidad y que necesita un enorme espacio de almacenamiento. Y probablemente habrá que construir debajo de la superficie para proteger a los viajeros de la radiación.
Sin embargo, ni las dificultades más insalvables nos impiden soñar. Desde el amanecer de la historia, somos una especie de exploradores. Y ya estamos en camino.