Dormir en la calle
A ningún gobierno le gusta cargar sobre sus espaldas las muertes por frío. Orsi lo entendió y no el ministro Gonzalo Civila.
O bien Carolina Cosse vive por fuera de la realidad o hizo una torpe elección de palabras para explicar los casos de gente que duerme en la calle. Lo deseable sería que se haya expresado de manera confusa. Pero sus palabras fueron tan claras que en realidad parecen delatar una desconexión con la realidad.
La vicepresidenta dijo que "sin querer" los ciudadanos se han acostumbrado a ver personas durmiendo en la calle.
No es así. Nadie se acostumbró a ver gente armando sus campamentos en la calle. Al contrario, es un problema que preocupa y afecta a todos y daña en forma visible la convivencia urbana.
Tampoco nadie lo toma como algo "normal" como ha dicho Cos-se al afirmar: "no quiero un país en el cual nuestros niños crezcan caminando por la calle sintiendo que es normal ver a una persona tirada muerta de frío". No sucede. Si Cos-se cree realmente que los uruguayos "sin querer" normalizaron esta realidad, es porque no sabe qué pasa por la cabeza de tanta gente al ver a personas durmiendo, verano e invierno, en la vereda bajo la ventana de su casa.
Esta situación preocupa en serio a la población desde mucho antes que surgieran las muertes por frío de estas últimas semanas.
Preocupa porque despierta sensibilidad. No es aceptable que tanta gente se tire a dormir en cualquier vereda y más en estas noches de temperaturas por debajo de los cero grados. Y preocupa porque afecta la vida cotidiana y la convivencia entre vecinos.
Llama la atención que si bien hay hombres, mujeres y personas mayores en la calle, predominan los hombres adultos jóvenes, entre 25 y 45 años. Gente de buen físico y aptos para trabajar. Esto puede deberse a que muchos han caído en la droga y dinero que tienen lo usan para adquirirla. Sus adicciones los alejaron de sus familias y amigos y por eso no tienen dónde parar.
Por lo tanto, es un problema duplicado. Al hecho de que mucha gente duerme en la calle se suma la drogadicción como una de las causas.
Por aquello de que si alguien sin techo no quiere ser llevado a un refugio, el gobierno entendió que no debía obligarlo. Esa postura incidió en el número de muertos por pasar la noche afuera. Para el ministro de Desarrollo Social, esa debía ser la política a aplicar, diferente a la del gobierno anterior. Al final, el presidente Yamandú Orsi ordenó trasladar a un refugio en forma coercitiva, de ser necesario, a quienes pernoctaban a la intemperie.
A ningún gobierno le gusta cargar sobre sus espaldas las muertes por frío. Orsi lo entendió correctamente y no el ministro Gonzalo Civila.
El problema no solo se concentra en los afectados por el frío sino en la presencia de tanta gente viviendo en la calle. El gobierno insiste en que el país debe dar una respuesta unida a este situación. No era esa su posición cuando estuvo en el llano. Pero es cierto que urge aplicar soluciones eficaces y para ello es necesario que gobierno y oposición se pongan de acuerdo.
Negociar con la oposición en un tema tan sensible implica que hay que escuchar y aceptar las propuestas sensatas. Proponer y también ceder para que en un entendimiento común, se apliquen medidas que realmente sirvan y sean eficientes y duraderas.
Orsi sin duda estaría dispuesto a ello y actuaría con apertura y sentido común porque sabe que un buen paquete de medidas acordado entre todos los partidos ayudará a sortear el problema y le servirá al país y a su gobierno.
El escollo está en la rigidez ideológica de algunos sectores. Si no hay flexibilidad no habrá ni acuerdos ni soluciones.
Ante las muertes recientes, el actual ministro se mostró insensible y rígido. Solo reaccionó cuando Orsi dio la orden. Si esa actitud persiste, es imposible pensar que se pueda llevar adelante un plan conjunto.
Antecedentes de intentos frustrados hay. Basta recordar que en la segunda presidencia de Tabaré Vázquez, este invitó a los partidos opositores a integrarse a una mesa de negociación para acordar medidas contra la inseguridad. Se reunían en la sede del Ejecutivo y participó el propio presidente. Se acordaban propuestas viables, pero cuando llegaban al Palacio Legislativo la bancada oficialista, la frentista que supuestamente apoyaba a Vázquez, desarmaba lo acordado. Al final, el entonces senador Luis Lacalle Pou dijo que en esas condiciones no se podía seguir y ahí terminó todo.
Ese antecedente quizás explique la desconfianza opositora ante un oficialismo que es intransigente cuando le sirve y reclama diálogo cuando le conviene.
Mientras tanto, los campamentos en las veredas de Montevideo seguirán multiplicándose y ello perjudicará la convivencia y enrarecerá el ambiente.
Negociada o no, acordada o no, alguna solución hay que encontrar. No es fácil y haga lo que se haga, tomará tiempo resolver este drama. Pero hay que empezar, porque contrario a lo que piensa la vicepresidenta, los montevideanos están preocupados.
Nadie se "acostumbró" a convivir con gente que duerme en la calle.