Jueves, 25 de Abril de 2024

Tolerancia y cultura de la cancelación

ChileEl Mercurio, Chile 14 de agosto de 2020

Para una cierta mentalidad imperante, todo sería parte de una narrativa que busca consolidar el poder establecido.

En Chile, al igual que en otros lugares del mundo, ha surgido una tendencia cultural y política que no está dispuesta al debate de las ideas, pues estima que aquellas que se le oponen no merecen el espacio que sería necesario otorgarles para una discusión en serio. La exposición de esas opiniones, contrarias a las de quienes representan esta nueva expresión cultural, sería irresponsable y dañina, pues les daría legitimidad e incluso sería posible que llegasen a engañar y hasta a convencer a quienes no estén suficientemente advertidos. Mediante argumentos de esta naturaleza, llegan sus partidarios al autoconvencimiento de que es mejor suprimir todas esas manifestaciones y evitarle a la sociedad la confusión que podría traer la difusión de esos puntos de vista, que ellos consideran políticamente incorrectos. En muchos casos -que hemos conocido bien en Chile-, quienes sustentan estas posiciones consideran que es mejor pasar al ataque y "funar" a quienes den opiniones o argumenten en favor de esos pensamientos discrepantes de los de ellos. En estos grupos extremos existe la idea de que es mejor silenciar, jamás tolerar, y, en lo posible, cancelar a sus adversarios. De ahí la similitud con lo que se observa en otros lugares, en especial en Estados Unidos, donde se habla de una "cultura de la cancelación", que ha adquirido gran notoriedad con sus ataques a estatuas y monumentos históricos.
Por cierto, no sería la primera vez en la historia que queden ciertos puntos de vista excluidos del debate público. En la Edad Media, desde luego, la dominación religiosa impedía difundir muchas ideas que ahora son comúnmente aceptadas, desde concepciones científicas hasta críticas a la Iglesia. Pero en las democracias se creía que tales situaciones ya estaban superadas. Si bien no todas las ideas tienen las mismas posibilidades de ser consideradas, solo la libertad de expresarlas les permitiría ir alcanzando esa difusión. De esta forma, por lo demás, han logrado hacerse escuchar quienes ahora buscan silenciar a los que mantienen posiciones estimadas más o menos conservadoras. El crecimiento y desarrollo de nuestro país ha expandido los grupos que participan y opinan en los debates, con lo cual estos deberían ir enriqueciéndose al ampliarse el espectro de voces que resuenan entre los ciudadanos. Sin embargo, aparece un serio problema si surgen entre estos grupos algunos que no quieren escuchar a los demás y procuran silenciarlos.
La explicación de estas corrientes no es fácil, en parte por la falta de claridad con que ellas mismas intentan explicarse. Posiblemente tomaron su origen en las ideas del posmodernismo, que casi llegó a negar la existencia de una realidad objetiva, independiente de nuestras percepciones, pues en sus vertientes más extremas hasta el conocimiento científico lo considera una construcción ideológica de los grupos burgueses dominantes: todo es mirado como una narrativa que busca consolidar el poder establecido. Nacido en medio de una izquierda radical, ha prendido en círculos académicos estadounidenses y, dada la enorme influencia de ese país, se ha difundido por buena parte del mundo occidental al menos. Si bien Europa cuenta con una profunda cultura que les da ciertos grados de inmunidad a estas modas intelectuales, allá también se ha resentido la libertad académica y no es fácil sustentar ciertas posiciones sin ser discriminado o ignorado.
Pero en América Latina, y en particular en Chile, las modas que despuntan en Estados Unidos acá causan estragos. Así, no cabe extrañarse de los ataques contra los monumentos a Arturo Prat o a Ignacio Carrera Pinto, dos héroes que gozan de popularidad, ni de las resistencias a escuchar a quienes mantienen posiciones conservadoras, entendiéndose por tales a los sectores políticos desde la centroizquierda hasta la derecha republicana. La mentalidad imperante solo busca un análisis simplista del poder, que lo entiende como una disputa de suma cero, que está supuestamente controlado por hombres heterosexuales y blancos, y debe cambiar de mano. A esta visión se opone la perspectiva más tradicional y razonable de quienes piensan que las sociedades enfrentan problemas complejos, no siempre completamente comprendidos, y que se requiere la participación de todos en el debate para buscar las mejores soluciones.
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