Excepcionalismo chileno
Triste sería que terminemos optando por coaliciones anacrónicas.
Mientras el comunismo felizmente tiende a desaparecer en otras naciones, en Chile parece cobrar vigencia con la candidatura de Daniel Jadue. No me referiré a su programa de gobierno, por haberse demostrado universalmente que la firmeza en las convicciones de los comunistas y sus principios contrarios a la libertad prevalecen sobre sus promesas y propaganda. Además, siempre fracasan en la gestión de sus exuberantes planes estatales y desprecio del derecho de propiedad. Por último, en este caso, su intolerancia se agrava por el antisemitismo del candidato.
Desde el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, los partidos comunistas han perdido sostenidamente influencia y militancia, salvo en China, que tiene condiciones particulares. Hace varias décadas dejó de funcionar la influyente Internacional Comunista, Komintern, que definía las estrategias mundiales de los partidos comunistas y extranjeros afines. La insignificante gravitación y escasa membresía hicieron innecesaria esa poderosa organización, en la que participaba nuestro PC defendiendo desde el estalinismo hasta la invasión soviética a Checoslovaquia. La cooperación continuó informalmente con adoctrinamientos, aportes financieros, instrucción militar, servicios de inteligencia compartida y entrega de armamento a través de Cuba.
Hoy no hay ningún gobierno comunista en Europa; solo en minoría gobiernan en España y en Bielorrusia. Un par, y con otro nombre, en África.
En América, el comunismo solo controla el poder, y con fuerte oposición, en Cuba, y en Guyana que, avergonzada, lo llama Partido del Pueblo. En Venezuela, formó parte de la alianza que sostiene al régimen de Nicolás Maduro. En Argentina, en la misma condición minoritaria, contenido por la mayoría peronista, apoya la presidencia de Alberto Fernández.
En Asia, aparte de China y Corea del Norte, donde con descaro Kim Jong-un preside el Partido Único de los Trabajadores, hay solo otros dos partidos comunistas en el poder.
La norma comunista es controlar el Estado como partido único que rechaza la disidencia, bajo la fuerza, con serias denuncias por violación de los derechos humanos y las libertades.
Otro excepcionalismo chileno, aparte del resurgimiento del comunismo: la Democracia Cristiana, partidos y agrupaciones democráticas han compartido recientemente gabinetes y gobierno con los comunistas. Alianzas que han debilitado y dividido a sus socios. Así sucedió en el gobierno de la Presidenta Bachelet. En estos días, de nuevo, algunos líderes democráticos están dispuestos a repetir esas alianzas para recuperar, mantener y compartir el poder.
En Europa, impensable sería una alianza democratacristiana y de algunos socialdemócratas con los comunistas. Triste sería que los chilenos, orgullosos de los avances y posibilidades de nuestro país, terminemos acomplejados, optando por coaliciones anacrónicas. Antes, algunos se preciaban de ser los ingleses de América Latina; tal vez ahora quisieran que fuéramos los comunistas de la región.