Acabada la Guerra del Pacífico, el gobierno encomendó a Ricardo Palma la titánica tarea de recuperar el palacio bibliográfico. El 28 de julio de 1884 se reabrieron sus puertas.
Por adolfo bazán coquis
Es febrero de 1881 y Lima ha caído. Las tropas enemigas de la Guerra del Pacífico se asientan en la ciudad y los lamentos impotentes no bastan para expulsarlos. Pero es un general quien colma las iras, un infausto llamado Pedro Lagos que decide ocupar las instalaciones de la Biblioteca Nacional y utilizar sus salones como barracas para un batallón de soldados.
Allí se resguardaban, sin contar las obras duplicadas, truncas y excluidas en el salón de depósito, 56.127 volúmenes al alcance de cualquier asiduo lector. Clásicos griegos y latinos, enciclopedias, los Evangelios. Historia, ciencias naturales, arqueología, lingüística, geografía y viajes. Algunos incunables y cuanto folleto se había escrito en el Perú desde 1584, además de colecciones empastadas de todos los periódicos. Un tesoro patrio y mundial. Un botín para el malhadado saqueo.
?Encargo presidencial?
El literato Manuel Ricardo Palma Soriano recibió el encargo de reconstruir la colección, una tarea que podía ser superior a sus fuerzas. Así lo estableció el presidente Miguel Iglesias: hoy, 2 de noviembre de 1883, se inicia la organización de la Biblioteca y Archivo Nacional. Habían pasado más de dos años y medio de la destrucción.
Se encargó a Palma la tarea de ser el director y a Toribio Polo de acompañarlo como subdirector. A ellos se hubo de sumar desde su lecho de enfermo, en calidad de director honorífico, Manuel de Odriozola, el general que fue perseguido por protestar por escrito ante EE.UU. por la afrenta del enemigo cometida en la casa de libros.
Diez días de labor desarrollaron los nombrados, horas largas de revisión e inventario de las posesiones hasta que el 12 de noviembre surgió el trémulo informe: solo quedan una pared de metro y cuarto de espesor del salón principal a punto de desplomarse; las habitaciones de los altos son un montón de escombros; salones del depósito desechos; apenas permanecen 738 apolillados y maltratados volúmenes. ?De la rica sección de manuscritos, queda únicamente el recuerdo?.
El mandato presidencial incluía una fecha: la entrega de la Biblioteca Nacional debía hacerse el 28 de julio de 1884. Tan solo ocho meses de trabajo para acicatear al Ave Fénix dormida, para que las primeras Fiestas Patrias en paz luego de cinco años de guerra se celebrasen con un especial triunfo.
?Labor de patriotas?
?Pudimos ser vencidos en los campos de batalla, pero la espada del vencedor no alcanzó a herirnos en el cerebro?, diría Palma. Y demostrándolo se promulgó un bando prefectural para que las personas que poseían libros con sello de la biblioteca los devolviesen. La respuesta: 8.315 volúmenes de retorno a casa.
Lo que vendría después sería una de las mayores acometidas nacionales: la búsqueda de los amigos, las cartas a literatos y hombres de letras, decenas de nombres de colaboradores multiplicándose, las donaciones e incluso la remisión de un pedido al presidente de Chile, Domingo Santa María, amigo de Palma, para que colaborase en la odisea. Se levantaron voces en contra, pero la respuesta que provino del sur fueron 624 tomos.
También hubo necesidad de apelar a otros recursos para conseguir más textos. Por ejemplo, cuando se iba a producir el remate judicial de la librería de Fernando Casós, que contaba con 3.000 volúmenes, Palma convocó una suscripción de ayuda entre el público, que culminó en cinco días con la generosidad manifestada en 992 soles, 192 más de los que se necesitaban para adquirir los textos.
Paralelamente, se realizaron las obras de reparación de la sede, para lo cual se invirtieron 11.212 soles, incluyendo la adquisición de estantes y mobiliario. Se consiguió transferir del Palacio de Gobierno retratos de todos los virreyes, del conquistador Francisco de Carbajal y de los presidentes Castilla, San Román y Prado, así como lienzos pintados por Merino, Laso e Ingunza. Las obras fueron limpiadas y reparadas gratuitamente por varios artistas.
?El gran final?
Mientras el tiempo se acortaba y las Fiestas Patrias se asomaban, los libros se hacinaban sobre el pavimento ante la carencia de anaqueles. Durante un buen tiempo solo se les pudo imprimir el sello de la biblioteca y aplicarles petróleo en las costuras para evitar que las polillas los comiesen, así como untarlos con trementina, mirbano y pimienta para su protección.
Llegado el día señalado, el 28 de julio de 1884, la biblioteca contaba con 18.630 volúmenes en seis anaqueles bajos y cinco altos en el salón Europa; 4.946 en 18 estantes bajos y 23 altos en el salón América; y otros 4.318 en depósito. Es decir, de los 738 libros deteriorados con que Palma se había encontrado ahora se contaba con 27.894 orgullosos volúmenes.El día de la reapertura, autoridades y personalidades acudieron de gala. Ante ellas, Palma leería su memoria: ?Allí donde adquiríamos noticia de la existencia de un libro que fue de propiedad nacional, allí acudíamos a reclamarlo; y sea dicho en encomio de la moral privada, ningún poseedor puso obstáculo a nuestra exigencia […]. Bibliotecario mendigo toqué a todas las puertas, y no encontré peruano, dígolo con patriótica satisfacción, que me negara su concurso ?.
Se permitió que el público visitase las instalaciones de la biblioteca hasta el domingo 3 de agosto, reabriéndose al día siguiente el salón de lectura en el horario de 12 a 5 de la tarde. Ese mismo lunes, El Comercio comentaba en su editorial que ?los últimos restos de las fuerzas chilenas desocuparon la vecina villa de Chorrillos, dirigiéndose al Sur, de donde regresarán a su patria?. Y la historia se empezó a escribir de nuevo.