El espejo roto
Hay un aspecto que en particular en Uruguay viene escapando al análisis, y es la incapacidad de los sectores más socialistas o "de izquierda" de asumir cuando le gente les da la espalda
Hay un aspecto que en particular en Uruguay viene escapando al análisis, y es la incapacidad de los sectores más socialistas o "de izquierda" de asumir cuando le gente les da la espalda.
En las últimas horas, desde España a Uruguay, dirigentes y referentes de esta forma de entender la política, se desviven en explicaciones para intentar justificar la derrota inapelable de un proyecto, y de un liderazgo como el de Gabriel Boric, al que han impulsado más allá de cualquier mirada crítica. Desde el dictador venezolano, Nicolás Maduro, señalando que es todo un complot de la derecha y de Estados Unidos, pasando por el exlegislador español Pablo Iglesias, que ha dicho que todo se debe a la influencia del "poder mediático", y hasta algún dirigente del Frente Amplio uruguayo, que sostuvo que no se explicó bien el texto (¿lo habrán leído ellos?). Un párrafo aparte merece el novel presidente colombiano, Gustavo Petro, cuya primera reacción logra superar la ya habitual escasez de luces de su vecino que conversa con pajaritos. Según Petro, este resultado implica que "Revivió Pinochet". ¿Se puede agraviar y subestimar así al 62% de los chilenos? ¿Qué nivel de soberbia hay que manejar para creer que desde otro país, a miles de kilómetros de distancia, se puede entender mejor la realidad de un pueblo que decide de manera tan abrumadora sobre su destino? Todas estas explicaciones exudan un mismo pecado: soberbia. Una pedantería que no es capaz de reconocer el error de querer imponer a una sociedad algo que le resulta ajeno. Y hay dos datos que muestran esto con total crudeza. El primero es que tanto los impulsores de este proyecto, como sus defensores regionales, agotaron ríos de tinta diciendo que se trataba de una Constitución que terminaría con los privilegios de una elite oligárquica. Y aseguraría una salud, educación y vivienda al alcance de las "clases populares". Pues fueron las verdaderas clases populares las que más dieron la espalda al mismo.
En los quintiles bajo y medio bajo de la sociedad chilena, el rechazo a la constitución llegó al 75,1% y 71,3%, mientras que en los sectores más ricos, éste logró un 60,5%. Los ricos fueron quienes estuvieron más cerca de apoyar la nueva constitución, aunque igual 6 de cada 10 se opuso a la misma. El segundo dato es que durante toda la convención constituyente se generó un clima de revancha indígena. Desde la presidenta de la misma, la académica de origen mapuche Elisa Loncon, (formada en Holanda y Canadá), hasta los conceptos incluidos, que daban a la justicia "originaria" enormes prerrogativas, así como obligación de consultar a estos pueblos sobre cualquier proyecto en su región de influencia, y la "restitución" de enormes áreas geográficas. No faltó actor de Hollywood que no lagrimeara a distancia ante la justicia y pertinencia de estas normas reparatorias. ¿Sabe quién no se conmovió? Los supuestos beneficiarios de estas normas. Al punto que la región de la Araucania, lideró los datos de rechazo a la propuesta constitucional, llegando casi al 74% de votantes que se inclinaron por el "No". ¿Será que Susan Sarandon sabe más que los mapuches lo que les conviene? Pero estas son todas cosas si se quiere menores. Humorísticas a esta altura del partido. Hay otro tema muy grave, y que nos atañe a todos los latinoamericanos, que no se ha hablado suficiente. Se trata del rol que el Partido Comunista chileno, y sus socios regionales, han tenido en el intento de confeccionar una Constitución que buscaba destruir las bases de una democracia representativa. Algo similar a lo que hicieron en Venezuela, ni que hablar en Cuba, pero también en Bolivia y otros países. Detrás del discurso indigenista, del apoyo a las minorías, y toda esa sanata, lo que se oculta es la intención de eliminar la clave de cualquier sistema democrático en serio: un ciudadano, un voto.
La historia muestra ejemplos de sobra de que a los comunistas nunca les importó la diversidad, ni las culturas originarias, ni las mujeres, ni los pobres. Les importa el poder. Y estas formas de organización corporativas, que licúan la verdadera representatividad social, son la nueva arma con la que conspiran para derribar a los regímenes democráticos, donde siempre se les ha hecho más difícil acceder al poder real. Si usted se fija atentamente a la agenda de discusión política en toda América Latina, verá que eso está presente, de una u otra forma, en todos los países. Los chilenos estuvieron atentos, y les dijeron que "No".