"The coldest game": El mundo como un tablero de ajedrez
Con la crisis de los misiles de los 1960 como telón de fondo, "The coldest game" ( {Lstrok} ukasz Kosmicki, Polonia) dispone todos los elementos como para que el espectador crea estar sumergido en una clásica película de espías
Con la crisis de los misiles de los 1960 como telón de fondo, "The coldest game" ( {Lstrok} ukasz Kosmicki, Polonia) dispone todos los elementos como para que el espectador crea estar sumergido en una clásica película de espías.
Y sí: allí están esas tramas complejas, las mascaradas, personajes en los que no hay ninguna seguridad de fiarse, enemigos que se tratan con cortesía y elegancia en los salones y juegan sin ningún escrúpulo con la muerte en las sombras.
Pero mientras vemos imágenes de noticias de la época -uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría- dos sobrevivientes se encontrarán en un campeonato de ajedrez, que es el teatro y la metáfora de las relaciones entre un lado del mundo y el otro. Y en este peculiar encuentro, el de dos personajes grises, ahogados en culpas escondidas -cada cual maltrecho a su modo tras la guerra- es donde está el meollo de esta historia. Uno, un matemático estadounidense, el otro, su anfitrión en Varsovia.
La historia comienza en Nueva York. Allí, el exmaestro de ajedrez Joshua Mansky (Bill Pullman) se mal gana la vida en bares jugando cartas, totalmente alcoholizado. Aun en ese estado, su genio matemático funciona con la rapidez de un computador de última generación. En la barra se le acerca una bella joven (lo más parecido a Jessica Rabbit), a quien conoceremos como Stone (Lotte Verbeek). Apenas alcanza a salir del tugurio a la noche neoyorquina, Mansky es secuestrado y puesto dopado en un avión. Despierta en una suerte de jaula vidriada donde la agente Stone, su jefe y un compañero le explican que están en la embajada de EE.UU. en Varsovia, donde deberá enfrentarse al campeón ruso de ajedrez Gavrylov (Evgenyi Sidikhin), en un torneo mundial sobre el que recae una alta expectación, dado el contexto político internacional que se desarrolla.
La puesta en escena tiene por objetivo que los agentes de la CIA logren contactarse con un "topo" infiltrado en las filas soviéticas. Y a su vez, estos, descubrir al traidor.
Si Mansky es un peón, otro tanto lo es el chispeante director del Palacio de Ciencia y Cultura (Robert Wieckiewicz), pomposo nombre para pomposo lugar. Entre partidas en el teatro atestado de público, son los agentes de la CIA y los de la KGB, encabezados por el siniestro general Krutov (Aleksey Serebryakov), quienes hacen las verdaderas jugadas.
Mientras, Mansky y su anfitrión, entre una borrachera y otra, se escabullen por pasadizos escondidos hacia las entrañas de la verdadera Polonia, un país herido y azotado, de ida y vuelta, una y otra vez.
La historia está sucediendo y la verdad oficial está apareciendo en las noticias. Pero Mansky y el director -mal que les pese a la CIA y a la KGB- ya han hecho su camino de redención, que vale sus costos.
Exquisitamente filmada, Kosmicki tuvo en la dirección de fotografía a Pawe {lstrok} Edelman (el hombre de filmes de Polanski y Wajda) y al diseñador de producción Allan Starski ("La lista de Schindler").
Una muy interesante metáfora política, desde la mirada de Centro Europa. Para cinéfilos, historiadores y politólogos.
(En Netflix).