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ChileEl Mercurio, Chile 4 de febrero de 2023

Hay personas que convierten las vacaciones en un trabajo, el trabajo de entretenerse, de pasarlo bien según una serie de convenciones de lo que consiste el pasarlo bien

Hay personas que convierten las vacaciones en un trabajo, el trabajo de entretenerse, de pasarlo bien según una serie de convenciones de lo que consiste el pasarlo bien.
En cambio, Hans Castorp -el protagonista de "La montaña mágica" (la leí durante unas vacaciones)- recuerdo que dividía sus horas de ocio en tres secciones: escuchar música, pasear y ensoñar. Las tres son muy recomendables y tienen ese hálito benefactor de lo inútil. Pero, sin duda, la más extravagante de ellas es la que consiste en dedicar una parte del tiempo propio a cultivar fantasías y alimentar ensoñaciones vanas. Entiendo por "ensoñar" la capacidad mental de formarse imágenes, usualmente siguiendo una ilación narrativa, sin que exista una correlación objetiva de ese relato mental.
Es, aunque al principio no lo parezca, uno de los visitantes más frecuentes de nuestra vida cotidiana. De ordinario, flota a poca altura, en pequeñas dosis y sin alejarse demasiado de las orillas conocidas; pero en otros casos, a partir de un episodio mínimo -un par de encuentros con cierta persona, una fotografía, un comentario dicho a la pasada-, nos sorprendemos construyendo en nuestra cabeza un pequeño "cuento" ya más distante de nuestras experiencias: las ensoñaciones de viajes que nunca realizaremos regalan un viajar en que se goza únicamente del lado placentero que tienen los viajes. De modo similar sucede con las ensoñaciones de amores inalcanzables, siempre victoriosos, o de la construcción de una casa (sin maestros incumplidores) o de escribir un libro de modo veloz y exitoso.
Ocupa, así, silenciosamente, momentos vacantes de nuestra conciencia -mientras se conduce un automóvil, se espera al dentista o se aprovecha el intervalo de una conversación latosa, por ejemplo- sin que, al final de cuentas, aparente ser sino una actividad ociosa de nuestra mente que viene y se desvanece sin mayor vestigio que un suave placer compensatorio.
Sin embargo, es posible que convenga cultivar el ensoñar para ampliar, conducir y fortalecer esa disposición magnífica de nuestro espíritu y convertirla en un arte. La ensoñación es la manera que tiene nuestra conciencia para desapegarse de la percepción inmediata; es una gran libertad que nos fue concedida, añadiendo holgura y belleza a nuestras vidas. En la novela de Mann, es un lujo completamente gratuito. Mientras el planificar o el proyectar imponen un curso de acción, establecen una deuda, la deuda (y el cálculo) de llevar a cabo acciones para poner en ejecución el proyecto, el ensoñar no supone ningún compromiso con la realidad de lo ensoñado: una vez que la fantasía a la cual nos habíamos entregado cesa, se disuelve sin más; es un fin en sí mismo.
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