Bienvenidos al año Friedrich
Se cumplen 250 años del nacimiento del artista alemán que retrató al ser humano ante la vastedad de la naturaleza. El autor de la más icónica pintura del romanticismo, "Caminante sobre el mar de nubes" ,será objeto, durante 2024, de una serie de exposiciones, homenajes e iniciativas online .
Excéntrico y solitario, Caspar David Friedrich (1774 -1840) solo salía de su casa de Dresden -que miraba hacia el río Elba- para dar largos paseos al anochecer. Criado en una familia protestante muy religiosa, detestaba a Napoleón y nunca firmó un cuadro, pues pensaba que su estilo iba a ser reconocido en la posteridad. Pero murió en la pobreza y en el olvido, hasta que el siglo XX lo trajo de vuelta.
"Hoy su obra 'El caminante sobre el mar de niebla' es omnipresente, especialmente ahora, en la era de las redes sociales. Mucha gente se identifica con esta imagen y, en este sentido, Friedrich vuelve a ser una especie de estrella del pop y una figura de todos los tiempos", explica Markus Bertsch, curador de la exposición sobre Friedrich "Un arte para una nueva era", que acaba de abrir en Hamburgo.
La relación entre el ser humano -con su esfera espiritual y trascendente- y la naturaleza fuerte e impetuosa encontró en Friedrich un interpreta privilegiado, que transformó la pintura de paisaje en una expresión novedosa y valorada.
La Kunsthalle de Hamburgo ya inició las celebraciones del 250 aniversario del artista con una muestra de 60 pinturas, incluidas obras muy emblemáticas, y un centenar de dibujos de Friedrich, un ámbito en que destacaba por su talento. Se exhiben pinturas famosas, como "Acantilados de tiza en Rügen" (1818), "El monje junto al mar" (1808-10) y "El mar de hielo" (1823/24), además de algunas de sus "pinturas cotidianas", hasta hoy bastante desconocidas.
Luego se sumarán la Alte Nationalgalerie de Berlin y la Staatliche Kunstsammlungen de Dresden con sendas exposiciones temáticas. Los tres museos cuentan con las mayores colecciones del mundo de obras de Friedrich. Una serie de préstamos recíprocos permitirá exposiciones sin precedentes sobre diferentes aspectos de su legado. Las muestras en torno a esteartista que buscó descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo -alguien habló de sus obras como "la tragedia del paisaje"-, muy en sintonía con la actual conciencia ecológica, cuentan con el patrocinio del Presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier e incluirán un portal online del artista.
La tempestad romántica
A los 34 años Friedrich pintó su obra "La cruz en la montaña", que en su momento generó gran polémica y abrió el camino a la pintura romántica en Alemania. Se criticó el simbolismo de la pintura y sus aspectos formales se consideraron arcaicos y medievales, muy lejanos al equilibrio de los paisajes clásicos. Pero la obra trajo nuevos vientos -casi tempestades- que removerían el racionalismo y la mirada neoclásica.
La emoción, la sensibilidad y la presencia de la divinidad emergieron en las pinturas de Caspar Friedrich a través de montañas escarpadas, amaneceres brumosos, gélidos campos de hielo y atardeceres en penumbra, a través de seres humanos insignificantes y empequeñecidos ante el infinito del universo y la naturaleza.
El pintor utiliza los rasgos de un paisaje para expresar sentimientos y reflexiones propias de su tiempo. En sus obras, que se alejan de lo puramente descriptivo, reensamblaba elementos de la naturaleza, ya que el paisaje era para él una inspiración, no un molde rígido. En "El mar de hielo", por ejemplo, convierte el helado río Elba en un ancho mar, con un barco naufragando aplastado entre losas de grueso hielo
Friedrich no busca la exacta representación del agua, las montañas y las nubes, sino el sentimiento que genera y la turbulencia de la psicología humana. Varios de los seres humanos presentes en sus pinturas aparecen de espaldas, lo que permite que el espectador se proyecte con más facilidad en el personaje anónimo que medita frente al paisaje: se disuelve la individualidad dentro de un orden cósmico.
Filósofos como Kant y Schlegel y escritores como Goethe y Novalis avanzaban simultáneamente en reflexiones que se alejaban del racionalismo y exploraban nuevos caminos, más allá de la idea de belleza clásica, como la idea de lo "sublime". Un concepto recurrente en el romanticismo, que Inmanuel Kant define en su "Crítica del juicio" (1790) y que se expresa, por ejemplo, en el dinamismo de una horrible tempestad, que muestra la potencia de la naturaleza.
Son tiempos en que nace la llamada "poética de las montañas" y los viajeros se aventuran fascinados en las rocas y glaciares de los Alpes, con sus abismos sin fondo. Como escribe Umberto Eco en su "Historia de la belleza", "el siglo XVIII es una época de viajeros ansiosos por conocer nuevos paisajes y costumbres, no por ansias de conquista, como había ocurrido en siglos anteriores, sino por experimentar nuevos placeres y emociones. Se desarrolla así un gusto por lo exótico, lo curioso, lo diferente". Muchos consideran que las montañas -"sombras de lo infinito"- elevan el alma hacia Dios. También surge el amor por las ruinas (preferentemente góticas, un período amado por los románticos) y la atracción por la muerte, que alguien describió como "erotismo mortuorio".
Las exposiciones sobre Friedrich que se realizarán este año cuentan con el apoyo de la Universidad de Jena, enclave donde, a fines del siglo XVIII, un grupo de dramaturgos, poetas y escritores pusieron el yo en el centro de su pensamiento y sus vidas. Estos jóvenes son justamente los que retrata Andrea Wulf en su reciente libro "Magníficos rebeldes", en el que muestra toda su pasión, pero también los abismos del narcisismo al que se asoman.
Mientras tanto, en otras partes de Europa, la expresión romántica se canaliza en las potentes obras de Francisco Goya, en el dramatismo de los franceses Gericault o Delacroix y en la singular estética de los prerrafealitas ingleses.
Hombre del Báltico
Caspar David Friedrich era un hombre que venía del frío norte europeo. Nació frente al mar Báltico, en la región de Pomerania y se formó en la prestigiosa Academia de Copenhague. En 1798 se traslada a Dresden, ciudad en la que residirá hasta su muerte en 1840. En ese entonces, Sajonia era un foco neurálgico del arte y la cultura europea.
El pintor tuvo una infancia triste, marcada por las calamidades. Fue el sexto de los nueve hijos de un fabricante de velas y jabones y su madre falleció de tifus cuando él tenía pocos años. Poco después sus hermanas, Elizabeth y Maria, morirían de viruela y tifus y su hermano Johann Christoffer moriría en un lago helado al intentar salvar a Caspar, que previamente había caído al agua y logró salvarse.
Criado en una estricta familia protestante, la tristeza y la culpa por la muerte de su hermano persiguieron al joven Friedrich, quien encontró en la pintura una válvula de escape, donde demostró gran talento. En 1797, con 23 años, pintó su primer "Paisaje con ruinas del templo" y en 1808 terminó la conocida "Cruz en la montaña".
A los 44 años se casa con la joven Caroline Bommer, 19 años más joven que el artista, crían varios hijos y el artista vive su período más fecundo. El rey prusiano Federico Guillermo III le compra dos obras y los Romanov, a través del poeta ruso Vasili Andréyevich Zhukovski, adquieren algunas de sus pinturas.
Con el paso de los años, se recrudecen los períodos depresivos del pintor y un derrame cerebral afectó su carrera y su ánimo, además de dificultarle el movimiento y la práctica de su arte. Friedrich muere en la pobreza a los 66 años.
Friedrich ecológico
Olvidada en la segunda mitad del siglo XIX y luego admirada por los nazis, la obra de Friedrich permaneció en la sombra dutante la segunda mitad del siglo XX hasta que en 1972 la Tate Gallery de Londres recupera su figura y sus obras generan gran admiración.
Su pintura será también reivindicada por grandes artistas del siglo XX, como Mark Rothko, en cuya expresión cromática y estructuras rectangulares se advierten trazas de la visión del paisaje de Friedrich. Por ejemplo, de su radical obra "Monje en la orilla del mar , en la que se observan tres franjas que se fusionan: en primer término, la arena; luego, el mar que brilla bajo la luna, y un cielo enorme que ocupa gran parte del cuadro. Todo ante la mirada de un diminuto monje de espaldas.
El anhelo por una "naturaleza intacta", tan vigente hoy, fue impulsado con fuerza por el romanticismo, aunque el movimiento tenía una mirada más nacionalista, distinta a la actual perspectiva global frente al cambio climático y la destrucción de la naturaleza. De todas formas, la apelación romántica parece cobrar en estos días especial actualidad y por eso en Hamburgo también se exhiben obras de una veintena de artistas contemporáneos, entre ellos Olafur Eliasson e Hiroyuki Masuyama, quienes citan o se inspiran en la mirada de Friedrich.
El hombre pálido, taciturno y religioso, que venía del Báltico, parece tener, más que nunca, mucho que decir.
Las espaldas y el infinitoA juicio de Sandra Accatino, directora del Departamento de Arte de la Universidad Alberto Hurtado, "uno de los elementos compositivos más singulares de las pinturas de Caspar David Friedrich es que ellas suelen incorporar un plano ocupado por una o más personas que nos dan la espalda mientras observan un paisaje o bien por ventanas o restos de construcciones que dejan entrever fragmentos del cielo, del mar, de unas ruinas derruidas. A través de esos espectadores representados en el interior del cuadro y de los obstáculos visuales que se interponen entre nosotros y el paisaje, Friedrich convierte a la contemplación romántica de la naturaleza en el tema de su pintura, nos invita a entrelazar la experiencia de la inmensidad de la naturaleza con el deseo de trascendencia y el anhelo de infinito del ser humano".
A 250 años del nacimiento de Friedrich, según Accatino -autora del libro "Mirar de lejos. Descripciones"-, las obras del pintor "nos conminan a volver a pensar en la noción de lo sublime y las relaciones de fuerza y dominio con la naturaleza a la luz de la constatación de la actual transformación de los sistemas naturales por la acción humana. A un nivel más inmediato, pero no menos importante, nos advierten sobre la importancia de la tutela del paisaje como parte de nuestro patrimonio cultural, frente a la expansión de las especulaciones inmobiliarias y de la industria del turismo".