Jueves, 09 de Mayo de 2024

Día del Libro: ¿Puras palabras?

ChileEl Mercurio, Chile 26 de abril de 2024

Digamos la verdad: el verdadero hechizo para la mayoría de las personas en Chile es hoy el de la pantalla.

Por todas partes y a toda hora, en nuestro país, se está celebrando el Día, la Semana, el Mes del Libro. En colegios, universidades, ferias varias. ¿Cómo no alegrarse? Pero escucho una pregunta insidiosa de la vocecita de la conciencia: ¿Quiénes de todos los que están hablando sobre el libro, avivando la lectura, están leyendo de verdad? ¿Cuántas personas ha visto usted en el metro estos días con un libro en la mano? ¿Las madres leen frente y con sus hijos o más bien wasapean? ¿Leen los profesores en sus ratos libres? ¿Será de verdad una convicción esta pasión súbita por la lectura o es más bien una buena intención declarativa que no se traduce en una presencia real del libro en nuestras vidas?
Digamos la verdad: el verdadero hechizo para la mayoría de las personas en Chile es hoy el de la pantalla (objeto inerte, que no se puede acariciar) antes que el del libro (objeto vivo, que se puede oler, tocar), y ante ese hechizo hemos sucumbido como sociedad, aunque en nuestro discurso sigamos diciendo que leer es bueno. Más declaración de la boca para afuera que convicción y amor y genuina pasión por la lectura (esa "linda calentura" de la que hablaba Gabriela Mistral). Porque si fuera de verdad así, no habría que hablar ni sermonear tanto sobre los libros, porque los libros estarían naturalmente ahí, en nuestros hogares, en nuestras conversaciones, en la educación y en la vida, en los medios de comunicación. No hemos llegado al nivel de Fahrenheit 451, la magnífica y profética distopía de Ray Bradbury, pero estamos cerca.
Los libros echan de menos a sus lectores y los lectores no parecen echar de menos a los libros. No hay nada más triste que sentir la soledad de un libro abandonado en una estantería, en una biblioteca o en una caja de saldos en una librería. La soledad del libro en nuestra sociedad tiene mucho que ver con la soledad que estamos viviendo hoy, disfrazada de hipercomunicación digital. Desde luego, el placer de la lectura no puede ser obligado, sería un contrasentido total. Leer es un placer, no una obligación. Un placer que se puede compartir, transmitir por osmosis, con el ejemplo, pero no desde el "deber ser". ¿Pero quién contagia ese placer en nuestra sociedad hoy? Hay algunos notables portadores de la buena nueva del libro, cuentacuentos, profesores apasionados, padres que leen sagradamente un cuento todas las noches a sus hijos, pero todo eso en un mar de indiferencia, de olvido del libro.
No se trata de fetichismo libresco. No me gustan los ratones de biblioteca: para mí los libros tienen que salir del encierro académico y bibliófilo, e ir al encuentro de la vida. Pero una miseria cultural está creciendo silenciosamente en nuestro país y no se ve una élite empeñada en revertirla, como sí fue en el siglo XIX, cuando se creó la Biblioteca Nacional con grandes donaciones, o cuando el educador Claudio Matte salió a recorrer el mundo para estudiar métodos didácticos para superar el analfabetismo en Chile. El cóctel es fatal: la educación pública en el suelo y pantallización masiva de la población. Todos los días vemos a miles de niños abandonados por sus padres a las pantallas. El libro nos provee silencio, tregua, pausa entre tanta prisa, recogimiento, todo aquello que la industria del entretenimiento digital quiere evitar a toda costa.
Pascal decía en el siglo XVII: "Todas las desgracias del hombre provienen de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación". Lector es el que puede permanecer en reposo en una habitación, al aire libre, en un avión, donde sea, con un libro en la mano, y esa es hoy una de las formas de resistencia a la indigencia espiritual e intelectual en curso. Una indigencia tan grave como la otra (la más visible) y a la que no se le otorga la atención que merece. Dejemos de hablar tanto sobre los libros, vayamos al encuentro de estos, antes que nos extraviemos hasta un punto en que ya no podamos regresar.
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