Byung-Chul Han: un misántropo que añora el contacto humano
En "La tonalidad del pensamiento" se reúnen tres conferencias del filósofo surcoreano-alemán. En ellas, revela algo de su intimidad hogareña, como el amor a las flores y lo poco que le gusta salir de casa; vuelve sobre la pérdida del eros debido a la mercantilización de todo y todos, y, contra el pesimismo y el optimismo, hace un llamado a la esperanza.
Por lo general, no viaja, su mundo es su casa, las flores que tiene allí y un piano de cola, un Steinway que compró, sin saber tocar, para aprender las "Variaciones Goldberg" de Bach. Solo logró sacar, tras dos años, el aria, que interpreta todas las mañanas. Es lo primero que hace en el día.
"Estar hoy aquí no me resulta nada fácil, porque por lo general no viajo. Solo salgo de mi casa una o, como mucho, dos veces al año. Es allí donde paso la mayor parte del tiempo", dijo Byung-Chul Han el 13 de abril de 2023, en Portugal, al partir la charla que dio con ocasión del quincuagésimo aniversario de la Universidad Católica Portuguesa de Lisboa. "Paso la mayor parte del tiempo sentado ante mi escritorio o ante mi piano de cola, y rodeado de flores. En estos momentos, concretamente, magnolias. Soy un tipo extraño. Por las noches camino por las calles de Berlín provisto de un lazo hecho con una cuerda y robo todas las magnolias, las bellas magnolias".
La charla, "Sobre la esperanza", es parte de "La tonalidad del pensamiento" (Paidós), libro que incluye otras dos conferencias del filósofo surcoreano-alemán: la que le da título al volumen, realizada en Leipzig, Alemania, el 23 de abril de 2023, y "Sobre Eros", que tuvo lugar en Oporto, el 11 del mismo mes. Hay registro de esos encuentros públicos, a los que se puede acceder a través de códigos QR incluidos en el texto. El libro, además, es la primera entrega de "Trilogía de las conferencias".
La verdad de las flores
En Leipzig, Han insiste con las flores. Dice que piensa y escribe rodeado de ellas, de rosas y peonías en ese momento. "Mis flores me protegen. Sin flores no puedo pensar", cuenta. "Ojalá fuera una planta. A ser posible, una peonía. Creé mi habitación de flores antes de descubrir que Claude Debussy también tenía una. Componía rodeado de flores, no solo en verano, sino también en invierno. De hecho, su música huele a flores. Me esfuerzo muchísimo -y voy a seguir haciéndolo- en conseguir que también mi pensamiento huela a flores. En ellas está la verdad".
Flores y música, entonces. Ese es el aroma y tono que Han quiere para su filosofía. En la conferencia de Leipzig, al filósofo lo acompaña la pianista Sharon Prushansky, quien interpreta piezas de Bach y Schumann. Tiene sentido el cruce, pues el autor reflexiona sobre la importancia de la música para su pensamiento.
Autor de una serie de breves, directos y exitosos ensayos en los que critica la enajenación del individuo y la sociedad contemporáneas -entre ellos "La sociedad del cansancio", "La agonía del eros", "Infocracia" y "Capitalismo y pulsión de muerte"-, a Han se le ha criticado repetirse. En el primer texto de su nuevo libro da una explicación: "Hay personas que me acusan de repetirme demasiado. Pero no se dan cuenta de que mis libros no son repeticiones, sino variaciones", dice, que se guían por las "Variaciones Goldberg". De modo que: "Si considero mi libro 'La sociedad del cansancio' como aria de todo el ciclo, entonces a este ensayo le deberían seguir treinta variaciones".
Esa es la tonalidad o aroma de su pensamiento. Aunque, aclara: "Yo no pienso: se piensa. Para mí pensar es agradecer".
Si bien desea ser una peonía, las flores favoritas de Han son las hortensias, tanto que se gastó el dinero que ha ganado con sus libros en hacer una película de dos horas en la que las protagonistas son ellas.
Más allá de las confesiones e intimidades, a lo que parece apuntar Han con su testimonio es a la necesidad de un tiempo distinto, de un quiebre y hasta de una abolición del tiempo que, aunque sea por un instante, nos libere del tiempo lineal, cronometrado y acelerado de la sociedad capitalista, de la sociedad del cansancio.
"Solo es visible lo que permanece quieto ", dice al comentar una fotografía (o daguerrotipo) de Louis Daguerre. "Solo lo largo y lento se hace realidad".
La desaparición del otro
A pesar de lo que puede haber de misantropía en esto de rodearse de flores y un piano, y que con eso le baste (Han confiesa que a la larga solo consigue aguantar a las flores, pero no a las personas), igual añora el contacto humano, o al menos eso es lo que piensa: "Si alguien me pidiera que resumiese mi pensamiento filosófico en una sola frase, le propondría la siguiente: el otro desaparece".
Si ya la mercantilización y digitalización del mundo (y de las personas) han hecho de la comunicación, el contacto y la amistad sucedáneos o simulacros sin sustancia, la pandemia aceleró todo, porque los otros eran posibles portadores del virus y había que mantener la distancia: "Evitamos cualquier contacto físico, como si el otro fuese algo sucio. En este contexto, el contacto equivale a suciedad. Pero ya antes vivíamos sin contacto físico. Lo único que ha hecho la pandemia ha sido agudizar aún más este fenómeno", dice Han.
"¿Somos capaces aún hoy de mantener el contacto, de tocar al otro? El contacto corporal es sumamente importante para la cohesión de una comunidad. Es la mano, el apretón de manos, lo que sella la confianza. A pesar de la conexión y la comunicación digitales, o precisamente debido a ellas, nuestra sociedad es realmente pobre en contacto".
De ahí el estrés, la ansiedad, la depresión. Estamos cada vez más atrapados en nuestro yo: "Los medios digitales dan lugar a una comunicación sin presencia". Es una comunicación sin cuerpo, espectral, fantasmal, dice el filósofo. "Solo la presencia nos hace felices". "El dedo índice que teclea lo convierte todo en consumible y disponible". "La digitalización conduce forzosamente a la desaparición del otro". El teléfono inteligente cosifica al mundo, nos pone a salvo de la " imprevisibilidad del otro ", es una burbuja digital que nos protege de la realidad.
"La idea de la desaparición del otro también entronca con mi ensayo 'La sociedad del cansancio', en el que hablé de la autoexplotación en la sociedad neoliberal del rendimiento. Hay un aforismo de Kafka que dice así: 'El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo'. El animal piensa que es libre cuando se azota a sí mismo. Y nosotros hemos sucumbido a esta ilusión fatal", cree Han.
"Ser libre significa estar libre de presiones", agrega, y además "es sinónimo de comunidad lograda ", es una "palabra relacional". Se es libre con otros: "Entre los empresarios de sí mismos tampoco puede surgir una amistad libre de propósito. (...) Mientras competimos despiadadamente los unos con los otros, el capital se reproduce. La libertad individual es una servidumbre en la medida en que el capital se apodera de ella para multiplicarse".
Entre el rendimiento, la producción y el consumo, vivimos una vida que ya no es humana, sin trascendencia: "Hoy todos nos hemos convertido en rebaño. Un rebaño del consumo, un rebaño de la comunicación, un rebaño de los datos, un rebaño de la información, y así sucesivamente".
Hecho el diagnóstico (en estas conferencias y en general en la obra de Han), no parece que haya mucho que hacer, además de comprarse un piano y cortar flores. Sin embargo, contra el pesimismo (y el optimismo, que comparte con el primero la creencia en que todo ya está determinado), el filósofo apuesta por la esperanza: "Ya les he dicho antes que hoy en día la trascendencia está retrocediendo en todas partes debido al avance de la inmanencia del consumo, de la producción y de la comunicación. Y la esperanza, sin embargo, no produce. Se orienta hacia lo que aún no es, lo que aún no ha sido, lo que aún no ha nacido".
En este punto, como el católico que reconoce ser, Han recurre a san Pablo, a la "Carta a los romanos", donde dice: "Cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve?".
La esperanza, entonces, es porque sí, es una suerte de fe en que nunca nada es definitivo. "Es una actitud del espíritu, un estado del espíritu que nos eleva por encima de lo ya dado, lo ya visto y, sobre todo, lo que no debería ser", explica. Y luego cita una de las cartas que Václav Havel escribió mientras estaba encarcelado por el régimen comunista de Checoslovaquia: "La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga".
Que hay sentido, esa es la esperanza y la libertad que enarbola Byung-Chul Han.
El teléfono inteligente cosifica al mundo, nos pone a salvo de la " imprevisibilidad del otro ", es una burbuja digital que nos protege de la realidad.