Lunes, 12 de Mayo de 2025

La artista Ides Kihlen cumple hoy 107 años y sigue pintando día y noche, sin límites: "Estoy fantástica"

ArgentinaLa Nación, Argentina 5 de julio de 2024

Ides Kihlen, de 107 años, hizo de su casa un gran lienzo para seguir pintando Los labios rojos, la vincha negra, los ojos grises detrás de los anteojos, esa elegancia Chanel con la que viste su cuerpo menudo

Ides Kihlen, de 107 años, hizo de su casa un gran lienzo para seguir pintando



Los labios rojos, la vincha negra, los ojos grises detrás de los anteojos, esa elegancia Chanel con la que viste su cuerpo menudo. Siempre igual. Ides no ha cambiado mucho en los últimos años y cuesta creer que cumpla 107 este 10 de julio. Escucha poco, como si ya no quisiera oír más que la música de sus pensamientos. Dejó atrás las reglas de este mundo hace mucho tiempo. Nunca les dio demasiada bolilla.

De chiquita ya se había inventado su propio nombre. Ahora vive sin relojes ni límites para su pintura. Toda la casa es su lienzo. Pinta si quiere una pared, un baño (parece el de Yayoi Kusama, con puntos negros hasta en la escobilla), una repisa a la que sacó los estantes. "El fondo va en negro. No está terminado. Le falta mucho", advierte. No se explica cómo hizo para pintar parada, estirando tanto el brazo. "Nosotras salimos y no sabemos con qué nos vamos a encontrar. Es un peligro", dicen sus hijas Ingrid González Monteagudo y Silvia González Kihlen, que hace unos años se mudaron con ella para cuidarla (si es que las deja). Activas guardianas y difusoras de su obra, la cuidan con esmero. "Tiene su carácter", confiesan. No dicen la edad, pero peinan canas: heredaron de su madre la coquetería y la vitalidad. Todo es taller en la casa de la artista Ides Kihlen, que vive rodeada de su obra y le habla a sus pinturas como si fueran viejos amigos

En una hora, el año pasado, Ides le cambió la cara al palier con un mural gris, con líneas laberínticas y apliques de collage. Las hijas, maravilladas, decidieron darle el tono del fondo de su pintura a todo el recibidor. Guardan la obra terminada porque todo lo que tiene al alcance puede ser intervenido si le agarra un rapto de inspiración.

Duerme de a ratos, camina por el living para no perder la fuerza en las piernas y trabaja arrimada en la mesa ratona. "Mamá, ¿que hacés despierta?, ¡es la una de la mañana!", le dice una de sus hijas una noche que la encuentra todavía con el pincel. "¿Qué importancia tiene?", les responde impávida. ¿Qué es el tiempo para ella?

A veces pinta con la punta de los dedos, como si estuviera tocando el piano, con golpes rítmicos. Su pintura es musical. En su mesa de trabajo ahora hay figuras geométricas cortadas en telas: está interesada en el collage textil. "Están sin terminar", avisa. "Estoy fantástica", responde Ides Kihlen cuando le preguntan cómo se siente

La perrita Shih Tzu se acerca para que la acaricie con sus manos nudosas. Ya no puede tocar el piano porque la mano izquierda tiene tres dedos rígidos . Piensan que le quedaron así de tanto apretar los anillos de brillantes, que usaba girados hacia adentro, para esconder las piedras: sentía que le daban fuerza para pintar. Ahora que no los tiene puestos, a cada rato les pide a las hijas que se los acerquen cuando busca inspiración e impulso. Son sus talismanes .

"Me olvido de los cuadros, son todos muy parecidos. Después descubro uno y lo veo muy moderno", cuenta. La pintura es su mundo, y mantiene una relación con su obra como de viejos amigos. Algunos le traen recuerdos. "Ese lo hice tirada en el piso, y se me subieron todos los perritos arriba del cuadro", dice del más grande, que está detrás del piano. Cuando la conocí, a los 85, todavía tenía la destreza de pintar acostada en el piso. Ahora mira un cuadro de los 2000 de la serie Del Tigre y le dice cosas: "Qué lindo sos. Sos el mejor que hice". Al lado suyo hay una pintura de un gato. Le dice: "Yo te hice con esos ojos azules. Te hice fuerte y con garras para que te defiendas, pero sos tan bueno. ¡Mi amor!". Detalle del baño de la artista Ides Kihlen intervenido por ella como uno de sus cuadros de la última serie

A veces la encuentran desayunando una taza de té frío y burbujeante. "Hay que sacar la botella de champagne de la heladera", observan sus hijas. No sigue dietas: adora el huevo frito con papas fritas. Por las noches, se arrima a la cocina y vacía las alacenas hasta encontrar sus vainillas . No toma remedios de ningún tipo. Ni siquiera acepta un desinflamante si le llega a dar algún dolor de huesos. "Yo no tomo esas cosas", responde tajante. Mantiene su autonomía. "¡Salgan de acá!", ordena si alguien pretende acompañarla al baño. "Estoy perfecta", aclara siempre que le preguntan cómo se siente.

Tras cumplir los 106, estuvo internada en terapia intensiva. Los médicos no sabían qué le pasaba y al tercer día la mandaron a su casa para que estuviera más cómoda. Sus hijas lloraron toda la noche. Al amanecer la encontraron sentada en la cama, reclamando el andador. Por la tarde ya estaba en la mesa ratona, pintando como cualquier otro día. "Estoy fantástica", las tranquilizó. Las hijas, aliviadas y felices, fueron a su cuarto a buscar un chocolate de alguna de las cajas de bombones que había recibido en su cumpleaños. No había ni uno. Se había comido en un día dos cajas enormes ella sola. ¡Había sido un empacho! Este año, los bombones quedarán bajo custodia. Ides Kihlen y Bebé, su perrito Shih Tzu inseparable; siempre fue muy apegada a sus mascotas

Después de un rato de entrevista, Ides pide su andador para irse a su cuarto, el mismo que hace más sesenta años ocupa en un departamento de la Avenida Alvear. Detrás de la puerta hay una réplica de sí misma: una escultura de Fernando Pugliese que la calca en tamaño natural, con algunos kilos más que ahora. Ella suele estar siempre en su cama de una plaza, mantita, almohadón ergonómico y televisión encendida. Duerme varias siestas cortas. La luz azul del aparato y un suave calor crean un remanso en el que se refugia de a ratos.

Alrededor de su nido, todo es taller: están pintados el piso, las cortinas, las puertas de los placares, el velador... un remolino de líneas y figuras. Ella misma, cuando no tiene sus delantales puestos, comienza a llenarse de rojo y de azul. La mesa lista para arremeter con sus pinceles. Pero para ella no hay como pintar con los dedos. Para lavarse las manos, no hay más remedio que dejarlas sumergidas un buen rato en un bowl de agua tibia.

En septiembre inaugurará una gran muestra en el Paseo del Buen Pastor, en Córdoba. Una retrospectiva de más de cuarenta obras, que incluirá pinturas nuevas. En arteBA, su obra estará representada por la galería Vía Margutta. Habrá este año también un libro dedicado a su figura escrito por Andrea Giunta y publicado por el Museo Nacional de Bellas Artes. En su último libro, Diversidad y Arte Latinoamericano , publicado recientemente por Siglo XXI, la investigadora le dedica todo un capítulo y ensaya una hipótesis a su demorada entrada en el circuito comercial, recién a sus 84 años. "Ella parece haber querido preservar el puro placer de pintar sin exponerse a las miradas externas más allá de su círculo cercano. Eligió mantenerse en un lugar propio, libre de interferencias externas- escribe Giunta- (...). Así, Ides se afirma en una forma de entender el arte como resistencia privada ante un medio plagado de confrontaciones, comparaciones y celebraciones en el que decide no participar". En 2023, en media hora le cambió la cara al palier con esta pintura

Evitó los conflictos. Quizá el secreto de su longevidad haya sido que nunca se ocupó de otra cosa que de aquello que la apasiona: la música y la pintura. Todo lo demás, superfluo; apenas si la ha rozado. "Nunca en su vida pagó una cuenta", dice Silvia. Luis Bebe González Monteagudo, que fue su marido sólo dos décadas, se convirtió en un exmarido amoroso que la apañó por más de sesenta años. Cuando cobró una herencia, Ides se la dio a él para que la administrara: "Tomá, yo no sé qué hacer con esto". Con Bebe fueron amigos hasta que murió, un mes antes de cumplir los cien años. "La visitaba con su novia y eran muy amigas", cuenta Silvia. Su perro más mimado en estos días-la vida tiene estas cosas- se llama Bebé. Xul, el yorkishire consentido, comienza a estar achacoso a los doce años. Es el único viejo en esta casa.
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