Sábado, 07 de Septiembre de 2024

La enfermedad y la existencia: a cien años de "La montaña mágica"

ChileEl Mercurio, Chile 14 de julio de 2024

Thomas Mann comenzó a escribirla antes de la Gran Guerra de 1914, la terminó después, cuando el mundo era otro. En las más de mil páginas de la novela acompañamos al joven Hans Castorp en su retiro corporal y mental, en los Alpes suizos, en un sanatorio, donde se sentirá libre, se enamorará y conocerá las ideas en lucha que hicieron estallar a Europa. Tres lectores -Arturo Fontaine, Sergio Missana y Andrea Kottow- analizan la novela. Además, recordamos la amistad entre Mann y Gabriela Mistral.

Cómo no elegir o cómo no irse quedando en un mundo de enfermos bien cuidados, detenido en el tiempo, antes que volver al tráfago que nos aprisiona día a día allí afuera. Cómo no hacerse el enfermo cuando la enfermedad puede ser libertad.
"A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos", dijo Susan Sontag. "Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar".
Eso le pasó a Hans Castorp, un modesto joven alemán, que vivía y trabajaba en Hamburgo, cuando viajó a Davos, en los Alpes suizos, a visitar a su primo Joachim Ziemssen, quien estaba internado en el Sanatorio Internacional Berghof, recuperándose de una tuberculosis. Iba por unos días, pero de a poco esa otra rutina y la gente allí lo hicieron ir alargando la estadía, por voluntad y destino. De hecho, ya camino a las montañas había comenzado a gestarse una distancia con el reino de los sanos.
Una historia antigua
"Dos jornadas de viaje alejan al hombre (...) de su universo cotidiano, de lo que él consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas; le alejan infinitamente más de lo que pudo imaginar en el coche que le conducía a la estación", leemos en "La montaña mágica", la novela de Thomas Mann, un clásico de la literatura, publicada hace casi cien años, en noviembre de 1924.
"Al igual que el tiempo, el espacio trae consigo el olvido; aunque lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad originaria; incluso del pedante y el burgués hace, de un solo golpe, una especie de vagabundo".
Al poco tiempo de estar en el sanatorio, Castorp asiste a una de las conferencias que cada quince días da el doctor Krokovski. Llega tarde, pero a tiempo para oír al médico preguntar: "¿Bajo qué forma y qué máscara reaparece, pues, el amor no admitido y reprimido?". Responde el mismo Krokovski: "Bajo la forma de la enfermedad".
Cuando publicó "La montaña mágica", Mann ya era el autor de "Los Buddenbrook" (1901), su primera novela, y de "La muerte en Venecia" (1912). Comenzó a trabajar en el libro antes de la Primera Guerra Mundial, pero lo terminó después, cuando era un demócrata, ya no uno más de los muchos nacionalistas defensores de la superioridad cultural alemana frente a la amenaza de Occidente.
Aunque no está dicho explícitamente, la historia se sitúa menos de una década antes de su publicación, en los siete años anteriores a la guerra. Medido con el reloj, es un tiempo cercano; comprendido desde lo social y lo existencial, es otro mundo.
"Esta historia se remonta a un tiempo muy lejano; por así decirlo, ya está cubierto de una preciosa pátina, y, por lo tanto, es necesario contarlo bajo la forma del pasado más remoto", advierte el narrador: "Se desarrolla -o, para evitar sistemáticamente el presente: se desarrolló- en otro tiempo, en el pasado, antaño, en el mundo anterior a la Gran Guerra, con cuyo estallido comenzaron cosas que, en el fondo, todavía no han dejado de comenzar".
Las fuerzas de ese cambio están hechas personajes. Entre paseos, enamoramientos y teorías médico-existenciales, Castorp conocerá a Lodovico Settembrini y Leo Naphta. Son antagonistas. El primero es un liberal, defensor de los valores ilustrados, humanistas, o sea, de ese Occidente al que se había opuesto Mann. Naphta, en cambio, es un jesuita, a la vez reaccionario y revolucionario, que añora valores medievales. Ambos intentarán educar a este joven, más o menos inocente, presto a dejarse entusiasmar. O más bien se disputarán su mente.
"Leí 'La montaña mágica' a los veintitantos, no recuerdo la fecha exacta", cuenta el escritor Sergio Missana, autor de novelas y ensayos como "La muerte paralela", "Entremuros" y "Última salida". "Me pareció fascinante, aunque en algunos pasajes me resultó una lectura ardua, como subir una montaña. Parte de mi conexión con el libro se dio a través de mi padre, ya que era una de sus novelas favoritas. En particular, a él le resultaba memorable un personaje: Settembrini, enfrascado en sus conversaciones filosóficas con Leo Naphta".
"Sin duda se trata de una novela monumental, aunque debo confesar que en el recuerdo me resulta más impresionante que conmovedora. Fue escrita durante e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, pero Mann la ambientó en la preguerra, construyendo en el sanatorio una especie de microcosmos de una civilización europea a punto de derrumbarse, al borde de un precipicio.
Arturo Fontaine, autor de "Oír su voz" y "La vida doble", entre otras novelas, y profesor de filosofía en la Universidad de Chile, no recuerda qué le pasó cuando leyó por primera vez la historia de Hans Castorp. Sí de la mujer que será uno de los personajes clave en la historia: "Me acuerdo solo de Clawdia", dice, "la forma en que golpea la puerta vidriera del comedor, un gesto característico. El atractivo de Clawdia Chauchat, la sensación de haber estado con ella, sigue en la memoria muchos años después de haber terminado el libro".
"Lo asombroso de esta novela", cree Fontaine, "radica en el ambiente del sanatorio que nos absorbe por completo. Separados de la sociedad por la tuberculosis, estos desconocidos de distintas nacionalidades, a los que junta su enfermedad, van configurando un tejido de relaciones intensas y llenas de matices y sorpresas. Los tísicos están más vivos que los sanos. La enfermedad es un modo de crecer como ser humano. Una pregunta, lo que mueve toda la novela, es de quién se enamorará Clawdia, mujer original y que fascina.
En la memoria de Fontaine también permanece "la manera en que Mann describe la voz de algunos personajes, o el modo de toser de un enfermo grave, o la radiografía de Clawdia, por ejemplo. Y, por supuesto, la sensibilidad del protagonista, Hans Castorp, su mirada inteligente e inquieta, su proceso de formación truncada cuando parte a combatir en la Primera Guerra Mundial. Y la presencia de Peeperkorn, un hombre sin gracia ninguna, salvo una: eso indefinible que es tener 'personalidad' y que lo hace atrayente".
Una vida sana
Andrea Kottow es autora de los ensayos "Fronteras de lo real" y "Enfermedad de la modernidad", y académica de la Universidad Adolfo Ibáñez. Reconoce que tuvo una etapa "manniana", en la que leyó sus novelas, nouvelles y cuentos: "Estaba entre el último año del colegio y el primer año de universidad. Quedé absolutamente prendada del universo que ahí se desplegaba, de los personajes y del mundo de la enfermedad, que aparece como una especie de trampa tan fascinante como difícil de escabullir".
"'La montaña mágica' significó la cúspide de esa sensación en la que se mezcla la mala conciencia burguesa con la romantización de la enfermedad. Y desde esa primera lectura (quizás sea la novela que más veces he leído) es una de mis novelas favoritas".
De los personajes, a Kottow le encanta Joachim Ziemssen, el primo al que Hans Castorp sube a visitar: "Joachim es la contracara de Castorp; un tipo sencillo, a quien la enfermedad le significa una molestia y un impedimento para seguir con la vida militar que quiere llevar. No tiene ninguna capacidad de comprender que para Castorp y otros la enfermedad puede tener algo atrayente e interesante. Arranca del sanatorio, contra las indicaciones del médico, cuando este, una vez más, le alarga la estadía".
"Después de reanudar su vida y su carrera militar, incluso llegando a ascender a teniente, se vuelve a enfermar y tiene que regresar a la montaña mágica, donde morirá", recuerda Kottow. "Mientras Castorp lo único que ansía es pertenecer al reino de los enfermos, Ziemssen anhela la vida sana y normal".
Una de las muchas cosas que se puede intuir en la obra de Mann es que lo existencial también es social o político, y por qué no al revés. Para Kottow, por ejemplo, "'La montaña mágica'es una invitación a revisar dos de los pilares fundamentales de la era de la burguesía: la reproducción y la producción. La enfermedad lleva a sus personajes a verse impedidos o a resistir la idea de formar una familia, tener hijos, reproducirse; y, por otro lado, a trabajar, a alimentar el motor del capitalismo. Arriba, perdidos en el mundo de la montaña mágica, cobijados por las blancas montañas y rodeados de un mundo tan mórbido como elegante, los personajes de esta novela nos hacen preguntarnos por lo que mueve el mundo de la modernidad. En épocas de crisis, como la que vivimos hoy, tiene algo de reconfortante volver a otros momentos críticos, a la vez tan diferentes y parecidos a lo que nos pasa hoy".
Sergio Missana lo plantea así: "No puedo dejar de pensar que 'La montaña mágica' está ambientada en Davos, sede de otro espacio 'elevado' de conversación y reflexión sobre los desafíos globales, esa torre de marfil que es el Foro Económico Mundial".
"Mann aborda una serie de temas filosóficos en forma expositiva, mediante extensos diálogos, de una manera casi platónica. Ello contrasta con la estrategia de Kafka y Borges de integrar cuestiones filosóficas a la narrativa en forma de parábolas o lo que Borges llamó 'situaciones' extrañas, en que las cuestiones filosóficas se entretejen con las tramas".
Una novela filosófica
Alguna vez se habló de novela o narrativa filosófica para describir historias en las que se pone en acción, o en voz de algunos personajes, ideas o concepciones de mundo, incluso arquetipos humanos. Sin ser exhaustivos, se podría citar a autores como Goethe, Tolstoi, Dostoievski, Sartre, Beauvoir, Kundera y, claro, Thomas Mann.
El ejercicio filosófico es evidente en "La montaña mágica". Fontaine cree que, como toda novela verdaderamente grande, tiene una falla: "Las discusiones tan estrictamente filosóficas de Settembrini y Naphta no tienen un correlato en la acción. Es mi reparo. Dostoievski, en cambio, crea personajes con enorme peso intelectual, que encarnan visiones de mundo. Pero todo eso se refleja en su modo de ser, en su comportamiento al interior de la trama".
¿Tendría sentido, hoy, escribir y publicar una novela como "La montaña mágica"? ¿O esa literatura pertenece a otro momento?
"Quizás ese gesto, situar un texto en su momento y luego verlo como formando parte indiscutible de él, siempre es hecho de forma retrospectiva", responde Andrea Kottow. "En ese sentido, no sabría cuál es la novela ad hoc a los tiempos que vivimos. En un punto, no creo que la buena literatura pertenezca a su tiempo, sino que lo suele rebasar. Hacer aseveraciones sobre el propio tiempo resulta difícil y arriesgado, pero creo que el deseo de éxito rápido atenta contra proyectos literarios más complejos y sofisticados. Y parecemos vivir sumidos en la necesidad de reconocimiento, que es nuestra moneda de cambio más importante. No parecemos estar dispuestos a invertir mucho tiempo o esfuerzo en proyectos que quizás no lleguen a puerto. Thomas Mann se demoró más de diez años en escribir 'La montaña mágica'".
"La bildungsroman (novela de formación) de Mann parece construida en torno a elementos arquetípicos, cercanos a la alegoría: la montaña, la enfermedad, el aislamiento, la guerra inminente. Incluso los personajes, empezando por su protagonista, tienden a ser arquetípicos", dice Sergio Missana. "No sé hasta qué punto se mantiene vigente. Creo que la historia de la recepción de la obra de Mann en general está marcada por las revelaciones, a partir de la publicación de sus diarios en la década de 1970, sobre su sexualidad, lo cual es una forma de perduración. En tal sentido, quizás 'La muerte en Venecia' sea su novela clásica".
Según Arturo Fontaine: "Vivimos un tiempo de pluralismo estético. No existe tal cosa como 'la manera' monopólica de escribir correspondiente al espíritu de la época. Coexisten estéticas muy diversas. Incluso en la obra de un mismo escritor o artista. Pienso en Damien Hirst, por ejemplo. Conocimos sus trabajos con moscas vivas, su maravilloso tiburón real suspendido en un acuario de formaldehído. Después ha hecho vitrales con alas de mariposas y pintado cerezos en flor con una técnica puntillista que evoca a Seurat. Así es que sí, se puede escribir hoy una novela filosófica. ¿Por qué no?".
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