Lunes, 16 de Septiembre de 2024

Nuestro modelo

UruguayEl País, Uruguay 7 de septiembre de 2024

Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|En la página editorial de El País del pasado domingo 1°de setiembre, tres columnistas se refieren al mismo fenómeno desde diferentes puntos de vista

Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|En la página editorial de El País del pasado domingo 1°de setiembre, tres columnistas se refieren al mismo fenómeno desde diferentes puntos de vista.

Para De Posadas la mediocridad del pacto de nuestra penillanura nos lleva lentamente al fracaso. Para Faig, desde el punto de vista metropolitano se registra la aceptación de una decadencia que, de la mano del populismo zurdo, tiende a extenderse a todo el país. Para Álvarez Aguerre la necesidad permanente de redistribuir ("hacer piecito" de manera endémica) es el síntoma de una carencia de oportunidades en el marco de un modelo que, al trabar desde su propia esencia su desarrollo y renovación, indefectiblemente decae.

Los modelos socio económicos duraderos (el uruguayo lo viene siendo) construyen lazos de retroalimentación que son los que posibilitan su vigencia prolongada. Sin embargo, esta constatación no es un seguro contra el fracaso, la decadencia, o cuando menos, de una toma de distancia creciente con respecto al desarrollo.

En el mundo, el grupo de la vanguardia desarrollada está integrado por 36 países y 3 territorios que el FMI define como "economías avanzadas". Uruguay viene algo detrás del último integrante (Grecia) de este pelotón de escapados. Para que esa distancia se acorte y "tomemos rueda", nuestra economía tiene que crecer a tasas importantes (no menos del 4%). En los últimos 10 años hemos crecido al 1% en promedio. Surge clara una conclusión: nuestro modelo tiende a prolongarse, pero en el mejor de los casos, es notoriamente insuficiente si nuestro objetivo es el "desarrollo".

En la base de nuestro modelo conviven un importante peso del sector público y la permanencia de un distributivismo estatal que tiene visos de asistencialismo y es la máscara tras la que se esconde su verdadero rostro clientelista y demagógico. Con frecuencia nuestros políticos expresan ese disparate que consiste en prometer la felicidad para los uruguayos. Pero no es su culpa. Ello obedece a una circunstancia previa que consiste en que, el mayor número de compatriotas espera gobiernos dadivosos que complementen desde la política sus insuficientes bolsillos y así poder emprender el camino de la dicha. Y acá es donde el modelo se retroalimenta. Desde la política se pretende satisfacer esas expectativas. Para ganar una elección hay que prometer dinero en el bolsillo de los uruguayos. El cumplimiento, siempre parcial, de esta promesa se financia con más impuestos y mayor deuda y hace del Uruguay (que es de por sí enormemente débil demográficamente) un país caro.

El déficit permanente de nuestras finanzas públicas hace que excesivas cargas recaigan sobre la vocación de emprendimiento cuyo fomento es la retórica de los mismos gobiernos que lo dificultan con trabas y costos crecientes. El país reparte más pero ese reparto encarece y traba la generación de oportunidades. Inflación y/o el atraso cambiario son los flagelos que los gobiernos dicen combatir pero que ellos mismos generan gastando más de lo que pueden.

Todo siempre desemboca en mayores tributos explícitos o implícitos. Habría que decir como Milei: "no, porque no hay plata". Pero esa consigna en Uruguay todavía no gana elecciones. Para hacerlo se requiere que un terremoto kirchnerista termine por desprestigiar a la casta (que en Uruguay no es sólo política sino también y aun en mayor medida sindical) y haga tomar conciencia que "nada debemos esperar sino de nosotros mismos". El despeñadero kirchnerista puede llevar en Uruguay la grifa Pit Cnt de la mano de su reforma constitucional. El nefasto sindicalismo que la promueve apoyado por los partidos políticos que la acompañan pueden lograr el milagro de que la penillanura registre un terremoto de gran escala.
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