Columna de APPCU: la destreza de la manualidad
Hay una palabra de rancio linaje que entre nosotros no se pronuncia con la entonación respetuosa que merecen sus rótulos.
Viene de lejos con un bagaje de méritos notorios; ha cruzado siglos de prestigio y siglos de decadencia. Ha subrayado esfuerzos trascendentes y esfuerzos de poco vuelo; está en la base de la organización social de un largo período histórico y en el cono de sombra de esa misma organización social en la órbita contemporánea.
Esa palabra tiene magnitud cambiante: hay en ella una extraña plasticidad para adaptarse a todas las formas del esfuerzo, para crecer en pináculos de piedra en la estructura de las catedrales góticas y para radicarse en la modestia de sencillos obradores donde la paciencia y la pericia del hombre van descubriendo formas y destinos a la piedra, a la madera, al cuero, al hierro, a todos los materiales que con mayor o menor rebeldía se prestan a la consciente tarea de una mano de obra tesonera y capaz.
Esa palabra es artesanía. Intentaremos esbozar su defensa, el porqué de su trascendencia, el secreto de su profunda misión educadora.
La impaciencia fabril ha puesto al hombre al servicio de la máquina, lo ha convertido en simple engranaje de la producción, en tuerca o piñón, eje o volante, en observador de las oscilaciones de un manómetro o en administrador de los latidos de una caldera.
Extrapolemos a nuestra industria de la construcción, conceptos similares, donde la modernidad viene jugando su rol.
Tal vez se sobreestime la tecnología y lo profesional como cumbres en la vida de relación, frente a los oficios manuales, como si éstos tuvieran una plataforma que los hiciera menos merecedores de prestigio.
Sin perjuicio de la tecnología y bienvenida la misma, así como el ejercicio de las profesiones liberales en el rubro que nos involucra, no debe olvidarse la habilidad manual que importa también una singular contribución de esfuerzo especulativo y
supone en elevada medida, vuelo de imaginación, riqueza espiritual, vocación laboriosa y un calificado don que en ciertos casos va más allá de la simple destreza y se convierte en arte.
El obrero, en términos generales, ejecuta, pero también concibe; realiza, pero también crea.
Si hasta ahora se ha pensado y actuado como si las profesiones liberales y la tecnología fueran frente a los oficios, un rango de singular prosapia y de aquí ha surgido la
creencia de que era democrático facilitarle a todos la afluencia a esas profesiones, invirtiendo los términos, cabe afirmar que también es democrático abrir la puerta de los oficios desvaneciendo el prejuicio de su menor categoría y allanar el camino de las vocaciones juveniles para que apunten también, como a una meta preeminente, a la que con tanto honor ostentaron a su tiempo los maestros artesanos.
La dignidad de un ejercicio en cualquier órbita de trabajo, está dada en primer término, por la deontología que en él se evidencie, sea cual sea la dificultad, la pericia, la responsabilidad o el riesgo que esa tarea determine.
La vieja y prestigiosa artesanía reclama un lugar de trascendencia dentro del fárrago inquieto y múltiple de la vida contemporánea.
La artesanía supone en general, una íntima comunión entre el hombre y la cosa que manipula.
En toda artesanía hay un proceso de interdependencia: el material con el cual se elabora algo, es objeto de la transformación que se le impone, transformación de forma, de estructura, de color, con vistas a determinado destino.
Durante ese proceso hay una compenetración creciente entre el obrero y su material; el obrero va poco a poco llevándolo a su condición definitiva; cada golpe de escoplo en la madera, cada martillazo en el hierro que se fragua, cada trazo de pincel, cada vuelta de un torno, acerca una cosa a su meta, la aproxima a lo que debe ser para desempeñar una misión, pero al mismo tiempo que esa transformación de lo manipulado se va logrando, el obrero, también se transforma en contacto con su obra. Es su autor y un poco su hechura; la ha gestado y ha sido influido sin darse cuenta por ella.
Todo viene a cuento, que por más profesionales de porte que se tenga y tecnología que se emplee, la construcción y en nuestro caso, la vivienda, es una obra manufacturera donde el obrero deberá poner su aplomo, oficio y amor por lo que hace para que finalmente, redunde en un objetivo plausible.