Neuroderechos
Siempre me han parecido extraños los derechos a "no algo"
Siempre me han parecido extraños los derechos a "no algo". Me refiero al derecho a no ser desaparecido, a no ser torturado, a no ser discriminado, a no ser esclavizado. No porque piense que esas conductas deberían ser permitidas, claro que no, sino porque ya la desaparición, la tortura, la discriminación o la esclavitud son delitos en sí mismos. Pues bien, ahora se está hablando de una nueva categoría de derechos parecidos a estos: los neuroderechos, es decir, los derechos a impedir que las nuevas tecnologías accedan o manipulen la actividad cerebral de las personas sin su consentimiento. Algo así como el derecho a que "no se metan con mi cabeza". El problema aquí es que resulta difícil enunciar este derecho en positivo: ¿el derecho a la independencia cerebral, a la privacidad neuronal o a la autonomía mental? Los neuroderechos tienen una dimensión personal cuando protegen la privacidad mental de los individuos; y una social, que se enfoca en prevenir desigualdades en el acceso a tecnologías neurocientíficas relacionadas, por ejemplo, con la salud. El caso es que estos derechos enfrentan varios retos como la dificultad para definir claramente su naturaleza y alcance en un mundo caracterizado por la rápida evolución tecnológica, y la complejidad para desarrollar marcos legales globales eficaces que los protejan. Pero existe un desafío adicional y es el que plantea el concepto de "privacidad emocional". A medida que las interfaces cerebro-computadora avanzan y la tecnología de IA mejora su capacidad para interpretar estados emocionales, surge el riesgo de que terceros puedan leer o incluso manipular nuestras emociones, como sucedía en la famosa novela de George Orwell, 1984, donde el Estado controlaba todos los aspectos de la vida de los ciudadanos incluyendo su pensamiento y emociones. Tal vez es la hora de pensar en los neuroderechos desde una perspectiva ética. Estamos en un momento histórico crucial, en el que las decisiones que tomemos frente a los avances tecnológicos definirán el rumbo de nuestra civilización. Por eso mis felicitaciones a Wilson Ríos, de la Facultad de Derecho de la Fundación Universitaria del Areandina de Bogotá, quien acaba de organizar el ‘II Congreso internacional de derecho virtual: neuroderechos en Colombia y América Latina’, donde todos estos temas fueron objeto de estudio. Eventos como este solo confirman que en la academia existe interés por impulsar estos debates esenciales para el progreso, o tal vez retroceso, de la humanidad. Aún no lo tengo claro.
Nueva categoría de derechos
Natalia Tobón Franco