Black Doves: Keira Knightley deja las suntuosas adaptaciones de época para convertirse en espía adúltera
Keira Knightley se convierte en una mujer de acción en Palomas Negras, la nueva miniserie de Netflix
A lo largo de su trayectoria, Keira Knightley se ha revelado como la actriz indicada para las historias del pasado, para habitar los salones decimonónicos o protagonizar las epopeyas rusas, para encarnar heroínas sensibles o sacrificadas, combativas o temerarias, siempre listas para obedecer las normas o transgredirlas
Keira Knightley se convierte en una mujer de acción en Palomas Negras, la nueva miniserie de Netflix
A lo largo de su trayectoria, Keira Knightley se ha revelado como la actriz indicada para las historias del pasado, para habitar los salones decimonónicos o protagonizar las epopeyas rusas, para encarnar heroínas sensibles o sacrificadas, combativas o temerarias, siempre listas para obedecer las normas o transgredirlas. Lo que la época mandara. Su fisonomía angulosa parece funcionar a la perfección con los brocados y las faldas vaporosas, su voz consigue la mejor expresión en los diálogos literarios, su porte le permite desfilar en carruajes y animar los bailes de salón. Expiación, deseo y pecado, otro de los grandes roles literarios de Knightley, sobre la novela de Ian McEwan
Así se cimentó una carrera que lleva más de tres décadas, con hitos populares como Piratas del Caribe: La maldición del Perla Negra (2003), consagratorios como Orgullo y prejuicio (2005), románticos como Expiación, deseo y pecado (2007), desafiantes como La duquesa (2008), o extravagantes como Anna Karenina (2012). Pero esas excursiones por la Historia parecen haber llegado a su fin, o por lo menos a un interregno de ambiciones contemporáneas, que encuentra en la nueva serie de Netflix, Palomas negras , ya disponible en la plataforma, el rostro clave para su transformación.
Helen Webb es la esposa del ministro de Defensa británico en un presente difícil para la política del reino. El embajador chino acaba de ser encontrado muerto en circunstancias poco claras y su hija Kai-Ming, una influencer de alto perfil, desapareció sin dejar rastros. Las presiones de la potencia oriental se hacen fuertes, y un extraño entramado de intereses económicos y acuerdos políticos ponen en jaque a la mesa chica del primer ministro. Mientras tanto, tres individuos que coordinan en la clandestinidad una revelación mediática de proporciones aparecen asesinados de manera brutal. Uno de ellos es el amante de Helen, el hombre por el que parecía dispuesta a abandonar a su familia, su condición de ‘primera dama’ de un político con aspiraciones de liderazgo, y también su lugar como espía. Es que Helen es la esposa de Webb justamente porque así lo impuso la organización ‘Palomas Negras’, una secreta cofradía de espías que compra y vende información en los altos niveles de la política internacional. Y ser la esposa de un miembro del gobierno británico es un activo que no se puede desperdiciar.
Palomas negras se sitúa cómoda en la longeva tradición británica de los relatos de espionaje, que tiene a Graham Greene y John Le Carré como creadores estelares, y que en los últimos tiempos viene sumando las adaptaciones del nuevo best-seller Mick Herron en Slow Horses , la reinvención de El día del chacal de Frederick Forsyth, y algunos coletazos de versiones más satíricas como Killing Eve , basada en la saga Codename Villanelle de Luke Jennings. Un poco de todo ello recoge la nueva creación de Joe Barton ( Giri/Haji , The Lazarus Project ), protagonizada por Knightley y Ben Whishaw como una dupla de espías de élite, infalibles en la ejecución de sus misiones, en el despliegue de sus hazañas y en la conquista de sus objetivos, pero signados por dudas y renunciamientos, preguntas constantes que los hacen humanos en un mundo en el que no todo es perdonado. La maestra de ceremonias que los mueve como peones en un tablero de ajedrez es la señora Reed, interpretada por Sarah Lancashire ( Last Tango en Halifax , Happy Valley ), otra actriz que regresa al ruedo de la ficción contemporánea. Keira Knightley y Ben Whishaw interpretan a dos espías profesionales que conservan una profunda amistad pese al riesgo de moverse en la clandestinidad.
Y si de regresos se trata, también Palomas Negras comienza con un retorno. Alguien que vuelve de un exilio en Roma, de una vida en suspenso, de un retiro anticipado. Ese es Sam (Whishaw), el perfecto asesino con vena sensible, con sus ojos siempre húmedos y su cuerpo siempre elástico, que aquí transforma su adorable fragilidad en una exigua coraza que deberá ir desmontando para volver a sentirse amado. Sam y Helen se hicieron amigos cuando ambos ingresaron a ‘Palomas Negras’, cuando Helen no era Helen sino Daisy, una joven con secretos del pasado, cuentas pendientes con su infancia, interrogantes sobre su futuro. Entonces Sam también encontró en la organización y en el cobijo de la señora Reed, el amparo para sus inseguridades, mientras cumplía asesinatos por encargo, intentaba formar una familia con Michael, y ponía a prueba el código de honor que su padre le había legado a sangre y fuego. Dos almas predestinadas, dos fuerzas letales, una amistad indeleble que se forja para permanecer en el tiempo y en la geografía.
Pero todo eso quedó en el pasado, hace ya diez años. Cuando Palomas Negras comienza, es puro presente. Sam regresa a Londres para ayudar a Helen a descubrir quién asesinó a su amante, qué hay detrás de la muerte del embajador chino, y cuál es el entramado de poder que une al ministro Webb con la desaparición de la misteriosa Kai-Ming. Knightley y Whishaw juegan sus escenas con excelente química y lograda diversión, evitando la solemnidad de los relatos de espionaje, sobre todo aquellos deudores de la vertiente más seca y documental, la tradicional dureza de Le Carré o el thriller distante de Forsyth. Palomas Negras apuesta por un juego de máscaras e imposturas que tiene pasajes de enredos y guiños satíricos, extravagantes baños de sangre y coreografiadas escenas de acción. Hay claras alusiones a la dinámica de las comedias de espías, al estilo Charada o la reciente serie The Americans , como estrategia para evitar el tono sombrío sin desatender el sólido retrato de una época en la que nadie conoce la verdadera frontera entre la vida real y su simulacro. Casada con un importante miembro del gabinete británico, Helen Webb (Knightly) ve tambalear su perfecta fachada ante el asesinato de su amante y el despliegue de una intriga que involucra al embajador chino y a su hija, una afamada influencer.
La serie escrita por Joe Barton tiene además varias referencias a la Navidad como telón de fondo de las maniobras que envuelven a los personajes. En la primera escena, un Papá Noel entra a los empujones a un pub, como preámbulo de la videoconferencia a tres bandas que mantiene Jason (Andrew Koji), el secreto amante de Helen, y los dos aliados de una indescifrable negociación. Inmediatamente ocurren los tres asesinatos, incluso antes de que asomen los créditos de la serie, mientras los motivos navideños impregnan la casa de Helen cuando recibe la noticia. La víspera de Navidad será también el límite de una cuenta regresiva para Helen: cumplir con Jason y descubrir quién está detrás de su muerte. Y también el momento esperado para disfrutar de las festividades con sus mellizos, abriendo regalos y brindando al son de las campanadas de medianoche. El arrullo de la Nochebuena se transforma entonces en la meta final, el conteo de los días que se escurren del almanaque mientras los espías deambulan por una Londres vestida de rojo y nieve.
Uno de los mejores recorridos de la serie, más allá del entramado de secretos de Estado y crímenes políticos, es la relación de Helen y Sam, aquella lealtad que se reafirma en cada encrucijada, y los amores que cada uno confiesa al otro, como anhelo de un espejo posible. Pero nada de eso se torna meloso ni sentimental, sino que ambos intentan cubrir con una pátina de distancia y desapego aquellos sentimientos que pueden poner en peligro su lustrosa fachada. Helen comenzó su relación con Wallace Webb (Andrew Buchan) cuando era un político prometedor como parte de una misión secreta para las ‘Palomas Negras’. Años después está casada con él, tienen dos hijos, un árbol de Navidad con regalos y una familia perfecta. ¿Por qué entonces Helen tiene un amante, del que dice estar enamorada? ¿Qué se oculta del otro lado de esa prolija apariencia de funcionario de Wallace? ¿Sabe él quién era Jason y qué relación tenía con el embajador chino y su hija desaparecida? También Sam guarda sus secretos: un crimen postergado, un amor al que debió renunciar, un pasado que siempre vuelve. Ambos se comprenden y se ayudan, sin discursos sentimentales ni lágrimas visibles. Los unen los tiroteos y las matanzas. Esa es la vida de los espías. Lo mejor de la serie se juega en el vínculo de Helen y Sam gracias a la excelente química de Knightley y Whishaw.
Knightley parece haber encontrado un personaje ajustado a este nuevo presente de su carrera y también de la industria del cine y el streaming. Nutrida de sus recientes interpretaciones, algunas ya de hace algunos años (en los que se mantuvo alejada de las cámaras y dedicada a su familia formada con el músico James Righton, ex integrante de la banda Klaxxons, con quien tiene dos hijos), Helen Webb evoca la sinuosidad de la informante de Secretos de Estado (2019) -otra incursión reciente en el espionaje-, el humor chispeante de Miss Revolución (2020) -retrato de la revuelta alrededor del concurso Miss Mundo en 1970-, y la sagacidad de la periodista que sigue la pista de un asesino serial en El estrangulador de Boston (2023). Orgullo y prejuicio, con Matthew Macfadyen como Darcy, uno de los roles más populares "de época" de Knightley
Una nueva era para una actriz que vistió todos los trajes de época, que prestó su fisonomía a la rebeldía juvenil de Jane Austen, sus aires melodramáticos a la evocación de Ian McEwan, forjó su propia despedida de Anna Karenina, la heroína de León Tolstoi. Todas ellas alimentaron el aura de Keira Knightley como emergente de un pasado etéreo, recogido en la prosa de los clásicos y habitante de una esquiva memoria que trasciende el tiempo. Ahora será la carne de los relatos de este presente, duro y algo cínico, sigiloso en esa frontera en la que todo lo verdadero se revela como ilusión.