Gladiador II
¿Quién me defiende mejor de lo que más temo? Esta es la pregunta que se hacen los electores en la urna secreta..
El lunes próximo Donald J. Trump estará instalado en ese lugar que tanto ha echado de menos. Será el 47º ocupante de la Casa Blanca luego de una victoria sin precedentes, con la que se cobró revancha de su nunca aceptada derrota de 2020.
Decir que a partir de entonces el mundo será otro es de una obviedad irritante. Ya lo es. El giro partió antes que se oficializara su victoria, ahí donde en nuestra civilización todo siempre ha comenzado y terminado: el Medio Oriente. En efecto, aún no se cerraban las urnas cuando Israel ya cruzaba un nuevo límite bombardeando el Líbano. Daba por descontado, con razón, que contaba con el respaldo incondicional del nuevo locatario de Pennsylvania Ave. A los pocos días se desplomaba la Siria de al-Assad y una lluvia de misiles israelíes caía sobre los rebeldes hutíes. El mundo quedó atónito. De Gaza ya ni se habla; ni de Ucrania, que clama por recursos para detener al imperturbable Putin.
En Estados Unidos el cambio también vino ipso facto . Con Musk de lugarteniente, Trump fichó para su gobierno a una banda de incondicionales, casi todos billonarios como él. No se ha ahorrado ironías sobre Canadá y el defenestrado Trudeau, ni amenazas hacia Panamá, Groenlandia y México; todo esto, mientras el patrón de Tesla anuncia que pondrá todo el dinero necesario para que la extrema derecha europea derrote a las fuerzas de centro.
El mundo corporativo escuchó el mensaje y se movió sin premura. Las peregrinaciones a Mar-a-Lago han sido frecuentes, con Jeff Bezos a la cabeza. Pero el giro más espectacular ha venido de Zuckerberg. Meta viene de informar que pondrá fin al programa de verificación de datos cuestionado por Trump y Musk, y que reajustará su directorio para incorporar a cercanos a la nueva administración.
Aún en ascuas, el mundo está a la espera de lo que vendrá. Pero es un hecho que las placas del poder ya se han movido, tanto en el campo político-cultural como de negocios. Trump dejó de ser otra extravagancia americana, para ser mirado como una respuesta anticipatoria a tendencias que están presentes en todo el planeta, aunque sea aún de forma germinal.
La victoria de Trump confirmó lo que por sabido se olvida: que la economía es crucial. No solo los equilibrios macro, ni las políticas sociales. Con más Estado benefactor no se ganan elecciones; con promesas de más crecimiento e ingresos, sí. Pero esto no viene de la mano de políticos o economistas, sino de figuras que logran lo imposible, de héroes invencibles como Trump y Musk. En otras palabras, entramos a esos tiempos oscuros en que los agentes importan más que las ideas.
Asimismo, Trump probó que la tracción electoral está hoy en el miedo, no en la esperanza; en la protección de lo conseguido, no en el sueño de ir más lejos; en la defensa ante los invasores, no en la solidaridad con los desdichados.
¿Quién me defiende mejor de lo que más temo? Esta es la pregunta que se hacen los electores en la urna secreta, y con esto en mente eligen. Triunfan quienes mejor identifican la amenaza, y quienes ofrecen la respuesta más directa y simple con un lenguaje frontal que linda con la caricatura, y con el uso y abuso de la visualidad, de los símbolos, de los gestos, de la improvisación, de los quiebres. Para los académicos e intelectuales es vomitivo; no así para los electores.
El regreso de Trump, en suma, enseña que no se gana una elección sin definir con meridiana claridad un chivo expiatorio: el migrante, el delincuente, el político, la "casta", los "zurdos", el "wokismo". A diferencia de antaño, entonces, el candidato exitoso no es un educador o inspirador: es un superhéroe que defiende con su vida a los electores de una amenaza inminente, de una invasión, de una catástrofe, del apocalipsis.
Trump 2025 es "Gladiador II". Aún está por verse si la secuela supera al original.