Por CEO de Capitalismo Consciente Perú
La brecha de comunicación entre las personas de distintos orígenes y con distintas ideas se ha ido ampliando, haciéndose más difícil construir espacios de diálogo
Por CEO de Capitalismo Consciente Perú
La brecha de comunicación entre las personas de distintos orígenes y con distintas ideas se ha ido ampliando, haciéndose más difícil construir espacios de diálogo. Hay poco interés en escuchar al que piensa distinto y en querer entender lo que siente, por qué piensa como lo hace, y en construir consensos que permitan tener un país inclusivo. Donde todos, sin importar nuestro origen, sexo, raza, condición social, lengua, identidad sexual o ideología política, podamos sentir que pertenecemos. A principios del siglo XXI, la cultura de la cancelación, desde el progresismo, avanzó con tal violencia que dejamos de sentirnos libres para expresarnos. La polarización se volvió norma y aquel que pensara distinto se convirtió en el enemigo.
En los últimos tiempos, el péndulo ha cambiado de dirección y hoy es el conservadurismo el que se impone. Las formas son las mismas: la cancelación, el ?o estás conmigo o estás contra mí?. Y ?solo yo y mis amigos representamos la verdad?. El problema es que con esta visión sectaria no construimos una sociedad abierta, sino, por el contrario, una excluyente y cerrada, que es lo que limita el desarrollo de los países.
Hace unos días se desató un debate en torno de una obra de teatro de estudiantes de la PUCP. Nadie había visto la obra, de hecho, no llegó a estrenarse y, sin embargo, el uso de símbolos religiosos en el afiche de promoción fue suficiente para que se cancelara y, lo que es peor, para que el Ministerio de Cultura emitiera un comunicado. El Perú es un país laico, esto significa que, aunque la mayoría de peruanos sea cristiano o católico, hay una separación entre Estado e Iglesia. Así, conviven en nuestro país distintas religiones. Cada peruano es libre de elegir qué fe profesar o no profesar ninguna. Y esto está muy bien porque los peruanos somos libres para vivir nuestras vidas como nos plazca. Cada uno puede pensar, expresarse, estudiar, trabajar e invertir en lo que quiera, siempre que sea legal. Siendo así, cada uno es libre para tomar decisiones y, por lo tanto, es el único responsable de sus actos. Pero cuando le permitimos a una mayoría imponer límites a nuestras libertades, estamos abriéndole la puerta al totalitarismo. Y ya sabemos cómo acaba cuando alguien cree que tiene derecho de imponerse por una supuesta superioridad moral o racial frente a los demás.
La libertad es un derecho inherente al ser humano y es el Estado el responsable de garantizar su ejercicio. Quienes se ofendieron por la obra de teatro son libres de hacerlo y de levantar la voz en contra de esta, aunque no la hayan visto. Porque, como sostenía Lock, ?una persona libre no está sujeta a la voluntad arbitraria de otra?. Por eso, yo no puedo imponerle mis ideas a nadie. Mucho menos mi fe. Ni puedo limitar la libertad de una persona de expresarse a través del arte. La defensa de la libertad está por encima de aquello que algunos, sean estos mayoría, puedan considerar ofensivo e incluso inmoral. Pueden, sí, optar, en el ejercicio de mi libertad, por no ir a ver esa obra o cuestionarla.
Es cuestionable, además, que una universidad que debería ser un espacio seguro para la discusión de ideas cancele la obra. Pero más cuestionable aún es que el Estado haya emitido un comunicado en contra y esté evaluando medidas ?correctivas?. La libertad se defiende todos los días, incluso la libertad del que no piensa como uno.