Jueves, 06 de Febrero de 2025

Sebastián Piñera, un año después

ChileEl Mercurio, Chile 6 de febrero de 2025

A un año de su partida, el reconocimiento a la estatura política de Sebastián Piñera ha crecido hasta alturas que no logró alcanzar en vida

A un año de su partida, el reconocimiento a la estatura política de Sebastián Piñera ha crecido hasta alturas que no logró alcanzar en vida. No solo porque la muerte tiende a realzar virtudes y a opacar defectos, sino porque sus talentos e inagotable energía, desplegados con un sentido de urgencia y un nivel de exigencia pocas veces vistos en el mundo político, se añoran y contrastan con lo que ocurre ahora, con un gobierno que exhibe escasa capacidad realizadora y constantes falencias. Muchos de los méritos de Piñera no se le reconocieron oportunamente, en parte, por las mezquindades propias de la reyerta política. A sus adversarios siempre les resultó más fácil poner el acento, para cuestionarlo, en los posibles conflictos de interés entre sus negocios y su actuación pública, en lo enojosa que resultaba su actitud competitiva y burlonamente ganadora, o en la frecuencia de sus chascarros. Subyacía un inconfesado resentimiento contra quien les había propinado sus más severas derrotas, al ganar dos veces la Presidencia de la República.
Sus logros académicos y su descollante carrera en el ámbito de los negocios ya daban cuenta de una personalidad multifacética, con capacidad para desplegarse en diversas direcciones en un nivel de excelencia. Sin embargo, fue su vocación por el servicio público su orientación más permanente. A ella se dedicó en "cuerpo y alma", como él decía, desde que ingresó a Renovación Nacional, partido por el que fue elegido senador y que más adelante presidió, siguiendo con la Presidencia de la República en dos ocasiones, sin detenerse hasta la mañana del accidente que le costó la vida, pues momentos antes ofrecía su ayuda para asistir al actual gobierno en la reconstrucción, luego del megaincendio en la Región de Valparaíso.
Expresión de esa vocación pública fue su inalterable convicción para apoyar la democracia y los derechos humanos, cualesquiera fueran las circunstancias. Opositor decidido al régimen militar - apoyó con entusiasmo la campaña del No en el plebiscito de 1988-, ello no le impidió reconocer el valor de su obra modernizadora y la necesidad de proyectarla en democracia. Ese fue también el sentido de los acuerdos que, desde la centroderecha, impulsó en la década de los 90, los que resultaron claves para la consolidación del régimen democrático, pero también de una economía de mercado vigorosa. Décadas después, sin embargo, cuando, en su segunda presidencia, le correspondió enfrentar la más grave crisis institucional en 30 años, no encontró reciprocidad en sus adversarios. La gran mayoría de ellos prefirieron apostar al debilitamiento -o derechamente a la caída- de su gobierno antes que a la continuidad democrática; mientras, en la propia centroderecha, abundaron las actitudes desleales. En ese contexto, cuando la violencia asolaba las calles de las principales ciudades, Piñera tomó su más difícil decisión y optó por encauzar la crisis propiciando el acuerdo político que permitió iniciar un proceso constitucional. Tal opción suscita hasta hoy legítima controversia, particularmente en su propio sector. Lo que resulta indiscutible es que en esos días complejos, sometido a un escarnio permanente y objeto de las peores acusaciones, no solo no abandonó sus convicciones, sino que entendió que en su capacidad para resistir el asedio y cumplir sus tareas hasta el final se jugaba la propia continuidad de la democracia. Luego, la llegada de la pandemia mostró cuán importante era para el país contar con un liderazgo como el suyo, autoexigente y de notable capacidad gestora
A un año de su muerte, su figura se ha elevado precisamente por la fuerza con que sostuvo su convicción democrática, por la impronta que dejó con su inclaudicable tesón para trabajar por Chile, por la energía con que reconstruyó el país luego del terremoto de 2010, por la fe inquebrantable para rescatar a los 33 mineros atrapados en las entrañas de la tierra, por el compromiso permanente que desplegó para disminuir la pobreza, por la eficiencia que exigió en todo momento en el uso de los recursos públicos y por el respeto con que trató a sus adversarios. Esas cualidades, más que sus conocidos defectos, constituyen un valioso legado para la política chilena y un ejemplo para las nuevas generaciones.
Su figura crece en momentos en que el país añora el sentido de urgencia y la capacidad realizadora que lo caracterizaron.
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