Jueves, 15 de Mayo de 2025

Góngora y sus adversarios: una polémica de cuatro siglos

ChileEl Mercurio, Chile 16 de febrero de 2025

Humanistas y escritores de distintas épocas han tomado partido en la reyerta sobre la obra "Soledades" de Góngora. Hasta Cervantes intervino y deslizó unos versos. Hoy, cuando se inician los preparativos para conmemorar los cuatrocientos años de la muerte de Luis de Góngora, esta sabrosa controversia, que también incluyó a Borges, sigue dando que hablar.

En Chile hemos tenido nuestras polémicas legendarias y no faltan hoy los nostálgicos de la pólvora que animó las enardecidas diatribas que se cruzaron Huidobro y de Rokha en los años treinta, a propósito de la publicación de la "Antología de poesía chilena nueva"(1935). O en el siglo anterior, la controversia estético-filológica entre Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello (1842). Incluso, años atrás, asistimos al estimulante debate que protagonizaron Lina Meruane, Lorena Amaro y varias otras autoras, al abordar el ejercicio de la crítica sobre la literatura escrita por mujeres. El tiempo dirá si todos estos choques quedarán archivados como meras escaramuzas de la época, o si, por el contrario, seguirán iluminando tensiones contemporáneas.
En la literatura española, por cierto, también han existido sabrosas controversias y hay una que puede presumir de particular longevidad. Corría la segunda década del siglo XVII, y comienzan a circular dos extraños manuscritos de uno de los autores más populares del imperio español. Uno de ellos empieza así: "Pasos de un peregrino son errante / cuantos me dictó versos dulce Musa, / en soledad confusa / perdidos unos, otros inspirados" . El desconcierto cunde. El autor es conocido, y había compuesto letrillas y romances para nada complejos, que todos sabían de memoria. Los adeptos de Lope de Vega, el otro gran poeta, ven en estos versos "oscuros" la ocasión perfecta para asestar el golpe de gracia a su rival, y coronar por fin al autor de "Fuenteovejuna" como el príncipe de los poetas españoles.
Quizá no exista ninguna obra en español más polémica que las "Soledades" de Luis de Góngora. Aparecida en 1613, la 'Soledad primera' significó un quiebre radical no solo respecto al repertorio conocido del poeta, sino ante cualquier texto en español desde los tiempos de Garcilaso. La trama, sin embargo, es sencilla: un joven sobrevive a un naufragio ocasionado por una violenta tempestad, y tras llegar a la ribera de una isla, se adentra en una suerte de territorio arcádico, poblado de pastores de cabras que no conocen las insidias palaciegas que operan al interior de las cortes. Luego de entrar en relación con los lugareños, el náufrago es invitado a una boda, que el poeta nos describe con lujo de detalles. La 'Soledad primera' termina con un verso célebre que anuncia la unión de los esposos: "A batallas de amor campo de pluma".
Pero si la fábula es simple, el entramado es complejísimo. No tanto por la métrica (aunque Góngora efectivamente es de los primeros en adaptar la silva al español: endecasílabos y heptasílabos con rima consonante y con estrofas de extensión irregular). Hay algo en la sintaxis, en el rodeo que se toma para nombrar las cosas, estirando el ingenio al máximo y pidiendo al lector una concentración total. Así, al comienzo del poema, escribe: " Era del año la estación florida / en que el mentido robador de Europa / (media luna las armas de su frente, / y el Sol todos los rayos de su pelo), / luciente honor del cielo, / en campos de zafiro pace estrellas ". Lo que, en síntesis, equivale a decir, con alusión a la constelación del Toro, que la historia transcurre en medio de la primavera.
Pasajes como este, que se extienden a lo largo de los más de mil versos de la 'Soledad primera', forjan un estilo y un lenguaje que se perpetúa también en la 'Soledad segunda', en el marco de un proyecto que contemplaba inicialmente cuatro "sinfonías poéticas", y que, sin embargo, permaneció inacabado. Lo que es indudable es que versos como este dieron inicio de inmediato a un acalorado debate sobre los límites del idioma. Con pasión inusitada, los humanistas de la época tomaron partido en la reyerta, sin escatimar títulos sensacionalistas, como el incendiario "Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades", de Juan de Jáuregui, y una serie de textos sarcásticos, entre los que sobresalen ingeniosísimas composiciones de Lope, donde se acusa al cordobés de desnaturalizar el claro idioma castellano, atestándolo de cultismos oscuros e hipérbaton que más bien remitían a la sintaxis del latín.
Quevedo no quiso ser menos, y le dedicó los más divertidos sonetos burlescos, el más famoso de los cuales tituló "Receta para hacer Soledades en un día". Los defensores, por su parte, no tardaron en escribir largas apologías de Góngora, anotando y explicando verso por verso sus obras, como si se tratara de un autor clásico, Virgilio u Homero, algo que nunca se había hecho antes para un autor en español. Hasta Cervantes deslizó unos versos sobre la polémica, inclinándose favorablemente por el genio del "magno cordobés" ("Viaje del Parnaso").
La disputa marcó buena parte del siglo XVII y, de alguna manera, en los siglos posteriores prevaleció la postura del bando opositor, si consideramos la caída en estima que sufrió la obra de Góngora hasta fines del siglo XIX. Famosas son las lapidarias críticas que le dedica el filólogo Menéndez Pelayo, cuando apunta: "¿Qué poesía es esa que, tras de no dejarse entender, ni halaga los sentidos, ni llega al alma, ni mueve el corazón, ni espolea el pensamiento abriéndolo a horizontes infinitos? Llega uno a avergonzarse del entendimiento humano cuando repara que en tal obra gastó miserablemente la madurez de su ingenio un poeta"; para luego concluir a propósito de las "Soledades": "Nunca se han visto juntos en una sola obra tanto absurdo y tanta insignificancia".
Ataque y revancha
Y quién hubiera pensado que, años más tarde, vendría de Nicaragua la revancha gongorina. El camino de la revaloración del poeta concedió un rol protagónico a Rubén Darío, quien, tras oír que su apreciado Verlaine estimaba a Góngora, le dedica al andaluz una serie de tres sonetos encomiásticos que pasarían a formar parte de su obra más importante: "Cantos de vida y esperanza" (1905). El rescate más bien intuitivo de Darío, que no supo convencer a exponentes de la generación del 98, como Unamuno o Machado, sí encontró terreno fértil en la del 27, la última gran generación de poetas españoles (la de García Lorca, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, y tantos otros). El año "27" remite, de hecho, al de la muerte de Luis de Góngora (1627), cuya conmemoración cargaron como un estandarte, elevando al grado máximo las difíciles obras del poeta. La batalla por la reivindicación de Góngora estaba casi ganada. Si hasta uno de nuestros autores, el escritor chileno Óscar Castro, se uniría a los homenajes de la generación del 27 con un opúsculo de doce sonetos que tituló precisamente "Glosario gongorino" (1948, de publicación póstuma).
Entonces apareció -es un decir, venía escribiendo sobre esto desde antes del 27- uno de los más hábiles polemistas del siglo XX: Jorge Luis Borges. En el prólogo a su libro de poemas "El otro, el mismo" (1964), el escritor argentino no duda en calificar las "Soledades" de "espécimen de museo, un juego destinado a la discusión de los historiadores de la literatura o al mero escándalo". En otra ocasión, a propósito de la supuesta maestría en la evocación de imágenes que se concedía al poeta, había escrito: "Yo casi llegaría a decir que Góngora no es un poeta visual en el sentido en que Dante Alighieri lo es, o como lo es Wordsworth. No hay imágenes en Góngora; compara cosas que sensiblemente son incomparables, por ejemplo, el cuerpo de una mujer con el cristal, la blancura de una mujer con la nieve, el pelo de una mujer con el oro. Si Góngora hubiera mirado estas cosas, hubiera descubierto que no se parecen, pero Góngora vive, como he dicho, en un mundo verbal". Y acaso más conocido que este pasaje es su célebre poema "Góngora", en el que Borges adopta la voz del poeta cordobés para poner en escena una suerte de confesión. Dice el Góngora de Borges: "Hice que cada estrofa fuera un arduo laberinto / de entretejidas voces, un recinto / vedado al vulgo" ; para luego rematar, arrepentido de haber evocado tanta mitología griega: "Quiero volver a las comunes cosas: el agua, el pan, un cántaro, unas rosas" . Lo cierto es que nunca le fue indiferente a Borges la figura de Góngora, que siempre contrapuso a la de su amado Quevedo. En realidad, la apreciación de su poesía incluyó también pasajes de velada admiración.
Dentro de dos años se cumplirán cuatrocientos años de la muerte de Luis de Góngora y un siglo de su sonora consagración por parte de la generación del 27. Universidades de todas partes del mundo preparan sus congresos y sus ediciones para festejar uno y otro acontecimiento. Durante buena parte del siglo XX, los mejores hispanistas se dieron a la tarea de defender al cordobés de cada una de sus críticas, como constata el reciente libro de las académicas Mercedes Blanco y Aude Plagnard "El universo de una polémica: Góngora y la cultura española del siglo XVII" (Iberoamericana Vervuert, 2021). Esta vez no será fácil atacarlo. Pero es verosímil que, entre los entusiastas adeptos de Góngora y Argote, un joven aprendiz o una aguda poeta esté labrando sus dardos venenosos contra su singular poesía.
*Felipe Joannon enseña literatura hispanoamericana en la Università degli Studi di Roma Tor Vergata.
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