Los perdedores celebran
Es probable que a mucha gente en este Uruguay esencialmente conservador (aunque crea ser lo contrario) le pareció que el ritmo de cambio, si bien acertado, era muy acelerado.
En pocos días asumirá el nuevo gobierno. Termina así un período de transición que se hizo largo y generó poco interés. En todo caso, más se habló del rico legado que deja el gobierno saliente, que lo que se espera del nuevo.
Es que no es mucho lo que se espera, a estar por la manera en que el presidente electo Yamandú Orsi ha ido conformando su gabinete. A la vista hay un equipo que luce poco, donde no todos son figuras conocidas y que a estar por las declaraciones hechas (nunca demasiadas), más bien apuestan a ir para atrás que al futuro. La saludable inercia del gobierno saliente no será aprovechada.
De lo que sí se habla, es sobre lo que dejan estos cinco años de gobierno de coalición, liderado por el presidente Luis Lacalle Pou, uno que administró bien, innovó sin prisa y modernizó con calma. Muchos hubieran querido un ritmo más acelerado, pero hay que recordar que hubo que manejar de la mejor manera el duro impacto de la pandemia, con lo cual se comenzó a aplicar su programa recién dos años después de asumido.
Además, fue un gobierno que se sostuvo gracias a una acuerdo de coalición entre cinco partidos (al final fueron cuatro), por lo tanto no era fácil poner a todos de acuerdo en cada medida promovida. Eso implicó una intensa tarea parlamentaria.
Esto último desmiente ciertas teorías de que el liderazgo ejercido por Luis Lacalle era de tipo presidencialista.
Sin duda, el presidente fue una figura con mucha presencia. Si bien algunos observadores (pocos en realidad) previeron ya en la elección de 2014, que por su talante era un líder en potencia, fue recién estando en el gobierno que un porcentaje alto de uruguayos le reconoció el innegable liderazgo que ejerció.
Pero su empatía, su indiscutible carisma y su sabio manejo del mando y la autoridad, no necesariamente convierten a su gobierno en uno presidencialista. Lacalle Pou actuó con firmeza e iniciativa. Pero cada proyecto que propuso fue sometido a una exhaustiva revisión por los socios de la coalición antes de ir al Parlamento y a otra revisión, una vez que llegaba a las cámaras.
Fue un período en que el Parlamento trabajó como pocas veces, tanto en las comisiones como en las sesiones en cada una de las cámaras, todo lo cual desmiente el perfil presidencialista de Lacalle, no así su liderazgo.
Sensatamente, el presidente ya pidió los correspondientes permisos parlamentarios (como lo requiere la Constitución) para ausentarse del país durante todo el mes de marzo. Eso le permitirá salir del ambiente político en que estuvo inmerso estos cinco años. Despejarse de lo que ha sido su tarea, y con la cabeza más clara reinsertarse a la política desde otro rol.
Lo que sigue siendo un enigma sin solución para quienes observaron de cerca todo el proceso de la coalición y de Lacalle en este gobierno, es por qué con índices tan altos de aprobación, la Coalición perdió.
Circulan muchas explicaciones, todas válidas. Quizás ninguna por sí sola sea suficiente para aclarar ese enigma, pero todas tienen algo de razón.
Cuando se observa el clima triunfante con que se retira el gobierno actual, contrastado a la asunción del nuevo gobierno en un contexto anodino y de escasa celebración previa (quizás se exprese el 1º de marzo), se puede ver ahí una explicación más (insistimos, no la única) a lo que pasó en las elecciones nacionales.
Si tal es la satisfacción que hay ante el gobierno saliente, ¿por qué se optó por un cambio de timón? Es probable que a mucha gente en este Uruguay esencialmente conservador (aunque crea ser lo contrario) le pareció que el ritmo de cambio, si bien acertado, era muy acelerado. No lo era. Este gobierno, en base a experiencias anteriores, fue muy prudente con los cambios realizados. Pero una parte de la ciudadanía no lo entendió así y optó por ponerle un freno al impulso tomado (parafraseando la famosa expresión de Carlos Real de Azúa). Reconoce que fue un buen gobierno, pero hasta ahí se llega, pese a que en el plebiscito en forma contundente apoyó que se mantuviera en pie la necesaria y valiente reforma jubilatoria concretada en este período.
El tiempo ayudará a entender las contradicciones que encierran estos mensajes electorales.
Mientras tanto, los perdedores celebran, con buenos motivos, lo que fue una gestión exitosa y los ganadores avanzan con asombrosa discreción, su camino al 1° de marzo para iniciar un gobierno del que poco se sabe cómo será.