La democracia de cada día
Desde el anonimato se propaga en las redes la insolencia, el recelo y el odio al adversario.
El presidente de la República, Yamandú Orsi, y la vicepresidenta Carolina Cosse asistieron al Acto por la Convivencia, organizado por B'nai B'rith Uruguay, en que se conmemoró el noveno aniversario del asesinato de David Fremd, el comerciante judío que en Paysandú, en 2016, fue trágicamente apuñalado en la puerta de su local por un fanático antisemita.
El acto contó con la presencia del expresidente Sanguinetti y del ministro del Interior Carlos Negro, junto a representantes de todos los partidos, siendo el politólogo Adolfo Garcé el orador, en una conferencia definida como "Un encuentro para reflexionar juntos sobre la importancia del respeto y el diálogo en nuestra sociedad".
El presidente Orsi declaró que "a la democracia hay que revisarla todos los días", lo cual puede sonar obvio, pero contiene una exhortación con raíces que merecen meditación.
Dolorosamente, el fanatismo, el dogmatismo cerrado y la intolerancia hacen estragos en el mundo y en el Uruguay. El materialismo ramplón y popular -que desde su grandeza condenaba Unamuno- se cuela desde hace medio siglo en prédicas capitalistas y colectivistas y coloca anteojeras en vez de sembrar espíritu crítico. Hay sociologías que, diciéndose unas de izquierda y otras de derecha, predican que el hombre es el lobo del hombre.
Dolorosamente también, la apertura hacia lo universal que nos viene de Grecia antigua, pasa por el cristianismo y se revoluciona como enciclopedismo con fe en la ciencia, ya no llega a las masas -como soñaron Varela, Sarmiento, Bello-, a las que mentalmente se las dispersa con industrias de entretenimiento estupidizadas y emocionalmente se las anestesia por el acostumbramiento a no dolerse por el otro.
Ideas henchidas de sentido y peso histórico -como amor al prójimo o simpatía- se sustituyen por voces neutras y sin inspiración, como empatía. La palabra "libertad" se aplica cada vez más a la economía y cada vez menos a la persona y su albedrío; y para peor, se hace llamar "libertario" un gobernante que insulta soezmente a sus adversarios, y a pesar de que eso traiciona la esencia del republicanismo, encuentra admiradores allende y aquende el Río de la Plata. Y la mismísima idea de democracia, que nuestra Constitución empotra en la majestad de cada persona, se va reduciendo a una manera matemática de designar gobernantes, a la vez que se olvida y sepulta su cimiento humanista.
Por eso, y porque la democracia debe ser un modo de tratarnos como gente, hay que revisarla todos los días, porque necesita nutrirse con la renovación de nuestro "yo soy tú" con los semejantes, de nuestro respeto por el diferente y nuestro interés por defender unidos nuestro derecho a enfrentarnos sin perder la idealidad común.
Desde el anonimato se propaga en las redes la insolencia, el recelo y el odio al adversario, mientras en la vida común vamos callando la repulsa que nos provoca la intolerancia.
Por lo demás, la persona es la base de la democracia. y la persona sólo se afirma y crece si aprende a vigilarse a sí misma, discutiendo a cada momento con su propia conciencia.
Por todo eso y más, tomemos en serio la convocatoria del jefe de Estado a revisar nuestra democracia. Es la permanente llamada a la conciencia de nosotros mismos, que nos viene desde el fondo artiguista de nuestra historia.