La uruguaya, autora de "Mugre rosa" y ganadora del Sor Juana Inés de la Cruz, publicó su cautivadora nueva novela. La presentará en Montevideo el 4 de abril Club Cultural Charco, y de esto se trata.
A cinco años de la publicación de Mugre rosa, la novela que consolidó a la uruguaya Fernanda Tríascomo una figura clave de la literatura latinoamericana contemporánea, la autora está de regreso con El monte de las furias. El diario español El Mundo lo incluyó el 1° de enero entre los 10 libros más esperados de 2025, y Random House lo publicó en febrero como una de sus grandes apuestas en español para este primer trimestre. Para dimensionar su alcance, la editorial lo lanzó en simultáneo en siete países, al igual que El buen mal, de la argentina Samanta Schweblin.
En Uruguay está disponible en librerías por 890 pesos y en formato digital por 348 pesos. Trías, radicada en Colombia desde hace más de una década, presentará El monte de las furias el jueves 3 de abril a las 18.45 en el Club Cultural Charco (Maldonado 1477), en una charla con la periodista Azul Cordo.
Trías, en plena gira literaria que pasó por España y ahora recala en Bogotá, ya cosechó numerosos elogios de la crítica especializada y de sus colegas. La argentina Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo, escribió: "Áspera, lírica, cruel y con la rarísima dulzura de las voces que casi nadie escucha y mucho menos escribe, El monte de las furias es una novela potente y hermosa".
La definición de la autora de Las niñas del naranjel es precisa. Trías no solo entrega una historia descarnada e inquietante, a la altura de Mugre rosa que le valió premios como el Sor Juana Inés de la Cruz y una nominación a los National Book Awards, sino que lleva su literatura a un nivel más profundo y experimental. Si en su libro de 2020 anticipó por un mes la pandemia con aquella Montevideo de niebla espesa y calles llenas de tapabocas, en El monte de las furias construye dos potentes diálogos de la protagonista: uno interno, centrado en su pasado, y otro con su entorno, específicamente con su comunión con la montaña en la que vive.
La historia es la de una mujer sin nombre al igual que en Mugre rosa que vive en la ladera de una montaña que, aunque esté casi desprovista de referencias, parece uno de los bosques de niebla de Colombia. Es más, según relata la propia autora en una nota al final, la novela fue escrita en Bogotá y "en compañía de los cerros orientales", que veía y estudiaba desde la ventana de su hogar. La protagonista tiene lo que aparenta ser una vida sencilla: su trabajo consiste en cuidar un cerco eléctrico y avisarle al celador que vive cerca si ve alguna anomalía. Pero en la montaña la calma es frágil y el peligro acecha en un silencio inquietante.
Y Trías elige revelarlo de una manera inteligente. Si bien la estructura está divida en cuatro cuadernos escritos por la protagonista y una serie de apartados dedicados a la montaña que la autora convierte en un personaje más y narra en tercera persona, el libro abre con un golpe directo y efectivo: la última hoja de su cuaderno.
Allí coloca, con una prosa prodigiosa y llena de imágenes, a la protagonista enterrando a un cuerpo en plena noche. El tiempo la apremia. Cuatro "hombres de la montaña" la interceptan y la obligan a dejar su casa antes del amanecer. En esas páginas asegura que no se llevará nada, ni siquiera esos cuadernos que guardan fragmentos de su vida. Como escribió en alguna de aquellas páginas: "Yo no viajo sino mediante estos pedacitos de mí que son los pensamientos. Pienso cosas y después las escribo en este cuaderno y ya está. No necesito más nada".
Esa, la escritura como forma de intentar explicarse, es una pieza clave de una novela repleta de subtextos. La aparición cada vez más misteriosa de cuerpos, la violencia que rodea al entorno montañero, el maltrato al medio ambiente y la historia de esas personas que parecen vivir en un paréntesis "La montaña es el lugar de los que no tienen lugar", escribe la protagonista son otros de las engranajes que construyen al libro.
Pero el aspecto de la escritura, al menos para no arruinar la trama de una novela que merece ser saboreada con la delicadeza con la que se cata un buen vino, es uno de los más enriquecedores de El monte de las furias. En medio de ese tiempo suspendido que incentiva la vida en la montaña lo llamativo es que está rodeada de la naturaleza, pero el tono narrativo se vuelve tan claustrofóbico como los espacios donde transcurren Mugre rosa y La azotea, la mujer trata de ordenar su pasado al escribirlo en sus cuadernos. Aunque, eso sí, también lo reescribe.
Repasa una infancia violenta, describe la relación con su abuela y su madre una generosa, la otra abusiva, describe un linaje sin hombres y explica su llegada a la montaña. Además, se cuestiona en numerosas ocasiones la insuficiencia del lenguaje para contar lo que vive. Por eso, en el primer cuaderno la escritura es más llana, pero a medida que avanza la historia el tono adquiere tintes más poéticos. Así que estos diarios convertidos en libro son más que una viaje personal, una travesía estilística que revela la nueva y enriquecdora búsqueda de la autora uruguaya.
El monte de las furias no es solo una lectura estremecedora, es una de esas que dejan huella.