Fin del cepo cambiario en Argentina
Se trata de un paso necesario, si bien no exento de riesgos, en el proceso de normalización de la economía argentina.
Inmediatamente después de alcanzar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que le asegura liquidez en dólares a Argentina, el gobierno del Presidente Javier Milei anunció, el pasado viernes, el fin del llamado "cepo cambiario". Las restricciones a la movilidad de capitales, esto es, a comprar y vender dólares libremente, han sido parte de la política económica en ese país por largos años, en parte como consecuencia de la autarquía financiera. En este sentido, la liberalización de los flujos de capitales -y, con ello, del tipo de cambio- constituye un paso necesario en el proceso de normalización de la economía argentina liderado por el actual mandatario.
En efecto, las restricciones a los flujos de capital son típicas de países donde escasean los dólares -ya sea por falta de exportaciones o por falta de acceso a financiamiento externo-, y normalmente tienen como objetivo controlar el tipo de cambio. Argentina ha pagado un alto precio por esta estrategia, toda vez que los controles cambiarios afectan las decisiones de ahorro y -sobre todo- distorsionan un precio clave en la economía. En el caso actual es evidente que, producto de esas políticas, el peso argentino se encuentra fuertemente sobrevaluado (es cosa de ver a los miles de trasandinos que, aprovechando aquello, llegan a comprar bienes de consumo a Chile), lo que afecta la competitividad de sus exportaciones.
Ahora bien, la causa de los problemas de Argentina no está en sus restricciones cambiarias, sino en las distorsiones microeconómicas y en el desorden fiscal que han conducido a una situación de bajo crecimiento y alta inflación. En procesos de liberalización como el que está llevando a cabo el vecino país, muchos experimentos han fracasado por una muy temprana apertura a los flujos de capitales. Y es que, sin un buen funcionamiento de la economía, esta posibilidad de flujos ha generado problemas financieros con consecuencias indeseadas y, en algunos casos, crisis mayores.
Es por ello que el fin de los controles cambiarios debe entenderse como una etapa final en el esfuerzo liberalizador. Desde esta perspectiva, aunque es temprano para evaluar si la economía trasandina efectivamente ha enrielado su trayectoria macroeconómica, y si bien muchos riesgos todavía persisten, la apertura financiera aparece como un paso necesario. Esto, en un escenario donde la promesa de la administración Milei de bajar la inflación ha descansado en la estrategia de terminar con el financiamiento monetario al déficit fiscal. Efectivamente, esa es la raíz del problema y el gobierno ha logrado avances significativos en tal dirección. Sin embargo -y aquí aparecen los riesgos-, la dinámica cambiaria puede entorpecer ese proceso de convergencia si una depreciación aguda del peso eleva la inflación y sus expectativas. Más todavía considerando que el atraso cambiario argentino es evidente, por lo que no es descartable una depreciación que podría agudizarse en el contexto actual de incertidumbre global. Con todo, las primeras reacciones del mercado han sido positivas, lo que reafirma la señal de que el plan va por un camino adecuado.