Sábado, 19 de Abril de 2025

La lección del abuelo Bouza

UruguayEl País, Uruguay 17 de abril de 2025

Su suceso, el éxito empresarial de su familia, no es casualidad ni obra de la fortuna.

Hubo un tiempo en que todo iba más lento, y no lo digo con nostalgia, ya que esta no es buena compañera de quien quiere más mañana que ayer.

Existió, objetivamente, una época en que los hombres teníamos la posibilidad de pensar con mayor tranquilidad, de contemplar nuestro entorno, de escuchar los consejos de nuestros mayores, analizar lo que hacían los de nuestra quinta, de tratar de descubrir por dónde querían ir los más jóvenes, y de ser capaces de decidir con convicción y sin premura el rumbo de nuestra derrota.

Éramos mejores, y hacíamos de manera más pausada -quizá con el valor de lo artesanal- mejores cosas.

En una reunión de la diáspora española cuando la visita del rey Felipe VI intercambiábamos con amigos sobre las cosas típicas que se hablan en esos eventos, cuando alguien le preguntó a Juan Bouza cuál era su secreto para mantenerse tan bien y activo cuando ya casi roza los cien años.

La respuesta fue un sacudón de realismo y sabiduría perenne: "trabajar doce horas por día, y estar atento a lo que se está haciendo. No pensar en lo que pasó ayer, ni en los problemas de mañana. Concentrarse en lo que estás trabajando ahora, para hacerlo bien, para que salga perfecto".

En las palabras de Juan -dignas de un curso de management- y pronunciadas en forma lenta y con el acento galego que aún conserva, inevitablemente se me representaron los ejemplos de mi padre, mi tío Germán, mi abuelo Manuel, y los de tantos paisanos que con esa misma visión hicieron de Galicia, de España, y de Uruguay lugares mejores. Las jugarretas del inconsciente me llevaron muchos años atrás cuando iba por la antigua fábrica de pastas La Sibarita a pedirle a Juan y a su querida Socorro que me firmaran la cartilla militar. Sus consejos y ejemplos sobre tantas cosas, dados siempre con afecto familiar, mansedumbre y humildad aún viven en mi memoria. Hace casi medio siglo Juan ya era un hombre de empatía, pausas, y visión.

Cuando lo escuchaba el otro día, no podía dejar de reparar en la mirada atenta del resto de las personas.

El propio rey atendió con tiempo y admiración las palabras de este anciano que apoyado en su báculo compostelano nos contaba sus experiencias de vida, que no han sido otras más que las sagas de un emprendedor.

Su suceso, el éxito empresarial de su familia, no es casualidad ni obra de la fortuna. Es la consecuencia de sus decisiones, de su disciplina, de su compromiso, de su liderazgo, resiliencia, y de su saber pensar y hacer. Concentrado en la excelencia.

Pero es, por sobre todas las cosas el resultado de su constancia traducida en el empeño diario y en el foco, en el propósito de una vida bien vivida.

Mucho de todo esto lo enseñan en las escuelas de negocios profesores que no han montado una empresa en su vida, ni pagado el sueldo a nadie.

Juan no fue a aprender a una de ellas. Desde que salió del Ferrol hace tantas décadas lo aplica y enseña cada día. Ayudando cada día a quien quiere escucharle. He tenido la suerte de conocerle, de disfrutar de su amistad, y como el otro día también de sus enseñanzas. Entre ellas, la de poner pausa en lo vertiginoso para hacer las cosas bien. Sin ansiedad.

Consejos de un verdadero maestro, que ha envejecido tan bien como su vino.
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