Sábado, 19 de Abril de 2025

El foco que quiere incendiar la pradera: una cruzada libertadora junto a más de 40 hombres

UruguayEl País, Uruguay 19 de abril de 2025

Un cronista del periódico El Piloto narra, en primera persona, la gesta de Juan Antonio Lavalleja y los movimientos independentistas que terminaron con la dominación brasileña.

Por Francisco Vázquez
Aprovecho las últimas horas que permaneceremos en esta pequeña isla del ramal Brazo Largo para escribir unas líneas para El Piloto, el periódico que me ha encomendado la misión de acompañar a los patriotas en esta cruzada con pretensiones de transformarse en una campaña libertadora.

Este grupo de poco más de 40 hombres es el foco que quiere incendiar la pradera. Es consciente que nada podrá hacer por sí solo, ni aunque consiga la aquiescencia de todos los que aguardan al otro lado del Río Uruguay y aspiran a ser libres del Imperio de Brasil, pero también saben que si logran formar un movimiento serio a los ojos de Buenos Aires, las provincias unidas terminarán por alinearse para derrotar a los invasores. Hace tres años que Brasil se independizó de Portugal. Ya es hora de echarlos de nuestro territorio.

Tengo la certeza de que este puñado de hombres está haciendo historia. Una historia que se comenzó a planificar en reuniones clandestinas que tuvieron lugar en la casa de comercio de Ceferino de la Torre, en Buenos Aires, con el impulso de Don Pedro Trápani, un hombre convencido de que la mejor solución para los conflictos del Río de la Plata es la constitución de una Banda Oriental independiente.

Todos sabemos que Buenos Aires está lleno de espías brasileños. Por eso era necesario moverse con sigilo. Pero también estamos al corriente de que somos muchos más los orientales. Pues este adjetivo se emplea no solo para nombrar a quienes viven en la margen oriental del Río Uruguay y al norte del Río de la Plata, sino también a los vecinos de las vastas zonas al oriente del Paraná.

Con sus propias manos, Don Ceferino hizo las dos banderas con los colores artiguistas que trajimos con nosotros, a las cuales un pintor francés, que vive a dos cuadras de su casa, les perfiló con trazo firme la inscripción "Libertad o Muerte". Un lema ya utilizado por la Revolución Francesa, de la cual también se tomaron los colores para el pabellón que enarboló el Jefe de los Orientales, quien hace un lustro, derrotado, se marchó a vivir al Paraguay.

Es en esta isla donde los hombres pasan las noches en torno a una hoguera; casi sin comida, con escaso tabaco y alcohol, y en general con la ropa mojada. Penurias que han hecho que más de uno piense en desandar los pazos. No lo hacen en primer lugar por sus convicciones, pero también porque saben que, tarde o temprano, recibirán alguna compensación pecuniaria por lo que están haciendo.

Tengo que decir que la cruzada contó con una muy buena financiación, gracias a los fondos aportados por el comercio y algunos ganaderos bonaerenses. Entre ellos, fueron de cuantía las contribuciones de Don Juan Manuel de Rosas y de sus primos, los Anchorena. El contante fue administrado por Pedro Trápani, un hombre singular, que despierta comentarios dispares y mantiene relaciones con los saladeristas porteños.

La primera falúa partió el 9 de abril en horas de la noche para evitar ser vista por las patrullas brasileñas. Lo hizo de acuerdo a lo previsto desde Puerto Sánchez, un fondeadero de San Isidro habituado al contrabando. Pero la segunda lancha se demoró bastante más de lo previsto.



El jefe de los libertadores, Juan Antonio Lavalleja, había planeado desembarcar en la playa La Agraciada el 12 de abril, pero el mal tiempo y las corrientes hicieron muy dificultoso el tráfico en el río. Prontamente supo que eso no sería posible.

Lavalleja es un militar de esos que sablean primero y mucho más que los demás, que acompañó a José Artigas y estuvo bajo las órdenes de su lugarteniente Fructuoso Rivera en la lucha contra los unitarios. Es justamente a este último a quien pretende convencer ahora, para que deje de luchar al servicio de Brasil y se sume a esta noble causa.

Don Juan Antonio es secundado por Manuel Oribe, quien se maneja como un oficial militar, adoptando un lugar subordinado. La hermana de este último, Pepita, también colabora con la cruzada y se juega la vida por la causa independentista del otro lado del río.

Comandando la cruzada junto a estos dos líderes arrojados viaja el sargento mayor Pablo Zufriátegui, quien en su juventud formó parte de la Marina española. Con Lavalleja y Oribe, comparte los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

La primera falúa partió con destino a la isla del Brazo Largo llamada "de la Paciencia" con la idea de recoger armamento y esperar el segundo lanchón, pero los planes, como decía, no salieron bien. Tuvieron que permanecer en la isla nueve días, soportando los embates del tiempo. Los dos grupos recién pudieron juntarse el 17 de abril.

Ninguno de nosotros supera los 50 años e incluso nos acompaña un joven de 15. No todos somos orientales. En el grupo hay cordobeses, paraguayos, holandeses y algún italiano. También dos negros africanos, uno de ellos un esclavo propiedad de la familia Oribe.

Dejo aquí de escribir. Y aguardo ansioso el cruce del río que, si Dios quiere, podremos hacer en breve.



***

Con inmensa alegría retomo esta crónica para El Piloto luego de una travesía final en la que tardamos casi 6 horas para cubrir una distancia de 15 kilómetros.

El tramo se prolongó más de lo previsto por las corrientes y porque avistamos dos faroles que inmediatamente supimos pertenecían a embarcaciones brasileñas que andaban merodeando por la zona. Lo hicimos remando "a palada seca", introduciendo los remos en el agua y dejándolos escurrir lentamente para no provocar ruidos que nos pusieran al descubierto. Esto hace que la marcha sea más lenta y cansadora para los hombres, que ya vienen exhaustos por la peripecia.

Desembarcamos en el arroyo Gutiérrez, junto a la playa. De acuerdo a la coordinación que se había hecho con los chasques, allí debía estar Tomás Gómez, quien nos iba a recibir junto a unos 50 caballos. Luego nos enteramos que este hacendado, que aguardaba nuestra llegada para el día 12, estuvo tres noches prendiendo hogueras para que lo viéramos, pero la última vez que lo hizo fue detectado por una patrulla, por lo que tuvo que huir en una chalana hacia Buenos Aires.

Por suerte, antes de hacerlo, habló con sus cuñados, los hermanos Ruiz, para que nos asistieran en nuestra llegada.

De lo que pasó después no me voy a olvidar jamás. En la oscuridad de la noche, este grupo de hombres maltrechos hizo un juramento oculto en un bosque, junto al húmedo arenal. Mientras Lavalleja levantaba la bandera, yo pensaba para mis adentros: ojalá que este pabellón sea preservado por siempre, como símbolo de una libertad anhelada que, hasta ahora, nos ha sido esquiva.

En los próximos días retomaré la cronología de los hechos, para que en la imprenta de Hallet se armen las páginas de El Piloto, quien por ahora navega por aguas turbulentas, pero tiene fe en llegar, más temprano que tarde, a buen puerto con esta cruzada libertadora.


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