Lunes, 21 de Abril de 2025

Fernanda Trías sobre El monte de las furias: Mi vida gira en torno a pensar cómo contamos las historias

UruguayEl País, Uruguay 20 de abril de 2025

La uruguaya, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz gracias a "Mugre rosa", dialogó con El País sobre su nueva novela y analizó algunas de las temáticas que atraviesan toda su obra.

Este no es un jueves normal para Fernanda Trías. Es 3 de abril y, en los intervalos de su cargada agenda de entrevistas ya pasó por radio y televisión, la escritora procura cuidarse la voz para no afectar lo que va a ocurrir en unas horas. "No presento un libro en Uruguay desde 2017", comenta a El País desde la azotea del edificio céntrico donde funciona Random House, la editorial que acaba de publicar El monte de las furias, su nueva novela.

Radicada en Colombia desde hace más de una década, Trías propuso ese lugar para tomar las fotos que acompañan esta nota. Mientras se detiene a mirar el Palacio Salvo y el puerto ahí nomás, a unas cuadras, resulta inevitable trazar un puente con La azotea (2001), la novela con la que irrumpió en la literatura uruguaya.

Casi al pasar, en una pausa entre fotos, recuerda que su última presentación en Montevideo fue con No soñarás flores, esa colección de cuentos tan inquietante como absorbente. Esta tarde la espera el Club Cultural Charco. "La pandemia no me permitió presentar Mugre rosa; me salté eso", lamenta en alusión al libro de 2020 que consolidó su lugar en la literatura latinoamericana. Le valió premios como el Sor Juana Inés de la Cruz, el Bartolomé Hidalgo y el Premio Nacional de Literatura, además de una nominación a los National Book Awards. Ya se tradujo a quince idiomas. Y, según adelanta, vienen más.


Ahora, con El monte de las furias (que cuesta 890 pesos), entrega su novela más profunda y desafiante. Una mujer vive en la ladera de una montaña y su trabajo consiste en detectar y contener anomalías. Pero la aparición cada vez más misteriosa de cuerpos altera su rutina, centrada en escribir su historia en cuadernos.

Sobre eso, va esta entrevista.

Uno de los aspectos que más me interesan de tu obra es que cada libro está atravesado por una sensación. Por ejemplo, la paranoia definía a La azotea mientras que la asfixia a Mugre rosa. En El monte de las furias predomina la rabia, que va y viene como una oleada. ¿Por qué te interesó explorarla?

Porque es una emoción poco explorada dentro del universo femenino o feminizado. La rabia no suele asociarse a lo femenino, cuando en realidad las Furias mitológicas eran entidades femeninas. Entonces me pregunté: ¿cuándo se separó lo femenino de la posibilidad de expresar rabia? La mujer iracunda sigue estando muy mal vista; es casi lo opuesto a lo que se espera de la femineidad. Y a mí siempre me gustaron los personajes transgresores, esas mujeres que están en lugares incómodos, rompiendo tabúes. Como la protagonista de La azotea, que se mete con uno de los más fuertes: el incesto. Son figuras que desafían las normas. La rabia me interesaba también porque en los últimos años empezó a circular mucho en los discursos feministas. Veía a mujeres jóvenes diciendo en Twitter: "Tenemos rabia, tenemos rabia", y me sorprendía. Era como: "Wow, nunca había visto a mujeres, colectivamente, decirlo con tanta claridad".

Incluso aparece en los cánticos de las marchas.

Exacto. Y me pareció muy interesante ver esa transformación y esa necesidad de expresarla. Yo pensaba: "Claro que tenemos rabia. Y con todo el derecho". Por eso me impactaba tanto escuchar esos cánticos, sobre todo cuando se mezclan con frases como: "Nos están matando". Vos decís: claro que tiene que haber una rabia contenida. Y me interesaba explorarla no como una emoción negativa, sino por su costado positivo: si la entendés bien, la rabia te puede llevar a un lugar de transformación.

Eso conecta con una de las sensaciones que me generó el libro. La protagonista, a simple vista, parece derrotada, pero hay una pulsión de vida muy fuerte que se manifiesta a través de la escritura. ¿Cómo surgió esa búsqueda?

Me encanta eso de personajes aparentemente derrotados. La protagonista está vulnerable, viene de un pasado muy duro, vive en condiciones precarias y no está en una situación de poder. Sin embargo, hay algo muy poderoso que va sacando de muy adentro. Siento que en la escritura misma está su primer gesto reivindicativo: tiene que ver con la idea de que yo voy a escribir estos diarios. Ella decide contar su historia, la de su familia y su entorno. Eso ya es un acto poderoso, y así se va transformando. No me gusta usar la palabra "empoderada", pero sí puedo decir que va tomando el poder de su propia vida... Y eso ya es mucho. Ojalá todos hiciéramos eso.


Aunque eso también implica que la protagonista reescriba su historia al punto de que el lector empiece a dudar de la veracidad de su relato.

Sí, porque me interesan estos narradores no confiables. Esos narradores que siempre te hacen interpretar si será cierto o no lo que te cuentan. Tal vez sea por un tema de enfermedad mental, como en La azotea, donde no sabés si es paranoica o no. Siempre que hablás en primera persona estás dando una versión de los hechos, y eso me parece fascinante. Tu versión es tu edición de la realidad y de tu propia historia. Entonces, me gustan esas voces que se van desvelando a sí mismas y que, en la escritura, van dejando pistas de cuál es su agenda.

El peligro inminente es un efecto crucial en tu literatura. Como lector, muchas veces tengo la sensación de que hay algo sin nombre que acecha desde las sombras. ¿Creés que haber nacido en dictadura pudo haber dejado una huella en esa atmósfera?

Sí, aunque al principio no era consciente. Escribí La azotea sin darme cuenta de cuánto me había marcado ese contexto. Había normalizado muchas cosas del ambiente en el que nací y viví la infancia, y poco a poco me fui dando cuenta de cuántos de mis recuerdos no eran normales: ciertas presencias acechantes, ciertos murmullos que se escuchaban en el entorno. Todo era desde el murmullo y lo solapado, y aunque cuando era niña no se hablaba abiertamente de lo que pasaba, los niños captan muchas cosas, y yo creo que captaba un murmullo que decía: "No estamos a salvo, aunque adentro de la casa sí". Pero en realidad es ahí donde se gesta todo lo que luego marca mis obsesiones. Son cosas que no puedo dominar, son cosas que me eligen. Ese espacio supuestamente seguro que aparece en La azotea, con un afuera amenazador que quiere entrar a destruirlo, con el tiempo me di cuenta de que así me sentía adentro de la casa: ese supuesto espacio seguro, también pasan cosas, como las violencias familiares. Ese afuera amenazador tiene que ver con el contexto histórico y político que estábamos viviendo, y luego con ser mujer.

¿De qué forma aparece eso para vos?

En el sentido de que afuera de la casa había que cuidarse porque estaban los violadores y los hombres que podían tocarte por la calle. Me acuerdo que cuando era chica había un exhibicionista que se paseaba por el barrio. Yo vivía por el Cordón, y una vez me lo crucé: se tapaba con una gabardina, se mostraba a los niños y se volvía a tapar. Entonces, me quedaba esa sensación de que el peligro para las niñas estaba afuera. Pero como niña también tenía ganas de correr, de vivir la aventura, de sentirme libre, pero recibí mucho esa idea de que afuera está el peligro. La contracara de eso es que, si el peligro está afuera, entonces adentro está la seguridad. Pero cuando entrás y ves que tampoco es tan seguro, se empiezan a generar esos choques. Y, al final, de esa tensión es que se nutre todo.


Que la protagonista de El monte de las furias se encargue de cuidar y ponerle nombre a esos aparecidos termina dándole sentido a su vida en la montaña. Eso puede leerse como una metáfora de las desapariciones en la dictadura uruguaya y del Cono Sur, pero también como un eco de conflictos más recientes, como las guerrillas en Colombia o la guerra narco en México. ¿Fue esa tu intención?

Es una obsesión multifactorial. Siempre me ha obsesionado todo lo que tiene que ver con la dictadura en nuestra región, porque es un tema muy doloroso: las historias de familiares que todavía buscan cuerpos e información... Es algo que realmente me llega muchísimo, y es una herida que sigue abierta en nuestro país y en la región, porque es la herida de la memoria histórica. Y eso siempre está ahí, latiendo. Sobre todo cuando no se hizo una verdadera reparación, las heridas quedan mal cerradas y se infectan. A eso se le suma una gran crisis actual con las desapariciones en América Latina. Me impactó mucho ir a México y ver una rotonda que rebautizaron como "De los desaparecidos" y que está completamente empapelada con las caras de jóvenes desaparecidos. El gran drama en este momento es que cualquier persona pero sobre todo si es joven no sabe si va a volver, porque puede ser levantada de la calle. No se sabe de qué son los secuestros: algunos son secuestrados al azar, para reclutarlos y obligarlos a ser sicarios, bajo amenaza de matar a sus familias. Otros terminan en campos de trabajo forzado. Son cosas oscurísimas que están pasando, y que me impactaron. Creo que de ahí saqué esa sensación de dónde pueden provenir los cuerpos aparecidos, y qué industria oscura y terrible opera dentro de esa montaña inaccesible. Es la misma naturaleza la que protege ese secreto. Es un misterio que ocurre en lo profundo de la oscuridad. Así que era una influencia doble: nuestro pasado histórico, y el presente en América Latina.


Otro punto que me parece muy potente es que la protagonista, al igual que en Mugre rosa, lucha por romper el vínculo con su madre. Esa guerra interna por cerrar círculos también aparece, en otros niveles, en No soñarás flores, La azotea y La ciudad invencible. ¿De dónde surge?

Creo que lo que me interesa es la fuerza de esos apegos, de esos vínculos. Me encanta el título del libro de Vivian Gornick Apegos feroces, porque cuando lo leí entendí que eso era exactamente lo que venía escribiendo desde siempre, sin haber dado con ese nombre tan específico. En Mugre rosa está la imagen del elástico: la protagonista dice que con Max, cada vez que se estira, después se catapulta con más fuerza, y que el golpe del elástico es doloroso cuando vuelve. En El monte de las furias, con el vínculo entre madre e hija es de mucha rabia, y justo hoy estaba leyendo algo muy interesante que dijo un psicoanalista sobre el odio. Decía que es una pulsión completamente pasional que, por lo tanto, se sale de la lógica; a diferencia del miedo, que es evitativo, el odio te obliga a permanecer cerca, porque es en esa cercanía donde el sentimiento se mantiene vivo. Eso me resulta fascinante: cómo esas pasiones tan fuertes, donde se mezcla amor y odio, generan una gran ambivalencia. Es eso lo que me gusta explorar: los vínculos conflictivos en los que no queda claro si el deseo es de alejamiento. o todo lo contrario.


La protagonista de El monte de las furias tiene una obsesión por la escritura y el poder de la palabra. ¿De dónde viene?

Creo que tiene que ver con mi obsesión por narrar. Mi vida gira en torno a pensar cómo contamos las historias. No solo porque escribo, sino porque trabajo con gente que escribe, y entre todos pensamos cómo eso podría alcanzar su mejor versión. Cada vez más pienso en eso: en el propio tejido del texto y en el peso de cada palabra. En la precisión de una frase está el lirismo. Una palabra no es la misma que otra; no son irrelevantes ni intercambiables...

En el libro, ella da un ejemplo clarísimo: "Un jardín da la sensación de que se hizo para disfrutar y ser bonito, mientras que un patio trae colgando la palabra 'trabajo', la palabra 'útil'"...

¡Claro! Y como en la novela hay tanto sobre los cuidados ya sea de los cuerpos humanos, de la montaña o de la casa, hay también un cuidado más, que es el de la palabra. Para mí hay un gesto muy amoroso en cuidar el lenguaje mismo y entender que no todo es canjeable. Tal vez por eso me gusta tanto la poesía. Yo no escribo poemas, pero recurro y reverencio a los poetas. Lo que me fascina de la poesía es que demuestra que no todo es canjeable ni descartable. La poesía se resiste a ser parafraseada: no se puede decir de otra manera, porque si lo hacés, estás diciendo otra cosa. Es una reflexión que viene de largo tiempo sobre ciertos conceptos que aprendimos y repetimos como loros. Muchos tienen que ver con esta época, y yo me resisto. Uno de ellos es la "economía del lenguaje", que no me interesa en lo más mínimo. Son valores de época y no son inmutables. Se instalan y tienen que ver con el sistema en el que estamos metidos. Vivimos en un sistema capitalista y neoliberal, y parece que la economía del lenguaje es valiosa. Pero no tiene por qué serlo. Me gusta resistirme a esas ideas que vienen impuestas desde afuera, como que hay que escribir con frases cortas y secas...

Es como le comenta el celador a la protagonista: "Escriba una historia con mucha acción. Esas son las que más venden (...) Por cada página que alguien pasa, le dan un peso. Pero si su historia es quieta, es aburrida, entonces la gente pasa una o dos páginas y ahí se queda"...

Exacto. Con eso, yo quería mostrar cómo esas ideas aprendidas como las que repite el celador, que ni siquiera lee se cuelan por todos lados. Todo el mundo las repite como si fueran verdades absolutas. Los propios críticos dicen: "con frases cortas y secas". ¿Y? ¿Qué quiere decir eso? Preguntémonos más qué estamos diciendo en vez de repetir fórmulas.

En ese sentido, lo que más me interpeló del libro es que la trama avanza a cuentagotas, parece que pasa poco, pero sin embargo se lee de un tirón. ¿Fue algo buscado?

Sí, es un chiste. Los lectores que me conocen van a entender el guiño: ella dice que no le pasa nada y que por eso escribe, pero en realidad están pasando montones de cosas. Y que el celador diga eso de "pasa-página con mucha acción" también lo es. Desde Levrero sabemos que eso de no poder soltar un libro no tiene nada que ver con la acción, sino con si te genera o no una especie de hipnosis. Eso es lo que te impide parar la lectura. Tiene que ver con la escritura misma, no con las acciones.

Como en La novela luminosa...

Exactamente. Hay muchísimos libros que juegan con eso, como Algo ha pasado de Joseph Heller, porque lo importante es la experiencia. La lectura tiene que ver con proponer una experiencia. Y La novela luminosa hace eso: propone una experiencia de lectura. Vos podés no conectar, y eso también me pasa como lectora, pero igual valoro que me haya propuesto algo. Para mí, entrar a un libro es eso: abrirme a ver qué experiencia me propone este autor.

Cambiando de tema, vi en tus redes que Mugre rosa está a punto de publicarse en polaco, y hace poco salió en farsi. ¿Qué sentís cuando te enterás de que tu obra se traduce a idiomas aparentemente tan lejanos?

Es raro. Parece que estás viviendo la vida de otra persona, como si fueran cosas que le pasan a otros y no a mí (se ríe). Ser uruguayo también te ubica en ese lugar: crecés sintiendo que venís de un país pequeño. Capaz si naciste en Estados Unidos sí podés soñar en grande. Igual, de chica veía un programa de Berugo Carámbula que se llamaba Atrévase a soñar, y esa frase me quedó grabada. Ahora que decís lo del polaco, me pasó algo muy loco: cada vez que sale una traducción, pregunto si puedo publicar la tapa. Me dijeron que sí, pero resultó que no se podía. La compartí, y a los cinco minutos la editora de Polonia me pidió que la bajara. Le respondí: "Ah, perdón, fue un error de comunicación. Igual no te preocupes: solo la vieron 95 personas". Pero ella me dijo que entre esas personas había varios polacos, y que ya le habían escrito. No podía publicarla porque todavía no habían hecho el cover reveal. ¡Increíble! (Se ríe) Nunca imaginé que iba a tener un seguidor en Polonia, y menos que iba a estar atento a lo que publico. La editora me comentó: "Tenés más de lo que imaginás, y ahora van a ser muchos más". Son esas cosas locas que pasan con los libros (Sonríe).


En el caso de Mugre rosa, que no solo incluyó traducciones sino también varios premios, ¿qué es lo que más atesorás de su alcance?

Lo que más satisfacción da es sentir que tenés interlocutores, que no estás hablando sola. La escritura es una actividad muy solitaria, y estuve tres años completamente aislada escribiendo El monte de las furias, sin saber si lo que hacía tenía algún sentido o si era una locura total. Empecé en 2020 y recién en 2023 se lo mostré a mis lectores de confianza. Entonces, cuando lo publicás, hay una sensación muy fuerte de vacío, como me pasó con La azotea: ¿quién lo va a leer si no me conoce nadie? Lo más satisfactorio de haber ganado trayectoria y lectores es que, de pronto, sí tenés un diálogo: el libro se abre y la gente conecta, te dice cosas. Me salí de todas las redes menos Instagram, porque ahí tengo conversaciones que me dan mucha satisfacción: lectores de lugares impensados que me cuentan sus historias. Me escriben jóvenes que se sienten muy solos y que encontraron en un libro la sensación de que alguien los entendía. Son esas conexiones humanas las que le dan sentido a lo que hago.

Supongo que eso vale más que cualquier premio literario.

Muchísimo más.

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