Miércoles, 23 de Abril de 2025

El Papa Francisco

UruguayEl País, Uruguay 23 de abril de 2025

Nadie puede negar las buenas intenciones apostólicas de Francisco, como es difícil desconocer que su mensaje político hizo un enorme daño, especialmente en América Latina.

Cómo evaluar la actuación de un Papa? ¿Cómo el líder espiritual de 1.400 millones de personas distribuidas a lo largo y ancho del mundo? ¿Cómo un jefe de Estado que realiza pronunciamientos políticos? ¿Por su influencia en los acontecimientos del tiempo que le tocó vivir? ¿Por su rol dentro de la propia Iglesia católica? Todas estas preguntas tienen aristas interesantes para analizar el pontificado del Papa Francisco que acaba de regresar a la casa del Padre luego de una larga y fructífera vida.

Algunos títulos alcanzar para tomar dimensión de su relevancia. Fue el primer Papa latinoamericano -de hecho, el primer papa del hemisferio sur-, el primer jesuita y, en tono algo jocoso pero no del todo descaminado, el primer Papa peronista. Es que cada Sumo Pontífice de la historia, y Francisco no es la excepción, fue un ser humano de carne y hueso con una historia personal a cuestas, con opiniones, pasiones y sesgos, como cualquiera de nosotros. Aunque con el paso del tiempo es probable que sea declarado Santo, como muchos de sus predecesores, sabemos que Francisco tuvo enconos políticos, declaraciones desafortunadas y un rol político difícil de comprender para muchos de sus fieles y no fieles.

Quizá una primera clave para lograr desentrañar al personaje es tener en cuenta que su misión principal siempre fue más evangélica que política. En este sentido, fue un cura, un obispo y un Papa antes que un militante político, aunque tuviera opiniones firmes y desacertadas. Su rol como pastor de la Iglesia, su renovación de las estructuras de la curia romana -tarea en que había fracasado el mucho más brillante Benedicto XVI- su genuina sencillez, su cercanía con los más vulnerables son señas que definen su período como sucesor de San Pedro.

Sus mensajes apostólicos, sus homilías y su rol genuino de pastor con olor a oveja marcan lo mejor de su pontificado. Pero tampoco puede desconocerse que en el terreno político fue casi en anverso de Juan Pablo II, de ilustre memoria. Sus estruendosas declaraciones sobre algunos temas como las condenas a la defensa de Israel en Medio Oriente contrastan con su silencio incomprensible ante la persecución de sacerdotes y en general de la población civil en Nicaragua. Su ataque virulento al capitalismo y al liberalismo demostró una incomprensión de aspectos básicos de la vida en sociedad incompatibles con su alta magistratura. Nadie puede negar sus buenas intenciones apostólicas, como es difícil desconocer que su mensaje político hizo un enorme daño, especialmente en América Latina.

La furia que le despertaba el libre mercado solo es comparable a la de Jesús ante los mercaderes del templo. Nunca logró entender, como sí entendieron perfectamente bien Juan Pablo II y Benedicto XVI que el capitalismo de libre mercado y la democracia son congéneres e indispensables tanto para el respeto de la dignidad de las personas como para el desarrollo económico y social. Sus declaraciones laudatorias hacia el comunismo que masacró y dejó morir de hambre a decenas de millones de personas, así como su condena de tipo moral hacia el liberalismo que elevó la condición humana e hizo florecer sociedades más libres, solidarias y prósperas no pasarán por el duro test de la historia.

El paso del tiempo, como suele ocurrir en estos casos, ayudará a poner las cosas en su lugar y, sin dudas, el Papa Francisco tiene luces luminosas y algunas sombras. La enorme diversidad de su rebaño, los intereses creados que existen en toda organización humana y las complejidades del mundo en que vivimos, crecientemente secular y vacío de los valores profundos que se hunden en las raíces de lo que solíamos llamar Occidente, son elementos de su contexto que no pueden desconocerse. La apertura necesaria de una institución antigua y sanamente conservadora como la Iglesia debe balancearse con la necesaria estabilidad de aspectos dogmáticos que no cambian con los tiempos y las coyunturas. Y esto, evidentemente, no es una tarea sencilla.

Ahora que el Papa Francisco ha sido llamado a la casa del Padre, como declaró el Vaticano al conocerse su noticia, la discusión sobre su legado se abre con saldo laudatorio a juzgar por las primeras impresiones. No puede obviarse que en la simpleza de su mensaje evangélico acercó a Dios a millones de personas, quizá muchas que estaban descreídas o que pensaban que la Iglesia no era para ellos. Si su influencia, en definitiva, fue la de acercar la buena nueva a millones de personas, su último mensaje en día de Pascuas se vuelve mucho más simbólico y significativo de lo que puede sospecharse.
La Nación Argentina O Globo Brasil El Mercurio Chile
El Tiempo Colombia La Nación Costa Rica La Prensa Gráfica El Salvador
El Universal México El Comercio Perú El Nuevo Dia Puerto Rico
Listin Diario República
Dominicana
El País Uruguay El Nacional Venezuela