Viernes, 09 de Mayo de 2025

Francisco, el final

ChileEl Mercurio, Chile 29 de abril de 2025

Sus palabras finales pueden ser consideradas como una de las ventanas para una revitalización a largo plazo de la espiritualidad cristiana.

La muerte del Papa, como todas las que recuerdo desde 1958 (Pío XII), despertó atención mundial. El papado ha proyectado una irradiación mucho más allá del mundo de los fieles, característica única de esta Iglesia. Los papas modernos han mostrado una personalidad peculiar, quizás porque, a pesar o debido a la posición debilitada de la Iglesia, esta debe cuidar su imagen a través del obispo de Roma y perfilarse ante los mass media , sin ser devorada por estos.
Francisco, en la huella autoconsciente del santo de Asís, retornó a ser una especie de Juan XXIII, reforzado en su faz cercana al pueblo católico y al mundo más allá de las fronteras de la fe romana, como figura religiosa de estos tiempos. Le tocó el sismo potente de los "abusos", que tienen que ver con la concentración eclesial en la nueva consideración acerca del sexo, en general como condena, mientras que, sobre todo en los siglos XX y XXI, en la alta cultura y en la cultura de masas, aquel ha sido verbalizado -casi siempre en valoración positiva- como quizás nunca en la historia humana. Justo allí la Iglesia tuvo su gran traspié al vérselas con esta potencia omnipresente, oscura, gratificante y veleidosa, inseparable también de la continuidad humana. Sin embargo, sería un error ver aquí la causa del encogimiento de la Iglesia. Este se origina en la cultura moderna asentada en Occidente, en diversos rasgos apropiada por casi todo el globo. Paradoja, el auge del fundamentalismo islámico podría ser visto como otra experiencia de la modernidad, una ofensiva contra esta, pero surgida de ella, tal cual lo han sido marxismo y fascismo.
Ante los dilemas entre una respuesta estática que erosiona -la institución podrá ser más pequeña, pero jamás desaparecerá- y, la otra posibilidad, acoger a la modernidad de manera íntegra, el progresismo que conlleva el peligro de la disolución, el Papa recién fallecido escogió un progresismo moderado y limitado. Como los jefes de Estado de sistemas parlamentarios, glosaba los avatares de este mundo con un aire de bondad y de proclamar principios siempre hermosos, aunque la verdad pueda ser más intratable. Era su papel, porque siendo su territorio más propiamente la espiritualidad trascendental, el cristianismo ha sido también una religión pastoral, comentadora de este mundo desde una perspectiva moral. Es un terreno más discutible y discutido, sobre todo para los católicos; un territorio que, sin embargo, no puede quedar exento del juicio de la Iglesia aunque se equivoque (en estas páginas lamenté que en su viaje a Cuba mantuviera silencio público por el exilio y la disidencia) y provoque polémica, a veces muy necesaria,
En favor de Francisco se puede decir que, representando una sensibilidad socialcristiana, quizás ese catolicismo de aire peronista que no es solo argentino sino una de las almas cristianas de la región, no escogió diabolizar a sus críticos. Cuando las cosas se ponían feas, nunca dejó de fundamentarse en el espíritu evangélico, con enojos y humor según el caso, apuntando a un horizonte trascendental. Ello, porque una religión es y no es de este mundo. Sus palabras finales pueden ser consideradas como una de las ventanas para una revitalización a largo plazo de la espiritualidad cristiana y religiosa en general, en esa parte del mundo que ha transitado a una secularización agresiva, con su contracara, en la sociedad de masas, la práctica supersticiosa de una religiosidad degradada, desbordada de ídolos y diosecillos. En cambio, al final, Francisco nos indicó que resta un retorno a la experiencia primordial: "La muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de algo".
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