Marina Latorre: "Ahora encuentro un mundo opaco"
A pesar de que escribe a diario y tiene citas para hablar de poesía, la casi centenaria escritora extraña la agitada vida cultural de antaño. Las tertulias y encendidos debates que ocurrían en su casa de calle Londres, donde aún vive. Quiere convertirla en sede de su fundación.
"¿Y a usted qué le ha dado la poesía?", le dijo desafiante una escolar que estaba sentada al fondo de la sala. Marina Latorre (Punta Arenas, 1925) ni siquiera necesitó pensarlo. "!La felicidad total¡", respondió.
Los niños aplaudieron, incluso los que parecían prestar poca atención, y en el recreo siguieron hablando de Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Esa escena, que ocurrió hace décadas, es recordada hoy con precisión por la periodista, escritora y profesora porque, si ese era antes su sentir, hoy habría que multiplicarlo por mil. Hoy, lo grita. "La poesía es la que me ayuda a vivir. La poesía está en todo, solo hay que saber descubrirla. Yo hablo con las cosas, pero no es porque esté fallada, ja, ja, ja. Mistral decía que conversaba con montes, llanuras, con la naturaleza toda. A mí me pasa igual. En esta casa no me siento sola, porque estoy acompañada por los libros, las obras de arte, por ese mundo que viví tan feliz y contenta. Aquí está mi historia", comenta.
A sus 99 años, la autora de libros como "Galería clausurada" (1964), "Soy una mujer" (1973) y "Fauna austral" (1977) escribe a diario y lee muchísimo. En el verano fue reconocida en la 29ª Feria del Libro Usado, junto a otros autores magallánicos.
Cuando habla de "aquí" se refiere a su histórica casa de calle Londres. La que formó con su marido, amigo y compañero de inquietudes literarias Eduardo Bolt, y desde donde ambos impulsaron una intensa actividad cultural a partir de los años 60. Por algo, Neruda denominó el lugar como "La torre de la poesía". Y allí también el matrimonio fundó la histórica Galería Bolt, la revista Portal y Ediciones Bolt. También cobijaron el quehacer de Dicap. Todo se movilizaba con amor al arte y sus recursos. Aunque en la galería exhibieron a artistas como Matta, Guayasamín, Mori y Venturelli, jamás -salvo contada excepción- vendieron obras.
"Fuimos los primeros en tener una galería de arte y, en realidad, eso era muy emocionante. Duró no mucho, unos cuatro años. Cuando la cerramos, para mí fue un gran drama. Es que no fue una galería comercial. Creo que eso también entristeció a los artistas. Nosotros casi nos negábamos a vender y ellos querían dinero para vivir. No entendimos eso. Yo no servía para marchand de arte. En Bolt todo era absolutamente gratis, no cobrábamos arriendo, hacíamos un gran cóctel e invitábamos a las personas más importantes de Chile", recuerda Marina. El matrimonio sí les compraba obras a los artistas - "para que se fueran contentos", dice ella-, y así armaron su colección. Parte de ella desapareció cuando su casa fue allanada en septiembre de 1973.
-¿Por qué se negaba a vender las obras de arte?
"Tal vez venía de mi padre esa postura. Esa postura de que el arte no debía ser negocio. Entonces, yo tenía esta idea desde niña y mi marido, que era un ángel, acataba lo que me hacía feliz. Nosotros queríamos exponer a los artistas, queríamos festejarlos, que los conocieran. Estuvimos con esas condiciones hasta que ya no pudimos mantener más la galería... Queríamos que las personas conocieran el arte. A veces digo, me duele tanto no poder hablar de arte, de poesía con todo el mundo. Es tan difícil. Yo soy comunista. Quisiera que el arte, la cultura y la educación fueran para todos. Ojalá me vaya siendo esto una realidad".
-¿Mantiene esa esperanza?
"La mantengo. No es pecado quererlo y eso es lo que me mueve".
En la torre
Latorre recuerda con alegría las tertulias que se armaban antaño, cuando tenían la galería. Los debates, o incluso enfrentamientos, que se desataban en las páginas de Portal, que en su primer período (1965-1969) contó con textos de Pablo Neruda, Francisco Coloane, Jorge Teillier y Pablo de Rokha. "Algo totalmente distinto a lo que ocurre ahora. Ese fue un tiempo de una efervescencia cultural enorme. Ahora encuentro un mundo opaco. Cada uno está en su rincón o en su grupo, sin tanta participación con el otro", sostiene.
Por eso, poco antes de la pandemia, con un joven amigo suyo creó los "Jueves de la poesía", en que sin falta se junta un grupo a conversar, a leer e incluso "a gritar la poesía", confiesa ella, con simpatía. Esas citas son en "La torre de la poesía", un sitio que ella quisiera convertir en espacio cultural.
-¿Está trabajando en eso?
"Sí. Con personas amigas de buena voluntad, estamos viendo armar una fundación. Me gustaría que esta casa fuese un espacio cultural, semejante a la Fundación Neruda, con un directorio que es el que tiene que seguir adelante. Quiero que aquí se reúna gente".
-¿Qué poetas está leyendo?
"Hay tanto, tantos, que creo que no sería bueno nombrar. Pero, para mí, la base de todo está con nuestros premios Nobel, son gigantescos. Con Gabriela Mistral se puede vivir cien años o más leyendo. Está todo, todo lo que nos incumbe en la política, el arte, la educación, la religión. He vuelto a leer a Neruda y a Mistral, he vuelto a familiarizarme con ellos. Ella es una maestra universal".
-Leyéndolos con el paso del tiempo, ¿a cuál prefiere hoy?
"No podría... Cada uno es distinto. Coinciden en muchas cosas, sin duda, como el aspecto social. Con Neruda, creo que lo puedo decir con toda propiedad, fuimos amigos muy cercanos. Me gané esa amistad por mi gusto, por mi locura por la literatura, la poesía".