La Cartagada se volvió uno de los términos recurrentes en el fútbol de Costa Rica. Pero su origen se remonta más bien un episodio que llena de orgullo a los brumosos.
Siempre que se acerca el final de un torneo de fútbol, y Cartaginés tiene aspiraciones de lograr algo, aparece la infaltable broma/pronóstico entre los aficionados: viene la Cartagada. Que por cierto, casi nunca falla.
El miércoles pasado volvió a ocurrir. El equipo blanquiazul solo necesitaba un empate en casa para amarrar su boleto a las semifinales del Clausura 2025. Cosa de trámite, tomar la ficha en el banco y hacer la fila.
Ya Cartaginés había hecho lo más difícil, incluso sobrevivir a una áspera visita al estadio Ricardo Saprissa, donde sacó un empate con un hombre menos desde el primer tiempo.
Para hacerlo todavía más "accesible", el partido definitivo era ante Sporting FC, que ya estaba eliminado y no tenía mayor incentivo para salir a "matarse" a la cancha del Fello Meza.
Pero la calamidad empezó a gestarse apenas al minuto tres, cuando Ian Lawrence puso a ganar a los visitantes. A estadio lleno, los aficionados comenzaron a meter presión sin perder la fe, hasta que el equipo blanquiazul logró empatar justo antes de que finalizara la primera mitad, con anotación de Christopher Núñez.
Para los segundos 45 minutos, era nada más dejar pasar el tiempo. Si caía otro gol, magnífico, pero con el 1-1 era suficiente, mientras Saprissa se quedaba corto con su victoria en el Valle de El General.
Pero, al estilo Televisa, terminó imponiéndose el guion repetido. Ian Smith anotó de nuevo para Sporting y con el 1-2 en el marcador final Cartaginés perdió el tren. Volvía así el déjà vu histórico que atormenta a los pobladores al este del Ochomogo desde hace más de ocho décadas.
Cartaginés venía de un largo invicto de diez partidos que le permitió escalar hacia los puestos de clasificación. Y perdió en casa, justo el día que no podía perder.
De inmediato, con la eliminación fresca y el pitazo del árbitro todavía haciendo eco, apareció la infaltable palabra: Cartagada. Pero, ¿de dónde salió ese término?
El origen se remonta a una tragedia, pero tragedia de verdad, no un partido de fútbol. Fue después del terremoto del 4 de mayo de 1910, que destruyó la ciudad de Cartago.
Cuatro días luego del suceso, asumió la Presidencia de la República un cartaginés, Ricardo Jiménez Oreamuno, el Brujo del Irazú. Una de las primeras órdenes ejecutivas fue nombrar a su hermano Manuel de Jesús Jiménez como encargado de la reconstrucción, con el mandato expreso de levantar la Vieja Metrópoli lo más rápido posible. Así lo consignó el reconocido historiador de la provincia Rogelio Coto Monge.
La meta se cumplió y en un año el Presidente volvió para comprobar los avances. Emocionado al observar que la ciudad sobrevivió al choque de las placas tectónicas, en su discurso de estadista soltó dos frases que, sin sospecharlo, terminarían alimentando las tertulias futboleras de sus bisnietos.
-¡Cartago vive!, exclamó primero don Ricardo.
Y de inmediato, extasiado al ver de nuevo en pie casas y edificios, lanzó con orgullo la proclama que el tiempo se encargó de desvirtuar:
-¡Esto fue una Cartagada!
Según recuerda el periodista Fernando Gutiérrez, quien fue corresponsal de La Nación en Cartago durante décadas, las dos expresiones quedaron en desuso. Revivieron mucho tiempo después, aunque ingresaron a la ciudad por dos puertas muy distintas.
Un conocido aficionado brumoso, José Rafael El Negro Sancho, ya fallecido, desempolvó el Vive Vive del baúl donde había reposado por varios decenios.
Sancho era contertulio del programa de Leonel Jiménez, Sensación Deportiva, e iniciaba sus intervenciones al grito de ¡Vive Vive!, con la garganta en carne viva como Ricardo Jiménez Oreamuno en 1911.
El Vive Vive se convirtió en el sello de los aficionados brumosos, como el pescadito de los cristianos en Quo Vadis; fue el bastón anímico para sostenerse en medio de la larga travesía de 81 años por el desierto, que culminó con el título obtenido en el 2022.
En cambio, el término Cartagada se pasó al lado oscuro. Los aficionados de los otros equipos expropiaron esa palabra de tan noble origen, la gentrificaron y la convirtieron en martirio para los seguidores del equipo azul.
Desde hace años, se le relaciona con hechos negativos, especialmente los que tienen que ver con el fútbol. El propio equipo del lugar se encarga de perpetuar el estereotipo, con esas derrotas inverosímiles que parecen salidas de las películas B de Hollywood.
Pero la Cartagada no debería ser la burla del club que estropea las clasificaciones fáciles, sino más bien el grito de guerra del pueblo valiente que en menos de un año emergió de la devastación de un terremoto.