Francisco, León XIV y el progreso en las relaciones entre católicos y judíos
El papa Francisco saluda al cardenal Prevost, durante la Misa del Jubileo de las Fuerzas Armadas, la Policía y el Personal de Seguridad en la Plaza de San Pedro el 9 de febrero
La muerte del papa Francisco fue lamentada por muchos grupos judíos, una señal de cuánto han progresado las relaciones entre católicos y judíos en las últimas décadas
El papa Francisco saluda al cardenal Prevost, durante la Misa del Jubileo de las Fuerzas Armadas, la Policía y el Personal de Seguridad en la Plaza de San Pedro el 9 de febrero
La muerte del papa Francisco fue lamentada por muchos grupos judíos, una señal de cuánto han progresado las relaciones entre católicos y judíos en las últimas décadas. Y la elección del nuevo pontífice León XIV -el primer estadounidense en encabezar la Iglesia- también ha sido bien recibida. En un mundo donde resulta difícil encontrar avances positivos para el pueblo judío, el cambio de actitudes de la Iglesia hacia los judíos representa uno de los desarrollos más alentadores y merece más atención de la que habitualmente obtiene dentro de nuestra propia comunidad.
Todo comenzó con el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Este cónclave de obispos de todo el mundo demostró que había aprendido de los horrores del Holocausto: que siglos de antisemitismo inculcado, entre otros, por las enseñanzas de la Iglesia, habían abierto el camino al ataque nazi contra el pueblo judío. Había llegado la hora de pasar la página, especialmente en lo relativo a la promoción por parte de la Iglesia de la acusación antisemita de deicidio, la noción de responsabilidad colectiva judía por la muerte de Cristo.
En el Concilio Vaticano II, los líderes de la Iglesia afrontaron el problema de lleno y dejaron claro que no se puede responsabilizar a los judíos por ese momento singular de la teología católica. Esto no resolvió el profundamente arraigado antisemitismo, pero abrió un camino para escapar de este veneno.
Y así, a medida que surgían otras doctrinas, y que el Vaticano reconocía la legitimidad del Estado de Israel y la conexión judía con la tierra, surgió un nuevo catolicismo respecto a los judíos. Ya no se enseñaban los viejos prejuicios y la normalización entre católicos y judíos comenzaba a arraigar.
A la Liga Antidifamación (ADL), que había sido parte integrante de la comunidad judía antes y durante el Concilio Vaticano II, le preocupaba que estos notables cambios en la cúspide de la jerarquía vaticana no llegaran a transmitirse a las generaciones más jóvenes . Por eso, a principios de los años 90, en coordinación con la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, la ADL inauguró un programa anual para maestros de escuelas católicas de todo el país. Cada verano, entre 30 y 40 maestros acudían a Washington D.C. para asistir a un programa de la ADL de una semana de duración llamado Bearing Witness (Dar testimonio), en el que los participantes aprendían sobre las interpretaciones judía y católica de la Biblia de la mano de un rabino y un sacerdote, discutían cuestiones de prejuicios, conocían a representantes judíos de la comunidad y visitaban una sinagoga local.
En ese programa, yo mismo ofrecía una charla de tres horas sobre la historia del antisemitismo que abarcaba tres mil años. Lo asombroso de esta experiencia, en la que participé durante casi un cuarto de siglo, era la disposición de estos maestros católicos a escuchar esta historia y asimilar mucho sobre su propia Iglesia.
Comenzaba cada sesión informando al grupo que iban a escuchar algunas cosas difíciles sobre su propia Iglesia, pero que debían reconocer que la única razón por la que podíamos emprender este difícil ejercicio era que la Iglesia había recorrido un largo camino en la reforma de su doctrina y sus actitudes hacia el pueblo judío. Y así, con mentes y corazones abiertos, año tras año, los maestros escucharon la historia y se comprometieron a que el futuro sería diferente.
Para mí, estos acontecimientos fueron de los más conmovedores y alentadores de mi larga carrera en la ADL. Me dieron la esperanza de que la posibilidad de un cambio real no era solo un sueño y que el pasado no tenía por qué repetirse en el futuro.
Hoy, aunque sigue habiendo cuestiones pendientes -como el reconocimiento por parte de la Iglesia del papel del papa Pío XII durante el Holocausto y cómo la Iglesia fue demasiado rápida en adoptar algunas de las opiniones más hostiles sobre la conducta de Israel contra Hamas tras la masacre del 7 de octubre-, el marco para la conversación y el diálogo, incluso el más difícil, es completamente diferente.
Y nosotros, como comunidad, tenemos que dejar claro -más de lo que lo hemos hecho, especialmente en un momento en que el antisemitismo está resurgiendo con fuerza incluso aquí en Estados Unidos, como lo demuestra la publicación de la ADL de la Auditoría anual de Incidentes Antisemitas- que uno de los verdaderos aspectos esperanzadores para el pueblo judío es este cambio de rumbo de la Iglesia católica.
Mientras lamentamos el fallecimiento del papa Francisco y acogemos con beneplácito la llegada de León XIV, busquemos que nuestras dos comunidades renueven su compromiso con el respeto mutuo y la educación, para que juntos podamos afrontar los retos del antisemitismo que una vez más amenaza a nuestra comunidad.
Subdirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL).