Elecciones departamentales
Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|Unidad o derrota: el ego no paga dividendos
Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|Unidad o derrota: el ego no paga dividendos.
Se perdieron las elecciones en Río Negro y Lavalleja. No porque la izquierda haya conquistado corazones con ideas superadoras, ni porque el Frente Amplio representara una mayoría silenciosa deseosa de estatismo. Se perdieron por culpa de los egos desmesurados de quienes se negaron a construir una candidatura común bajo el paraguas de la Coalición. Fue más que un error táctico: fue una traición al mandato ciudadano de frenar el avance del populismo.
Mientras el Frente Amplio avanza unido, con sectores tan distintos como disciplinados bajo un mismo discurso de poder, en el otro rincón vemos una derecha fragmentada por caprichos, por mezquindades, por el temor a ceder protagonismo. ¿Quién les dio derecho a regalar gobiernos departamentales a una fuerza política que promete más gasto, más impuestos, más control estatal y menos libertad? ¿Qué clase de patriotismo es ese que antepone la vanidad al deber?
A esos egos les decimos con claridad: no vuelvan más. A quienes los apadrinan, esos caudillos de despacho que repiten viejas fórmulas como si estuviéramos en 1950, también les decimos: váyanse a su casa. El Uruguay nuevo no se construye con nombres oxidados ni con glorias pasadas, sino con humildad, convicción y visión de futuro.
Y a los que ven en la Coalición una pérdida de identidad, les recordamos que no hay mayor pérdida de identidad que entregar el país al estatismo en nombre de una pureza que ya nadie respeta. No se trata de fundirse en una sola voz, sino de acordar con grandeza en lo esencial: defender la libertad, frenar el abuso fiscal y sacar al Uruguay del pantano de la dependencia estatal.
El Frente Amplio no ganó porque fue mejor. Ganó porque fue más hábil. Porque sus diferencias las ordena; las nuestras, nos rompen. No seamos tontos útiles de nuestros propios egos. La próxima elección no se gana con banderas, se gana con acuerdos. O lo entendemos ya, o dejaremos que el circo de Orsi y sus payasos avance una vez más.
El ciudadano común, el que trabaja, el que paga impuestos, el que no vive del Estado ni de las promesas, merece un país distinto. Ese país no se construye desde el ego. Se construye desde la renuncia, desde la unidad, desde la altura moral de saber que a veces hay que dejar de lado el nombre propio para que no se hunda el nombre de la República.