Martes, 10 de Junio de 2025

¿Amnistía pendiente?

UruguayEl País, Uruguay 9 de junio de 2025

Pivel Devoto retrató algo más profundo del Uruguay que, infelizmente cuarenta años más tarde, debemos aceptar que no hemos conjugado de la mejor manera.

En este otoño de conmemoraciones sobre los cuarenta años de democracia ininterrumpida que vivimos hubo un par de reflexiones que llamaron la atención sobre la forma en la que se procesó todo el asunto de las violaciones a los derechos humanos en la época de la dictadura y qué balance hacer de todo aquello.

En 1984, en plena recuperación democrática, el gran historiador que fue Pivel Devoto publicó un libro fundamental para arrojar luz sobre cómo se logró salir de tantas crisis políticas que hicieron llegar la sangre al río en nuestra historia: "La amnistía en la tradición nacional". Con la erudición que le era propia, Pivel mostró allí cómo el final de cada una de las revoluciones y desórdenes sociales y políticos graves del Uruguay se selló con una amnistía amplia y generosa. En muchos casos, ella no abarcaba a los delitos comunes. Pero sí se amnistiaron todos los gravísimos delitos llevados a cabo por causa de las tormentas políticas -asesinatos, ejecuciones, y las torturas más salvajes de las que nuestra cultura bárbara pasada, sobre todo en el siglo XIX, era capaz de realizar-.

Esa amnistía implicaba poner un manto de olvido sobre eventos espantosos que causaron dolores enormes. Pivel, con inteligencia y tino en aquel 1984 que abría un tiempo nuevo para la República, explicó en su libro el origen griego del concepto, que en definitiva ponía el principio de la ética de la responsabilidad del vivir juntos a futuro, por encima de la convicción de impartir justicia acerca de las atrocidades generadas por la pasión pasada. Pero más allá de esa vieja herencia filosófica y social, Pivel retrató algo más profundo del Uruguay que, infelizmente cuarenta años más tarde, debemos aceptar que no hemos conjugado de la mejor manera.

Escribió, en efecto, que esa voluntad de amnistía conformaba una especie de matriz identitaria nacional que, a través de las sucesivas veces en que se aprobaron, hablaba mucho de una forma de ser de los uruguayos, que se mostraban capaces de aceptar el necesario olvido con tal de mirar juntos hacia adelante. Y la constatación debe ser severa en este sentido, tal como lo señalara con sentido histórico el expresidente Lacalle Herrera en la casa del Partido Colorado en marzo pasado: la salida de la última dictadura tuvo una amnistía parcial.

Ciertamente, habrá que reconocer a ese Partido Colorado y al viejo Herrerismo de la época la conjugación de cierta templanza y sabidurías históricas que fueron las que promovieron, siguiendo la idea expresada por Pivel, la solución de una amnistía también para los represores de la dictadura que estaba terminando. Se pretendía así conjugar la añeja fórmula nacional para dejar atrás, enteramente, los horrores pasados. Pero la verdad histórica es que ni la izquierda, que pactó en el Club Naval y se benefició luego de la amnistía votada y de varias leyes reparatorias, la aceptó; ni el wilsonismo, que luego promovió la ley de caducidad, la defendió en esos años.

Por supuesto, cada uno de esos sectores expresaban una forma de sentir y concebir la situación social y política que vivía el país en aquel entonces. Pero, a cuarenta años de todo aquello, es claro que se trata de un tema que no ha encontrado solución y que sigue generando injusticias enormes. En definitiva, ¿cuál podría ser la explicación de este cambio del ser nacional que en vez de privilegiar la amnistía de siempre, se enredó en mayor o menor medida en los laberintos de la consigna permanente de que no haya ni olvido ni perdón para algunos y relatos tan favorables como mitológicos para la actuación histórica de otros?

Una explicación puede ser una nueva sensibilidad social que se refleja en la modernidad: una menor tolerancia a la impunidad. No hay olvido posible porque no se lo acepta como un valor social. Explica poco, en verdad, porque hubo tupamaros que mataron gente, quedaron impunes y se beneficiaron de la amnistía, y en estas décadas nuestro moderno estado del alma jamás salió a denunciar esa atrocidad. Otra explicación posible es que Pivel, como tantos de su generación, razonaba sobre una identidad nacional forjada en valores liberales con los que la izquierda no comulga. Para la izquierda no puede haber olvido, porque dentro de la sociedad hay amigos y enemigos: para ellos, se aplica incluso sanciones penales retroactivas de manera de llevarlas a épocas previas a 1973, con tal de meterlos presos.

Cuarenta años más tarde, la pregunta se impone: ¿no hubiera sido más sabio seguir el camino de la tradición nacional que ilustró Pivel?


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