El 78,9% de la red vial departamental y el 86,7% de la red vial vecinal están en condiciones inadecuadas. Estas cifras no son estadísticas frías, son pistas que se desmoronan, veredas que se hunden y avenidas sin drenaje.
Hace unas semanas, mientras cruzaba la ciudad al mediodía, noté la frustración con la que conviven a diario los pasajeros y choferes del transporte público, vehículos particulares y camiones de carga. Buses detenidos por más de 20 minutos, semáforos inservibles, autos tomando atajos por veredas inexistentes y una fila de vehículos que no avanzaban ni un metro. Fue inevitable preguntarme: ¿cómo es posible que lidiemos con algo así todos los días? Ese día estaba de pasada, pero la ruta es el día a día de miles de personas.
Sabemos que el problema del transporte urbano tiene múltiples causas: crecimiento desordenado, informalidad, mala planificación territorial, falta de integración multimodal. Pero en esta columna quiero centrarme en una arista concreta y muchas veces subestimada: la calidad de la inversión pública.
Según la Asociación para el Fomento de la Infraestructura Nacional, una persona en Lima pierde, en promedio, 198 horas al año atrapada en el tráfico. Son más de ocho días enteros que podríamos dedicar al descanso, al trabajo o al cuidado personal. Además, las pérdidas económicas por congestión vehicular en Lima y Callao superan los S/27.000 millones anuales. A esto se suman el estrés cotidiano, el gasto adicional en combustible y el desgaste físico y emocional que implica simplemente moverse por la ciudad.
Y si uno piensa que se trata solo de la capital, basta con mirar lo que ocurre en regiones como Arequipa. En avenidas claves como Aviación, las intervenciones viales mal coordinadas han convertido las rutas en laberintos. En Yura, la vía de cuatro carriles se usa desde hace meses como atajo pese a estar inconclusa, sin semáforos ni señalización. ¿Cuánto más debemos esperar para que las obras se ejecuten correctamente?
El Ministerio de Transportes y Comunicaciones reporta que el 78,9% de la red vial departamental y el 86,7% de la red vial vecinal están en condiciones inadecuadas. Estas cifras no son estadísticas frías, son pistas que se desmoronan, veredas que se hunden, avenidas sin drenaje que se inundan tras una lluvia ligera. Son la causa directa de accidentes, demoras y frustración diaria. Y mientras esa brecha no se cierre, el tráfico será la expresión más visible de una infraestructura pública ineficiente, mal ejecutada o simplemente abandonada.
Este año, el Estado destinará más de S/19.000 millones a inversión pública en transporte, cerca del 30% del presupuesto de inversión total. De ese monto, más de S/8.500 millones estarán a cargo de los gobiernos locales. Entonces, ¿por qué las ciudades siguen colapsadas? ¿Por qué nos seguimos preguntando si una obra durará más de un invierno? Porque no basta con invertir: hay que hacerlo bien. Esto implica estudios previos rigurosos, planificación urbana integrada, transparencia en la contratación, ejecución técnica seria y, sobre todo, fiscalización constante.
La carretera Arequipa-La Joya es otro caso emblemático. Anunciada como solución para el transporte de carga hacia el puerto de Matarani, aún no se concreta del todo. Y mientras tanto, miles de vehículos pesados siguen atravesando la ciudad generando más tráfico, contaminación y desgaste vial.
La respuesta no puede ser solo esperar que las autoridades actúen. Hoy existen herramientas que permiten ejercer vigilancia ciudadana. Una de ellas es la plataforma Reacciona APP, que muestra qué obras están en ejecución en cada distrito, cuál es su estado de avance y cuánto presupuesto han recibido. Desde el celular, incluso atrapados en medio del tráfico, podemos saber si la obra que nos complica la vida está detenida o si lleva meses sin moverse.
El transporte no es un servicio más. Es la red que conecta salud, educación, comercio, productividad y bienestar. Una ciudad con vías seguras y transporte eficiente reduce costos, mejora la calidad de vida y permite que las personas vivan con más dignidad. Pero si seguimos normalizando baches, semáforos apagados y veredas que se rompen al poco tiempo, seguiremos invirtiendo millones solo para quedarnos igual? o peor.
El verdadero desarrollo no se mide por metros cuadrados asfaltados, sino por cuántas vidas mejora una obra pública al día. Y para lograrlo, no basta con más presupuesto: necesitamos decisión, vigilancia y corresponsabilidad ciudadana.
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